Para este amante de los dragones, los teclados musicales y las novelas de aventuras decimonónicas, 2011 no está siendo un año cualquiera: se celebra un decenio desde que viera la luz una obra que se iba a convertir en uno de los fenómenos editoriales más importantes de todos los tiempos: La sombra del viento. A su vez, Carlos Ruiz Zafón llevaba otros diez consagrado a la literatura tras un debut exitoso en el mundo de la literatura juvenil, con El príncipe de la nada, a la que siguieron El palacio de medianoche y Las luces de septiembre. Atrás quedaba su licenciatura en periodismo y su trabajo como creativo en una agencia de publicidad. Empleos estos que, junto con el de guionista en Los Ángeles en los años noventa, iban a cimentar su modus operandi literario.
Y es que todo el que se enfrenta a un público adolescente o uno que busca una imagen instantánea sabe qué resbaladizo y difícil territorio pisa: has de impedir que el joven lector tenga la ocasión de apartar la mirada; hay que atraerlo con intensidad, fuerza y misterio. Ese aprendizaje sería clave para el autor barcelonés, que consiguió ver publicada La sombra del viento gracias a la insistencia de Terenci Moix –el libro había sido presentado al premio Fernando Lara 2000–, que vio las virtudes de una historia que englobaba lo mejor de las novelas de entretenimiento: trasfondo histórico, lejano en el tiempo y a la vez próximo a la sensibilidad del lector actual (año 1945), ambiente enigmático (el llamado Cementerio de los Libros Olvidados, en el corazón de la ciudad vieja) y hallazgo de un objeto casi mágico (un libro que llevará al joven protagonista a una serie de descubrimientos intrigantes).
Semejante combinación es hoy en día sinónimo de «best-seller». Tanto es así que, desde la eclosión de La sombra del viento, muchos escritores han querido asimilar, en vano, las virtudes novelescas de Ruiz Zafón. Pero la fórmula del éxito es indescifrable: mezcla talento artístico y suerte, duro trabajo y capacidad de conexión con los gustos del público. Stephen King, que de esto sabe de sobra, elogió esta «novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas». El éxito volvió a repetirse con El juego del ángel (2008); y así volverá a ocurrir, quién lo duda ya, con El prisionero del cielo a partir de hoy mismo.
Publicado en La Razón, 17-XI-2011