sábado, 11 de mayo de 2013

La oralidad literaria


“Desciende, río invisible”, decía Baudelaire en uno de sus versos de “Las flores del mal”, lo cual podríamos relacionar con la invisibilidad de la tradición literaria oral, con esos ríos de creaciones poéticas y narrativas universales que darán al mismo mar y que ha estudiado el helenista, filólogo y académico Francisco Rodríguez Adrados, que acaba de cumplir noventa y un años en plena forma intelectual. Al lado de ese río descendente, imparable, ha estado el hombre, presenciando desde los cantos de Homero a las andanzas de Don Quijote. Pues bien, a ese larguísimo periodo se consagra Rodríguez Adrados, recorriendo la Tierra a través de los ríos literarios que empapan la literatura egipcia antigua, la sumeria, la semítica, la anatolia, la indoeuropea y, muy en especial, la griega y la latina, más la indoirania, la bizantina y la eslava, sin olvidar las literaturas del Occidente de los siglos VIII-XVI.

Este impresionante abanico de etapas estudiadas nace, según sus propias palabras, con el objetivo de “hacer una teoría total del nacimiento, crecimiento, culminación, decadencia y muerte de las lenguas y Literatura y, luego, del surgimiento de otro u otros ciclos. Seguir el paso de la literatura oral a la escrita y la caída de ésta”. El profesor salmantino sostiene que, a la hora de realizar una historia de la literatura en su conjunto, hay que conocer la literatura oral en diferentes lugares del mundo, y que dicha literatura guarda “su propia vida, sus propias expectativas”; explorar diferentes civilizaciones a la busca de rasgos comunes que hagan de esos hombres junto al río seres destinados a la creatividad, a versos cantados o recitados. Por algo dijo Chesterton, en uno de sus geniales artículos de “El acusado”, que publicó la editorial Renacimiento el año pasado: “Los hombres vivieron durante siglos entre montañas poderosas y bosques eternos hasta comprender que eran poéticos”.

Tal comprensión por las propias posibilidades de verbalizar visiones y sentimientos, que distinguiría al humano del mero animal, se vincularía tanto al dominio del lenguaje como a las celebraciones o rituales funerarios o espirituales; en una palabra, a la “Fiesta, propia sólo del hombre”. Rodríguez Adrados cita diversos ritos en los que “presente y pasado se funden, bien en la danza y el canto, bien en la evocación y representación dramática de los antepasados y su ambiente mítico”. Un tema que el autor ya había tratado en “Fiesta, comedia y tragedia” (1984) y que ahora le sirve como pretexto para demostrar la importancia de “los precedentes de la literatura expresada en palabras”, haciendo notar que esos orígenes de la literatura popular, acompañados de baile y música, se desarrollaron hacia el concepto de autoría individual, tan alejado de la literatura que hermanaba a un mismo pueblo al ser portadora de unas emociones comunes.

Mención aparte merecerían los dos apéndices del libro, uno dedicado a la “cultura humanística y cultura televisiva” y el otro a la “literatura y crisis de las humanidades”. Rodríguez Adrados quiere redondear su estudio histórico con reflexiones de gran actualidad, lo que hace de él un investigador comprometido con su tiempo, crítico con el declive humanístico que nos envuelve y la irrupción del marketing y del divertimento vacuo en nuestro entorno editorial; son páginas muy valientes, en la línea del Germán Gullón de “Mercaderes en el templo de la literatura” (2004) o del Mauricio Wiesenthal denunciador, en sus conferencias y libros, de la erosión de los valores culturales que cimentaron la vieja Europa. Rodríguez Adrados tiene esa misma juventud de ideas, esa sapiencia tan difícil de ver hoy en día en un tiempo de especialización extrema por parte de los profesionales de divulgar los conocimientos literarios.

Fiel a su larga andadura como helenista, el estudioso dedica un tremendo grueso de páginas a la literatura griega, en sus distintas fases y áreas sociales; de ahí que al “El río de la literatura” también se asomen la filosofía, la ciencia o la política. Nada de lo humano le es ajeno al académico, como reza el tópico, si le sirve para contextualizar la Grecia de la época arcaica, los nuevos géneros cristianos o las circunstancias que rodearon al ingenio de Shakespeare y Cervantes, escritores que simbolizan “un cambio importante en la historia total”. Mirando hacia atrás, concluirá, los ríos serán solamente uno: el de Sumeria hasta el mundo de hoy: “Un conjunto basado en Literaturas que se interrumpen, continúan, se sustituyen unas a otras cuando algunas caen. Resulta, después de todo, una especie de unidad. Y eso que están habladas y escritas en lenguas diferentes”.

Publicado en LaRazón, 9-V-2013