martes, 13 de febrero de 2024

Entrevista capotiana a Andrés Navarro

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Andrés Navarro.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El Palmeral de Skoura, a los pies del Atlas, en Marruecos.  

¿Prefiere los animales a la gente? Bueno, el hombre es un animal… En el centro de recuperación de primates de la Fundación MONA, en Montornés del Vallés (Girona), hay una hembra de chimpancé que criaron como a una niña consentida en una familia humana. Al crecer dejó de hacerles gracia y se deshicieron de ella. Cuando llegó al centro, rechazaba con asco las verduras crudas. Sólo quería pizza y refrescos, no hablaba la lengua de los chimpancés… Algo similar sucede con cualquier animal humanizado. Esa operación los aniquila por dentro. Sin embargo, como al gran Roberto Carlos, me gusta la gente dotada de algunas cualidades que suelen atribuirse a los animales. 

¿Es usted cruel? Si quiero, puedo resultar bastante hosco. Cruel sólo sin querer.

¿Tiene muchos amigos? Cercanos, cuatro. Cuatro y medio.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Prefiero dejar que me sorprendan.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? He creado expectativas equivocadas sobre alguno de ellos. Sólo con los muy cercanos resulta fácil formarse expectativas realistas. O no necesitarlas.

¿Es usted una persona sincera? Están las mentiras que se dicen por iniciativa propia y las que responden a preguntas a las que uno no quiere responder. Puedo mentir sin mucho problema cuando me hacen ese tipo de preguntas.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo en algún lugar con árboles.

¿Qué le da más miedo? Mis convicciones.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Coincido con Capote: cualquier maltrato a niños o tortura a animales. Cualquier maltrato.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Pescador de caña, asceta callejero, senador o alguna otra actividad capaz de traducir la inacción en sustento.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Nado.

¿Sabe cocinar? Preparaba unos espaguetis a la putanesca épicos antes de dejar el gluten.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Aunque ya se han escrito libros interesantes sobre ambos, no me importaría indagar en la vida de Wisława Szymborska o de Carlos Martínez Rivas.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Nosotros.

¿Y la más peligrosa? Ellos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Pero no me enorgullece… Qué va, ningún instinto homicida o suicida.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? En política cristiano, en lo demás laico.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Algo que viva con poco y resulte inofensivo si no se lo molesta… Un cactus.   

¿Cuáles son sus vicios principales? A veces hago lecturas maniqueas de libros, películas, personas… La tolerancia acrítica con casi cualquier obra de ciencia ficción, aunque se trate más de una debilidad que de un vicio. Los viajes de LSD, que no he probado, los reservo para la vejez.

¿Y sus virtudes? Una es no hablar de ellas.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Un volante, un salpicadero, una carretera serpeante entre campos color ocre. Es decir, algo parecido a una secuencia de Abbas Kiarostami. Ese sería un buen final.

T. M.