Aún con el reciente recuerdo de los extraordinarios Diarios (1862-1919) de Sofia Tolstói (Alba Editorial), que se sumaban a una serie de títulos que coincidían con el centenario de la muerte de Lev Tolstói, en 2010, llega la biografía de la esposa sacrificada por antonomasia, antaño denostada y hoy necesitada de justicia. La obra viene a cargo de Alexandra Popoff, una rusa que publicó esta biografía en Norteamérica y que ahora ha traducido Roser Berdagué. La guinda que le faltaba al pastel conmemorativo de Tolstói, sobre quien, meses atrás, habíamos leído libros firmados por parientes (su hija Tatiana), amigos de la época (Gorki), estudiosos de la vida y obra tolstoiana (Romain Rolland) o visitantes contemporáneos de la casa del escritor en Yásnaia Poliana (Mauricio Wiesenthal), entre otros.
Estas y otras novedades –y, por qué no, también la película La última estación (2009), basada en la novela de Jay Parini, que recrea los últimos días de Tolstói junto a sus allegados– nos llevan a obtener una visión completísima de lo sucedido en la finca del autor de Resurrección: un conflicto continuo, un sufrimiento exasperante, una labor artística sublime. Por parte de ambos miembros de la pareja, pues «Sofia, de hecho, era tan polifacética como su genial marido», dice la autora, que destaca las cualidades de la esposa en todos los ámbitos: como madre, ama de casa y enfermera, por un lado, y como fotógrafa, pintora y escritora (no sólo de diarios y memorias, sino de cuentos infantiles y novelas cortas, la primera de ellas escrita a los dieciséis años y admirada por Tolstói).
La cuestión controvertida es que «los documentos relacionados con Sofia eran inaccesibles a los investigadores», asegura Popoff, quien tuvo acceso a ellos después de que estuvieran guardados durante ocho décadas en unos archivos. Buena culpa de ello la tuvo el fanático discípulo Vladímir Chertkov, quien apenas dejó que Sofia visitara a su marido en su lecho de muerte de la estación de tren de Astápovo, en Riazán –donde había acabado tras huir de casa la noche del 28 de octubre de 1910 dejando una nota en la que confesaba el deseo de «apartarse de la vida mundana para vivir en paz y recogimiento»–, y difamó a la mujer, convirtiéndola en malvada para hacer de Tolstói un mártir. De ahí que «los falsos conceptos en relación con Sofia pasaron a la mayoría de biografías y conformaron lo que sabemos de Tolstói».
Inevitablemente, una biografía de Sofia Bers (su apellido de soltera) tiene que ser a la fuerza también la de Tolstói, pues ella se encargó de administrar sus bienes, hacer copias de sus obras e incluso hacer de editora –con mucho éxito, por cierto, algo que Tolstói le recriminó, por increíble que parezca–, y cuidar a solas de su numerosa prole. La biógrafa subraya que a Sofia se la conoce más por haberse opuesto a los deseos del escritor que por haber colaborado con él, al tiempo que enfatiza el modo en que la convivencia constituyó una constante inspiración para la labor literaria de Tolstói. En todo caso, ya desde muy pronto, para Sofia, cuando contaba treinta y cinco años, Yásnaia Poliana es algo así como una cárcel en la que no existía «el ocio ni la frivolidad»; de hecho, «Sofia se cargaba de más tareas de las que era capaz de hacer, ya que manteniendo ocupados todos los minutos del día, podría vencer la sensación de incertidumbre», supone Popoff.
En el libro no dejamos de ver a un Tolstói ingrato y desagradecido que se queja de todo y prefiere pensar en altos retos relacionados con los derechos humanos, tan «fáciles» de concebir, que en entregarse a lo verdaderamente difícil e importante: la organización de la casa y la educación de los hijos. Sofia buscó comprensión y apoyo moral, pero se topó con la ira del león solitario, de un hombre jamás satisfecho. Ni siquiera frente al éxito universal de Guerra y paz o Anna Karénina: todo lo contrario; Tolstói se hunde en la depresión, se cristianiza amando al prójimo pero olvidándose de la gente con la que comparte techo, pregonando austeridad pero derrochando en purasangres: «Sofia se daba cuenta de que aquel ideal de Tolstói centrado en el amor a la humanidad había destruido la felicidad familiar». A estas y otras muchas contradicciones ha seguido el rastro Popoff, y el resultado dignifica, bien merecidamente, la figura de Sofia.
Publicado en La Razón, 17-XI-2011