sábado, 24 de diciembre de 2022

El confort de las fábulas navideñas


Se ha hecho tan popular y ha influido en tal infinidad de expresiones artísticas, que hoy casi nadie repara en que “A Christmas Carol”, de Charles Dickens, es una de las novelas cortas más perfectas que se han escrito nunca; pero es que otras obras de arte, como el film “It’s a Wonderful Life”, de Frank Capra, tan inevitablemente dickensiano, también obtienen demasiadas veces una condescendiente benevolencia que no repara en la altura artística que presentan al estar marcadas por la Navidad; es como si este elemento convertido en tema literario o cinematográfico supusiera una marca que restara valor al conjunto, por los factores de sentimentalismo que acaban imponiéndose y despertando a menudo repudio o una valoración poco justa.

Stefan Zweig, en el estudio que dedicó a Balzac, Dickens y Dostoievski, relacionó genio y tradición para hablar de cómo el tiempo y el talento del escritor inglés se conjugaron para hacerse uña y carne: cómo el arte burgués y popular encontraron en el autor de “Cuento de Navidad” al mejor intérprete de una época, de un lugar: «Arte de junto a la chimenea quería la gente de entonces, libros de esos que se leen apaciblemente junto al fuego mientras la tormenta sacude las ventanas, y que chispean y crujen a su vez con pequeñas e inofensivas llamas». Nada de «éxtasis y entusiasmos», «sino sólo sentimientos normales», deseaba la gente, y Dickens llevó a cabo este propósito de representar de forma amable las cosas terribles de una sociedad prosaica y cruel.

En este sentido, Chesterton se refirió al “comfort” de Dickens, mientras que Zweig aludirá al “home”. Y no hay escena más confortable, más hogareña, que aquella que nos regala la estampa de una reunión familiar alrededor de los símbolos navideños y que tan maravillosamente reflejó el autor de la historia de Scrooge y de sus otro cuatro relatos de índole navideña: “Las campanas”, “El grillo del hogar”, “La batalla de la vida” y “El hechizado”, que reuniría en libro en 1852.

Todo un “género navideño”

Hace pocos años, en una antología de la editorial Alba que recorría dos siglos de narrativa navideña, Marta Salís decía que, “al popularizarse las costumbres de reunirse con la familia, intercambiar regalos, celebrar fiestas y comidas especiales, escribir tarjetas de felicitación, cantar villancicos, adornar la casa con velas, guirnaldas, abetos y belenes, se abrió todo un microcosmos que enseguida tentó a la literatura costumbrista y realista”. Este tipo de cuadros familiares se convertirán en tópicos dentro del imaginario colectivo. Y de eso sabe mucho, por haberlo ido cuajando en su imaginación durante décadas, Pablo Andrés Escapa, que comparte sus “Herencias del invierno”, una colección de diez cuentos ilustrados por Lucie Duboeuf.

Por más que pase el tiempo, la atmósfera mágica que impregna tradicionalmente la prosa navideña no cesa, y ejemplo de ello son estos relatos donde se respira la inocencia tanto como el elemento maravilloso. De ahí que entre sus páginas se asomen detalles tan característicos como las noches estrelladas, la nieve o las campanillas. Son narraciones que el autor ha ido elaborando en los últimos veinticinco años: fábulas que diciembre tras diciembre creaba para un puñado de amigos y que procedía de la experiencia de escuchar cómo su padre se inventaba cuentos ambientados en la Navidad, en torno a intervenciones mágicas del Niño Jesús o las peripecias de los Reyes Magos. “Se creaba así un tono en lo narrado que nos predisponía a aceptar lo portentoso con toda confianza. Yo creo que empecé a comprender entonces que la Navidad es un estado de ánimo”, ha dicho el escritor leonés.

Esta impronta del cuento navideño deudora de la relación oral que se produce junto al fuego, y que tiende a lo fantástico con naturalidad, haciéndonos crédulos y soñadores, aún se deja apreciar en la narrativa actual. Es el caso de otra novedad, “La puerta de las estrellas” (Galaxia Gutenberg), de la noruega Ingvild H. Rishøi, que cuenta cómo Ronja, de diez años, siempre ha soñado con tener un árbol de Navidad. Sin embargo, su padre, un hombre que arrastra su viudedad anclado en el alcoholismo, no parecía estar por la labor hasta que el hecho de haber encontrado trabajo en el mercado de árboles de Navidad hace que todo, siquiera en primera instancia, sea más fácil. Pero, por supuesto, no será así, convirtiéndose el texto en una forma de explicar que a veces los niños han de devenir adultos antes de hora.

Encontrarse con un ángel

A estas novedades se le ha añadido la de A. G. Porta “Persecución y asesinato del rey de los ratones representada por el coro de las cloacas bajo la dirección de un escritor fracasado” (Acantilado). Cuenta las andanzas de un tipo deseoso de escribir un cuento navideño que resulte todo un éxito, y en ello se suceden las referencias literarias, como la de Charles Bukowski, que aparece cobrando la facha de un cartero (tuvo ese empleo en la realidad) borracho disfrazado de Papá Noel. En este sentido, Jesús Ferrer, desde las páginas de LA RAZÓN, el 26 de noviembre, hablaba de que se trataba de “un cuento de Navidad sin buenismo navideño”, de un ejercicio metaliterario –surgían también Dickens, Hoffmann o Shakespeare– sin carga moral, como pretende el protagonista, en una “historia plagada de hilarantes situaciones y mordaces despropósitos”.

Porta, de esta manera, se alejaba de una literatura fundamentada en las buenas intenciones, de alcance simbólicamente ético, en el extremo de Escapa, en cuyo primer cuento, titulado “Ceniza”, se lee: “Yo veía un ángel de piedra esculpido sobre la cornisa de un edificio altísimo, muy pálido y muy sereno. Con las alas abiertas parecía a punto de elevarse de esta tierra. Y sentí que tiraba de nosotros hacia arriba, y de una farola que, junto a la boca abierta de la alcantarilla, tenía la luz temblona. Confundido por los titubeos del farol, tuve la impresión de que el ángel movía los labios”. Es la confusión entre ensoñación y realismo que da para tantos cuentos de fantasía o ilusión, y que hubiera agradado a un escritor que tanto escribió sobre la Navidad como G. K. Chesterton.

De este se vuelve a publicar, en edición ampliada, «El espíritu de la Navidad» (Renacimiento), recopilación de diversos textos relacionados con el pudin, el pavo, Papá Noel, los regalos. Estamos ante artículos que en su día aparecieran en la prensa e, incluso, poemas sobre la Natividad o los Reyes Magos, e incluso un sainete llamado “El pavo y el pavor”. “La Navidad y la salud suelen ser antagónicas, y yo desde luego me pongo de parte de la Navidad”, dice a partir de una afirmación hallada en un periódico que le desconcierta y a partir de la cual nos regala un pensamiento acorde con su filosofía de vida: llevar la contraria para que todos nos toleremos y hermanemos jugando con las palabras y sintiéndonos niños. Éstos serían realmente los garantes de la Navidad, de la que se decía ya su tiempo que estaba en declive. Chesterton lo niega aduciendo que la tradición gana a todo lo demás y que, en realidad, los padres no decimos a los hijos que Papá Noel no existe porque… nosotros mismos no lo sabemos.

Publicado en La Razón, 24-XII-2022