Un buen día, Daniel Defoe llevó su visión periodística-literaria al límite al publicar “Diario del año de la peste", la crónica en torno a cómo la peste bubónica de 1665 había acabado con más de cien mil personas, una tragedia que los londinenses aún recordaban. Sin embargo, el autor de “Robinson Crusoe” contó la presunta verdad –se incluían estadísticas, ordenanzas políticas, declaraciones de médicos– mintiendo, haciendo pura literatura, si bien con una apariencia de exactitud informativa. Todo lo cual hizo que muchos leyeran esa ficción como un relato histórico a rajatabla.
Siglos más tarde, algo parecido hará Albert Camus, cuya novela “La peste” (1947) destacó en la lista de ventas, durante algunas semanas del 2020: la estadística la explicó el coronavirus, el cual hizo revivir esta obra que versa sobre una población acosada por una epidemia. Contaba la historia de unos doctores consagrados a labores humanitarias en la ciudad de Orán, en un momento en que esta es azotada por una plaga terrible. Todos los integrantes del argumento, desde los médicos hasta los turistas, son el vivo reflejo de las reacciones humanas que aparecen cuando una peste se extiende dentro de una determinada población. Un argumento quizá basado en la epidemia de cólera que Orán padeció en 1849 tras la colonización francesa.
Estos dos libros volvieron a la actualidad editorial empujados por el impacto de la Covid-19, al tiempo que fueron apareciendo novedades como “Vacunas, verdades, mentiras y controversia” (Capitán Swing, 2021), del danés Peter Gøtzsche. Con él, el lector pudo conocer, por ejemplo, la importancia de la vacuna de la viruela, que antes había matado a quinientos millones de personas. Lo importante en este contexto, empero, más allá de la evidencia de que la vacunación ha traído salud y una esperanza de vida sin igual a lo largo de la historia, es el hecho de que Gøtzsche, como decía en el prólogo Francisco Salmerón, responsable de vacunas de la Agencia del Medicamento durante veinticinco años, ponía en todo ello un enfoque realista. Lo hacía analizando la dimensión comercial ligada a este mundillo que a veces se aleja de la verdad objetiva e incluso propende a una falta de ética obvia y retorcida. En otro prólogo, además, Enrique Gavilán, afirmaba que los principales problemas de la sociedad actual son el exceso de información y el miedo.
Historia como historia natural
Estos dos asuntos están tan estrechamente ligados que libros como el de Gøtzsche ayudan a adquirir conocimientos farmacológicos útiles, reforzando la idea de que es absurdo estar a favor o en contra de las vacunas, sino que simplemente cabe pensar que algunas son necesarias, otras prescindibles y en otras existen dudas razonables, y que incluso su efecto y recomendación varía según las circunstancias de cada persona o población. Pues bien, en un plano más histórico, aparece ahora “Cuerpos extraños. Pandemias, vacunas y salud de las naciones” (traducción de Efrén Del Valle Peñamil), de Sir Simon Schama, miembro de la Excelentísima Orden del Imperio Británico y profesor de Historia del arte en la Universidad de Columbia.
Del mismo autor –que también es crítico de arte y ha sido guionista y presentador de cincuenta documentales televisivos sobre arte, historia y literatura– ya la editorial Debate publicó su impresionante “Historia de los judíos” en dos gruesos volúmenes y otro trabajo mastodóntico titulado “Ciudadanos. Una crónica de la Revolución francesa”. De tal modo que estamos ante una autoridad en el ámbito de la investigación histórica, lo que se vuelve a constatar con su nuevo trabajo. “Al final, toda la historia es historia natural”, dice al comienzo del libro, aludiendo a cómo tituló Plinio el Viejo (en el siglo I) sus estudios, que su sobrino recopiló en treinta y seis volúmenes. Con esos abundantes datos, se podía “argumentar que la biología y la ecología, y la interacción entre ambas, son los condicionantes últimos del destino humano”.
Con esta premisa, Schama llega a la conclusión de que, analizando diez milenios de civilización humana, el ser humano siempre vuelve a la idea de que “los hechos que llenan millones y millones de páginas de historia documentada –guerras y revoluciones, el auge y caída de ciudades e imperios, delirios de fe, la acumulación y pérdida de riqueza– se han visto circunscritos por lo que le hemos hecho a la naturaleza y lo que ella nos ha hecho a nosotros”. El poder de los hombres podrá dirigir el mundo como sea, pero, ciertamente, lo que más interviene en la existencia humana son los imperativos bioecológicos. Y para ello, la ciencia, afirma, es nuestra mejor defensa.
Científicos judíos
Muy al comienzo de su obra, el autor coloca una cita del “Decamerón” (1353), en que Boccaccio puso a diez personajes a contarse cuentos para entretenerse mientras duraba un confinamiento producido por la peste bubónica que asoló Florencia en 1348. El poeta italiano describía las consecuencias, tanto físicas como psicológicas y sociales, de semejante epidemia, que destruyó la vida de alrededor treinta millones de personas en toda Europa. Con tamaño ejemplo, las anterior palabras de Schama cobran todo el sentido, más cuando recuerda cómo en marzo de 2021, cuando ya se había llegado al decimotercer mes de la COVID-19, la llegada de la primavera, con el florecimiento de la vegetación y el periodo de mayor actividad animal, hizo que “la desolación de las ciudades, el silencio lúgubre de las calles y las plazas” quedaran compensados por el esplendor de la naturaleza, siquiera en los parques o jardines circundantes o al mirar el vuelo de las aves.
El enfoque de Schama frente a lo epidémico y cómo esto afecta a las sociedades y naciones es diverso: examina cómo el miedo a la propagación de enfermedades y a la muerte, propia o colectiva, hace que los gobernantes a menudo intenten culpabilizar a otros, ya sean extranjeros o judíos. Por ejemplo, el autor cuenta que, en el siglo XIV, se decía que la peste era producto de que los judíos hubieran envenenado pozos de agua potable a los que acudían los cristianos, lo cual llegó tan lejos que incluso hubo al respecto juicios y ejecuciones en Alemania. También, aparecerán en estas páginas casos más cercanos y conocidos, como los barcos que se ponían en cuarentena a fines del siglo XIX al llegar a Nueva York, por llevar pasajeros enfermos de tifus que huían de los pogromos del este de Europa.
Pero también fueron judíos algunos de los científicos que más cosas aportaron a la investigación de los virus: muy en especial Waldemar Haffkine, un estudiante judío que, de ser pistolero en Odesa, acabó como microbiólogo en el Instiuto Pasteur. Fue de tal calado su trabajo que en Inglaterra se le llamó «salvador de la humanidad» por idear un sistema de producción masiva de vacunas en Bombay, lo que condujo a inmunizar a millones de personas contra el cólera y la peste bubónica. Un suceso este que tal vez está muy lejos de lo que ocurrió hace escasas fechas, cuando se generó toda suerte de criterios diferentes para luchar contra la Covid, añadiéndose luchas empresariales en el mundo farmacéutico que separó o enfrentó a las gentes y a los países en lo que debería haber sido un desafío absolutamente común.
Publicado en La Razón, 21-I-2024