Fue hace unos pocos domingos.
Paseaba hacia el mar, perdido por las calles de Poble Nou, barrio algo más
dignificado que el que recuerdo de niño, cuando era un lugar espantoso, páramo
de fábricas grises y sospechosas, aceras con delincuentes y locales nocturnos
sórdidos que tuve a mal visitar en la juventud. Me pregunté, en ese paseo
inocente, mañanero, de turista en la propia ciudad de uno, por qué alguien
pondría en la pared de una fábrica el nombre de uno de los escritores más raros
del siglo XX, un suicida al que le dediqué un párrafo en mi libro El gran impaciente. Suicidio literario y
filosófico. Aunque tal vez todo se comprenda al saber que el autor pudo
caminar hace casi cien años por las mismas calles que yo pisé.
1919 A los 32 años, el poeta
estadounidense de origen francés Arthur
Cravan, seudónimo de Fabian Lloyd, desaparece en las aguas del Golfo de
México a bordo de un velero. Durante la guerra había viajado por Europa central
con pasaportes falsos, instalándose en Barcelona en 1916 para dirigir una
academia de boxeo y, luego, desafiar en Madrid al campeón del mundo de los
pesos pesados, Jack Johnson, quien le tumbaría en el primer asalto. Esta
extravagante vida hallará estabilidad al regresar al año siguiente a Norteamérica
y conozca a la poeta Mina Loy, con la que se casará y tendrá una hija. Pero
todo empeora y Cravan acaba viviendo en la indigencia.