«Si el hombre no está contento de la situación en la que se encuentra, puede cambiarla de dos maneras: o mejorar las condiciones de su vida, o mejorar su condición moral. Lo primero no siempre está en su poder, lo segundo siempre está en su poder», apuntó Lev Tolstói en “El camino de la vida”. Y en efecto, como ya apuntara un pensador al que tanto admiraba el autor ruso, R. W. Emerson, la vida es esencialmente un fenómeno moral, y esto debería ser «inmediatamente inteligible para todos»; de hecho, según el autor bostoniano, una visión moral tendría que ser una deseable primera enseñanza, como escribió en «La conducta de la vida». El problema sería el aislarse del control de los Estados que pretenden imponer su interpretación de la moralidad.
A este concepto se ha consagrado Juan Antonio Rivera (Madrid, 1958), licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense y autor de trabajos tan estimulantes como “Lo que Sócrates diría a Woody Allen” (Premio Espasa de Ensayo 2003). Así, en “Moral y civilización” nos propone un examen de lo que significa la moral a efectos sociales e históricos de lo más interesante, en el que cabe la guerra y la ciencia, la política y la ciencia, la religión y la democracia. Y, sobre todo, otro concepto fundamental: el respeto. Este término es fundamental para el estudioso, que acuña la expresión “moral del respeto” –“hecha para que dos individuos que no se conocen de nada puedan tratarse entre sí sin ocasionarse daño”, dice–, que al fin y al cabo hizo posible que el ser humano se civilizara desde que dio sus primeros pasos en la tierra.
Dicha moral tendría un componente altruista, de tal modo que Rivera se dispone a contarle al lector “cómo la moral cálida, tribal (la ética de la sabana) (…) dejó que entre sus entresijos creciera una moral fría (la ética de la civilización), bien adaptada a la gran dimensión de las sociedades en las que ahora vivimos”. Esta “moral cálida” ocupa la primera parte de un libro que no deja de asombrar por los casos que cuenta y los datos que revela, y al que le sigue lo relacionado con esa “moral fría”. Todo orientado a mostrar cómo las sociedades se fueron haciendo cada más vez grandes y complejas, desde parámetros que van del campo biológico hasta el legislativo, pasado por asuntos relativos a las diferentes culturas y a lo que podríamos considerar el acentuado individualismo que, según el autor, surgió en Europa Occidental al final del Imperio romano; algo que puede ser compatible con aquel altruismo inicial que nos caracterizó como criaturas que empezaban a compartir recursos y espacios para lograr la mera supervivencia.
Publicado en La Razón (pág. 32), 10-II-2024