En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la
autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y
brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones,
deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente
«entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luisa
Valenzuela.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Dado
que la existencia del Aleph borgeano es asaz dudosa, elegiría Manhattan: lo que
más se le aproxima.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende.
Hay animales que son casi gente y mucha gente que son unos animales. Mis
preferencias oscilan a diario.
¿Es usted cruel?
Implacable en y con mi literatura. En la vida cotidiana,
todo lo contrario, sólo mato mosquitos, ni siquiera cucarachas o arañas.
¿Tiene muchos amigos?
De a ratos sí y de a ratos no; depende de mi
estado de ánimo. No para tenerlos sino para jerarquizarlos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La sinceridad, cosa bien peligrosa.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque si me decepcionan ya no son más mis
amigos.
¿Es usted una persona sincera?
Me
temo que sí; no es lo más conveniente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Desocupadamente.
¿Qué le da más miedo?
¿Qué le da más miedo?
El miedo; tener miedo, congelarme ante el peligro.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La pedofilia, la tortura, la capacidad de crueldad
del ser humano. Y también la imbecilidad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Físico-matemáticas.
O alfarería.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino,
camino, camino; no llego lejos ni llego, y eso está bien. Y hago yoga
ecléctico, una disciplina personal con la invalorable colaboración de mi profe.
¿Sabe cocinar?
No, pero he tenido una exitosa columna en un
suplemento gourmet titulada “Memorias de la Anticocina”.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi madre, pero la columna no tendría nada que
ver con lo que se espera del tema. Quienes conocieron a Lisa entenderán lo que
digo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Hope, no solo por
la tautología de su significado sino porque me recuerda a Bob Hope.
¿Y la más peligrosa?
Palabra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, todo el tiempo, pero tengo suficiente talento
como para sublimar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Hacia la izquierda del mapa, tratando de hacer
incómodo (para algunos) equilibrio.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¿Cosa,
como sinónimo de objeto? Una máscara ritual, no colgada en mi pared sino en
uso.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los aeropuertos. Me son nefastos pero necesarios.
¿Y sus virtudes?
El sentido del humor, la generosidad, la capacidad
de ponerme en piloto automático en los aeropuertos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un
salvavidas redondo y bien inflado. ¡O mejor uno buen mozo!
T. M.