viernes, 10 de mayo de 2013

Entrevista capotiana a Lorenzo Luengo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lorenzo Luengo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Supongo que la muerte.
¿Prefiere los animales a la gente?
En realidad, prefiero los animales disecados a la gente. Disecada o no.
¿Es usted cruel?
Yo no, pero mi imaginación sí lo es.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, desde mi más tierna infancia: la mayoría imaginarios.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me sepan decepcionar.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Claro, ¿para qué están los amigos?
¿Es usted una persona sincera? 
Sinceramente, no. Pero tiendo a pensar que la sinceridad es el modo en que hemos dado en llamar al arte de engañar a nuestros semejantes más de lo que nos engañamos a nosotros mismos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
La mera idea de “tiempo libre” me hace pensar en la existencia del concepto opuesto de “tiempo prisionero”: maravilloso, lo imagino como un período maligno, una trampa iónica... que en mi caso sólo tiene lugar mientras duermo.
¿Qué le da más miedo?
Dormir, sinceramente.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La literatura sin estilo y sin forma, todo fondo, como un abismo. El estilo es una cuestión ética y quien carece de una cosa carece también de la otra.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En realidad, no es algo que haya decidido, como tampoco decidí tener el cabello oscuro. Pero siempre he pensado que, de no haberme dedicado a escribir, me hubiera gustado ser el líder de una secta fundamentalista o de una religión multitudinaria.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ninjitsu. Y en el tenis soy indestructible.
¿Sabe cocinar?
Me gusta mezclar colores, lo cual, me temo, es lo que más se le aproxima.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Verá... Hace algún tiempo, cuando vivía en Edimburgo, vi entrar en un bar en el que me encontraba con una amiga a un individuo bastante apuesto, bastante borracho, de unos sesenta o setenta años, que, tras recorrer de un vistazo el interior del local desde la puerta, se dedicó a ir de mesa en mesa preguntando a todas las chicas guapas que había detectado allí si querían acostarse con él. Todas rehusaron su ofrecimiento con una media sonrisa, sin saber muy bien cómo responder a aquello, pero aquel hombre se había mostrado tan encantador y a la vez tan ingenuo que ninguna se sintió realmente ofendida. En vista de su fracaso, pero también sin perder la sonrisa, el hombre se encogió de hombros, miró a un lado y a otro, se dirigió a un piano algo destartalado que había en una esquina y, tras observarlo afectuosamente como a un perro favorito, posó las manos sobre el teclado y procedió a arrancar a sus cuerdas tal torrente de emociones que literalmente hizo enmudecer el local. En aquel lugar y en aquel momento amé a ese tipo con toda la dicha y el dolor que es capaz de albergar el corazón de un hombre: la dicha por la bondad profunda del ser humano y el dolor por todo cuanto contribuye a que esa bondad sea tan a menudo aniquilada y destruida. Me encontraba todavía en ese estado de feliz estupor cuando reparé en que una de las chicas a las que aquel tipo había abordado un minuto atrás dejaba de lado su libro, cerraba los ojos con una sonrisa beatífica y suspiraba profundamente, envarándose en la silla, como traspasada y empalada por la música. Bien, de modo que aquel hombre no sólo se estaba desnudando ante todos nosotros: también estaba poseyendo a todas las mujeres que le habían rechazado hacía un momento, una por una y a todas al mismo tiempo, pues ahora no tenían más remedio que escucharle transidas y con la boca abierta, temblando ante el talento, ante la gracia insospechada, incapaces de zafarse de su abrazo. Nunca he olvidado aquel regalo de las circunstancias, y siempre he esperado la oportunidad de escribir unas líneas sobre aquel personaje inolvidable... algo que, a decir verdad, acabo de hacer ahora, aunque esto no sea el Digest.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Viendo como están las cosas, diría que “apocalipsis”.
¿Y la más peligrosa?
Diría que “sesquiáltero”, pero me quedaría con “domingo”, sin duda. Estoy seguro de que los domingos matan más gente que las guerras.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero sólo para documentarme.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tendencias políticas, tendencias homicidas... Asociaciones de ideas aparte, supongo que a estas alturas todo el mundo se habrá dado cuenta de que la política es ambidiestra, en todos los sentidos de la palabra, y, por si con eso no basta, diré que rechazo el ejercicio de la fuerza y el poder de las mayorías en general tanto como el de las minorías que dicen representar a cualquier mayoría en particular. Me gustaría pensar que la democracia puede verse sustituida en algún momento por una aristocracia intelectual que, entre otras supersticiones, eliminaría la superstición del voto, pero creo que hasta ese selecto grupo de genios terminaría también por corromperse. En realidad, cambiaría de buena gana todo gobierno humano por un espejismo de teocracia basado en las respuestas y trasposiciones del I Ching.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Silencio.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Todo cuanto me aleja del estado de buda.
¿Y sus virtudes?
Mi capacidad para representar mentalmente complejos mandalas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Deshacer este nudo, maldita corbata, ¿cómo salir de esta vuelta?, ¿por qué acepté ir a esa boda?
T. M.