lunes, 2 de diciembre de 2024

La editorial Planeta, testigo protagonista de la narrativa española


A lo largo de estos últimos tres tercios de siglo, la editorial Planeta ha sido protagonista de lo que ha dado la historia reciente de la literatura española, tanto en general por medio de sus diversos sellos como a propósito del celebérrimo premio. La editorial sería claves para la consagración de la nueva relación entre el editor, el autor y el lector, ejemplificada con el primer gran éxito de Planeta, “Los cipreses creen en Dios” (1953), de José María Gironella. En cierta forma, tanto la lista de autores que se iban incorporando a Planeta como las tendencias artísticas sucesivas irían formando una historia paralela de la literatura española de la segunda mitad de siglo xx.

Así, autores tan prolíficos como Gonzalo Torrente Ballester, Mercedes Salisachs o Francisco Umbral se hacen fieles a la editorial de José Manuel Lara, de igual manera que, una vez llegada la etapa democrática, Planeta se abre a nuevas voces que surgen con fuerza, como Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, o autores con libros de trasfondo histórico, caso de Juan Antonio Vallejo-Nájera, Juan Eslava Galán y, sobre todo, Terenci Moix, el escritor de más facturación para la editorial, con más de un millón de ejemplares vendidos de “No digas que fue un sueño”.

Ya en los años cincuenta estaba sucediendo la aparición de algunos escritores que iban a enriquecer un panorama literario algo mustio, la llamada «generación del medio siglo», cuyo realismo social ―el antecedente era “La colmena” (1951) de Camilo José Cela― llegaría a su clímax con obras “planetarias” como “Pequeño teatro”, de A. M. Matute. Esta, junto con I. Aldecoa, J. Fernández Santos, J. García Hortelano, Luis y Juan Goytisolo y R. Sánchez Ferlosio ―su novela “El Jarama” (1956) lleva al extremo dicha exploración realista― marcan un estilo que triunfa y del que se nutre la editorial Planeta el resto de la década.

Realismo y novela histórica

Sin embargo, la corriente realista estaba siendo demasiado explotada y el decenio de los sesenta la verá agotarse. En efecto, la publicación de un texto que rompe con todo, “Tiempo de silencio” (1962), de Luis Martín Santos, al lado de la explosión del “boom” latinoamericano al otorgarse el premio Biblioteca Breve a Mario Vargas Llosa por “La ciudad y los perros”, abre una nueva forma de entender la narrativa. Mientras, la literatura en el exilio sigue creciendo con autores tan relevantes como F. Ayala, R. J. Sender o Max Aub, algo ajenos al realismo de posguerra que se transformará a mediados de los sesenta con obras de los autores mayores: de nuevo Cela en continua renovación formal, pero también J. Goytisolo (“Señas de identidad”) y Miguel Delibes (“Cinco horas con Mario”). Nuevos recursos técnicos ―narrador subjetivo, uso de las tres personas, monólogo interior, lenguaje barroco― cristalizarán en la novela experimental de J. Benet “Volverás a Región” (1967) y de Goytisolo con “Reivindicación del conde don Julián” (1970). En este sentido, la editorial también acogerá a autores de corte más tradicional, como T. Luca de Tena, Luis Romero o J. M. Gironella, los cuales persisten en tratar la guerra civil española.

Así, en los setenta hallamos la consagración de una literatura más lingüística y menos atada a la trama, gracias a la paródica “La Saga/fuga de J. B.” (1972), de Gonzalo Torrente Ballester, al más lírico y doliente Francisco Umbral con “Mortal y rosa”, o a la estructurada “La verdad sobre el caso Savolta”, de E. Mendoza, estas de 1975. Y al final de la década, cuando Juan Marsé y Vázquez Montalbán alcanzan grandes logros narrativos con, respectivamente, “La muchacha de las bragas de oro” y la policiaca “Los mares del Sur”. Los ochenta suponen un encuentro certero entre actualidad literaria de calidad y Planeta: por un lado, “Volavérunt” (1982), del uruguayo Antonio Larreta, inicia una moda de novela histórica que el público apreciará mucho, con Vallejo-Nájera, Moix o Eslava Galán. Por otro lado, hay que notar el gran nivel literario de los más veteranos: Torrente con su divertida “Filomeno, a mi pesar”; años antes aparecían tres obras memorables: “Los santos inocentes”, de Delibes, “Mazurca para dos muertos”, de Cela, y “La sonrisa etrusca”, de un resurgido José Luis Sampedro. Asimismo, se sucederá el precoz éxito de Julio Llamazares o Soledad Puértolas en una de las épocas más estimulantes de ese periodo para la narrativa española.

En los noventa sucede la eclosión de Antonio Muñoz Molina y la fama inmensa de otros autores como Antonio Gala y Fernando Sánchez Dragó, o los televisivos Fernando Delgado y Fernando Schwartz; la presencia de pesos pesados como Vargas Llosa y Cela en nuestro siglo; el surgimiento de jóvenes como Ángeles Caso o Juan Manuel de Prada, pasando por un filósofo, Fernando Savater, y una periodista, Maruja Torres. En fin, ¿qué narrador importante no ha pisado Planeta?

Publicado en La Razón, 13-X-2024