En
1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la
autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama
1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Víctor del Árbol.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si no tuviera que ser un espacio
físico, creo que me bastaría vivir dentro de mi mente. Si debe ser un lugar
concreto, el museo del Prado me serviría.
¿Prefiere
los animales a la gente?
No somos tan diferentes. Pero a veces
sí. Sobre todo con los perros.
¿Es
usted cruel?
En ocasiones con el tipo que veo en el
reflejo del espejo al mirarme.
¿Tiene
muchos amigos?
¿Quién los tiene? No, la verdad es que son muy pocos.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
Que sean leales conmigo. Esto es que me
digan lo que ellos ven y yo no.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
Nunca. A veces pueden entristecerme, pero no
decepcionarme.
¿Es
usted una persona sincera?
Todo lo que puedo ser. Intento dejar
una puerta abierta a la sinceridad incluso cuando miento.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
No tenerlo. Siempre hay un libro, un
capítulo que escribir o un lugar al que ir.
¿Qué
le da más miedo?
La sinrazón cuando se vuelve colectiva.
En lo particular, ciertos momentos en los que siento ganas de tirarlo todo por
la borda y marcharme a un lugar ignoto sin dejar señas.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo convertido en moneda común y la tolerancia con
esa actitud.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser nómada, viajar a lugares donde haya
pisado poco el hombre y aprender a tocar el saxofón. Vivir con eso.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Sí, intento nadar, hacer bicicleta,
cosas que me ayuden a quemar el exceso de preocupaciones.
¿Sabe
cocinar?
Definitivamente, no.
Si
el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría?
Si fuese un personaje de ficción, creo que elegiría a
Meursault, el protagonista de El
extranjero (A. Camus). Siempre he pensado que lleva dentro lo que es, todavía
hoy, Occidente. Si fuese un personaje real, intentaría acercarme al hombre que
ha sido mi padre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dios (con mayúscula).
¿Y
la más peligrosa?
dios (con minúscula).
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero se me pasa pronto.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Aquella que no considera el Poder como algo propio sino
como una cesión de soberanía popular y no patrimonialista. Con raíces
profundamente humanistas. Aún creo en aquello de Igualdad, Fraternidad y
Libertad. Pero no milito en ningún partido.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Algo que se acerque al proyecto que un
día imaginé que sería. Cualquier hombre libre me sirve.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
Los que no puedo confesar y alguno que no necesita ser
redimido. El tabaco me mata.
¿Y
sus virtudes?
Las que surgen en los momentos de verdadera necesidad. Y
algunas cotidianas.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
Mi padre volviendo de un largo viaje
con un traje gris, su caricia mientras yo me finjo dormido. Una puesta de sol
en las pirámides de Tikal, hace muchos años. Algunos besos, mi compañera Lola
diciéndome: “No se te ocurra mencionarme en tus entrevistas”. Un río, paz.
Silencio. Por fin.
T.
M.