martes, 8 de abril de 2025

La niñez mallorquina de una autora italiana

Larga es la nómina de literatos que se han sentido atraídos por la isla de Mallorca, y que además han hablado de ello en sus libros. A finales de 1906 Rubén Darío se instaló en esta tierra media docena de meses y más adelante, en 1913, regresó para instalarse en la Cartuja de Valldemossa. Esta localidad queda explícita en la fecha con la que se abre su relato autobiográfico, inacabado, El oro de Mallorca, pero también a la isla balear le dedicó poemas como «Vésper», que decía: «Ya la ciudad de oro / ha entrado en el misterio de la tarde. / La catedral es un gran relicario. / La bahía unifica sus cristales…».

Este es sólo uno de tantos ejemplos de autores foráneos que se quedaron prendados por el lugar, como refirió Marta Dominguez en un artículo para RTVE en 2022: «La isla que fue un imán para los escritores: Mallorca». En él, citaba además, a George Sand, Agatha Christie —lo cual le inspiró Problema en Pollensa—, Evelyn Waugh, Kingsley Amis, George Sand —que escribió Un invierno en Mallorca—, Anaïs Nin, D. H. Lawrence  o Robert Graves, que la visitaron en su juventud o decidieron quedarse a vivir. Este último llegó a Deià en 1929, y su rastro puede seguirse visitando la casa en la que vivió, pues se convirtió en un pequeño museo dedicado al escritor, que está enterrado en un cementerio mallorquín.

Menos conocido es el caso de la autora Fabrizia Ramondino (Nápoles, 1936-Gaeta, 2008), que empieza así una de sus obras: «Era el 13 de febrero de 1937. El cónsul Luigi Ferdinando Baldaro se disponía a partir hacia España para tomar posesión de su cargo en Mallorca. En el puerto de Nápoles, pintada de azul y blanco, una corbeta soñolienta se fingía barco de crucero; pero en realidad, con poderosos motores trucados conducía a Mallorca a la familia del cónsul y a un grupo de asesores y espías». La novela vio la luz originalmente en 2001 y ya la tenemos en español, además, con un prólogo de Daniel Capó, que destaca los asuntos que marcaron la literatura de esta autora: «la infancia y el recuerdo, la marginación y el exilio». Así, Guerra de infancia y de España (traducción de Celia Filipetto) está inspirado en un tiempo y un lugar familiares para los Ramondino. El padre de la escritora era, en efecto, un cónsul (del gobierno fascista italiano) en la isla balear que tuvo que abandonar España en el contexto de la Guerra Civil.

La impronta hispana es clara sólo empezar el texto, con un epígrafe del Quijote, que precede una larga narración protagonizada por Titita, cuya familia llega a Mallorca en una corbeta para asentarse en una casa de las afueras, Son Batle. La autora equilibra bien el contraste entre lo más angustioso, el mundo de los adultos amenazado con una guerra local y otra europea a la vista, con el otro mundo, el del interior de una chiquilla muy despierta que siente interés por todo lo que le rodea, ya sea el jardín de la villa donde vive o lo que tiene a bien enseñarle su niñera, al tiempo que descubre la naturaleza o personas de diferentes clases sociales.

El amor por su padre —que algún lector relacionará con el complejo de Edipo— y el trato difícil con su madre, la referencia a su querida abuela, residente en Nápoles… Todo se va desarrollando mediante este juego paralelo de niñez y peligro bélico en que Italia está destinada a quedar derrotada. Una deslumbrante Mallorca ve cómo crece la muchacha, y la novela deviene un gran fresco social que tiene, cual escenografía de teatro infantil, la mirada de un ser inocente que aprende a desapegarse de la edad más feliz. Con todo, lo trágico se asoma pronto al libro, cuando se aluda a una nodriza de Son Batle que exclama a su señora, en catalán: «Són tots morts… tots morts…, Jordi, Delfí, Joanet… Creu, Caterina, Jaume…», en referencia a una «matanza» ocurrida en el mes de agosto en la isla. Una Mallorca que, por el cargo del padre de la protagonista, se presenta con un gran abanico de personajes de diferentes estatus, de continuo estableciéndose el contraste entre las altas esferas, hipócritas y falsas, y aquellos que de modo auténtico persiguen la verdad de los hechos y la vida: los artistas; no tanto «los artistas ricos y famosos, nativos o extranjeros de paso, invitados a los salones de la ciudad», sino «aquellos más oscuros y extravagantes».

Publicado en Cuadernos Hispanoamericanosnº 894, marzo 2025