Claire Messud ha ido desarrollando una sólida trayectoria con novelas como Los hijos del emperador –sobre tres ambiciosos treintañeros en la Manhattan previa a los atentados del 11-S– o La niña en llamas, acerca de dos amigas cuyos caminos se separan en la adolescencia. Muy en especial, La última vida, de 1999, fue la obra que más evidenció su talento novelesco, en torno a tres generaciones de una familia franco-argelina, con el trasfondo de una crisis de identidad de la joven protagonista. Y es que tal vez sea ese el tuétano de su narrativa: la búsqueda de lo que es uno mismo, para sí y para los demás.
Ocurre en La vecina de arriba (publicada en 2013), ambientada en Cambridge, Massachusetts. En ella, descubriremos la mente obsesiva de Nora Elridge, una maestra que recuerda cómo, en 2004, la familia Shahid irrumpió en su vida por medio de uno de sus alumnos. Tanto, que su implicación en el día a día de este niño, Reza, y por extensión en el de sus padres, Skandar y Sirena (un profesor libanés de la parisina École Normale Supérieure y una artista italiana conceptual, instalados en Boston gracias a una beca de Harvard), trastoca por completo su modo de pensar y actuar.
Nora, que arrastra ínfulas artísticas, es una profesional reconocida, la típica vecina discreta en la que nadie repara pero todos aprecian: la “mujer de arriba”, sin más, de la que no cabe esperar una reacción pasional o un comportamiento turbio. Pero las turbiedades serán internas.
Al aparecer en su aula Reza Shahid, como si se tratase del Aschenbach deslumbrado por el Tadzio de La muerte en Venecia de Thomas Mann, la maestra queda embelesada por esa criatura extranjera y delicada. Entonces, ocurrirá un incidente en el patio que encenderá la relación con los Shahid. Lo inicial, esto es, que ambas mujeres compartan un estudio para crear sus obras juntas, se transformará en un camino de idealización que llevará a Nora a hacer de canguro de Reza, a ayudar a Sirena en un proyecto llamado Alicia en el País de las Maravillas y a intentar intimar tanto con ella como con el marido.
La novela tiene este planteamiento realmente llamativo y a todas luces sugiere elementos de thriller psicológico, si bien, al llegar a cierto clímax argumental, todo parece diluirse al regresar los Shahid a París. Pero entonces llegará el descubrimiento, a partir de lo artístico, de una suerte de venganza. Una intriga esta que podría resultar algo esquemática en su desarrollo e hiperbólica en la obsesión de Nora; de hecho, todo tiene un aire, literalmente, al célebre título de la película de 1989 Sexo, mentiras y cintas de vídeo.
Esta impronta comercial desmerece el resultado final, por más que sea interesante el ejercicio de colocar a una mujer con existencia estandarizada sometiéndose al vaivén de sus impulsos. Una vida anclada, reprimida, sin dejar que salga su anhelo de haberse convertido en artista, de llevar una vida sofisticada, de amar y ser amada, y que al final se dará de bruces contra la dura realidad.
Publicado en Cultura/s, 11-XI-2022