El pasado miércoles 22 de mayo, en la Facultad de
Filología de Barcelona, se presentó un tomo que sirvió de celebración de una de
las editoriales más importantes de las últimas décadas en España, en el entorno
universitario y de la lectura de clásicos universales en general; un tomo que
tiene conexiones con la cultura autóctona más antigua, popular y
permanentemente actual. Se trata de “La Philosophía vulgar”, de Juan de Mal
Lara, volumen que ha elegido Ediciones Cátedra para un aniversario que alcanza
el libro número 725: y es que ya han pasado cuarenta años desde que se fundara
esta editorial madrileña, perteneciente al Grupo Anaya, en 1973.
A Inoria Pepe Sarno y José María Reyes Cano,
responsables de la edición, les ha llevado cuatro años de trabajo ininterrumpido
preparar este escrito, aparecido en Sevilla en 1568 y compuesto de 1001 dichos
glosados por Mal Lara, más los 300 que cita a lo largo de sus comentarios. La
introducción de 200 páginas y las 4.588 notas a pie dan una muestra de la
monumental labor, que pone al alcance tanto del estudioso como del lector de a
pie una colección que, pese a su castellano de hace cuatro siglos y medio, es
perfectamente asimilable; de hecho, es un aliciente más: “No ay parte en la
vida humana (…) en que el hombre no halle refrán para aprovecharse, quando
quisiere y lo huviere menester, o en letras o en aplicación”, dice el autor,
que extrajo información durante más treinta años de la Biblia, de fábulas,
cuentos y canciones, de pensadores grecolatinos, poetas italianos y obras españolas
tan importantes como el “Libro de Buen Amor” o la “Celestina”, así como de los
“Refranes en romance” de Hernán Núñez y los refraneros del Marqués de
Santillana.
De este modo, Mal Lara cita y comenta refranes que
organizó en “cartapacios” según una decena de materias: Dios, Hombre, Animal,
Tiempo, Mundo, Virtud, Arte, Natura, Necesidad y Fortuna, que a su vez dividió
en tablas con subtemas. Este proceder meticuloso demuestra la relevancia que
tuvo en la época el llamado género paremiológico, «del que tenemos noticias
desde la antigüedad empezando por Aristóteles, quien en su “Retórica”
consideraba el refrán como el resto de una antigua filosofía que se había
conservado entre las muchas ruinas por su brevedad y oportunidad», dicen los
editores. Muchos siglos después, los humanistas valorarían el refrán desde su
riqueza conceptual y su utilidad para la enseñanza; y Mal Lara, él mismo
docente, muy comprometido con lo pedagógico y lo moral-cristiano, buscará entre
lo erudito y lo vulgar (entiéndase, propio del vulgo) la manera enseñar
deleitando, como dice el tópico.
La obra estaba “dirigida al muy alto y muy poderoso
y muy cathólico príncipe don Phillippe, rey de las Hespañas, etc., nuestro
señor”, es decir, Felipe II, al que consagra varios poemas previos. Con el
visto bueno de la casa real y de los censores, Mal Lara llevó a una imprenta de
la calle Sierpes su libro, cuyo primer refrán –“A Dios rogando y con el maço
dando”– constituye para él todo un emblema de su singular dedicación: “Assí,
tomé este refrán como símbolo de todos mis trabajos en esta declaración de tan
varias materias, para poner delante assí mi trabajo como el mucho provecho que
se puede seguir de proseguir mi intento”. Sapiencia y prudencia, a su juicio,
son los elementos fundamentales de los refranes, a su vez hijos de la
filosofía.
El género, como explican Sarno y Cano, tendrá un
gran auge a partir de finales del siglo XV y durante el Renacimiento, cuando el
interés por la sabiduría popular queda reflejado en el libro “Seniloquim”, hoy
atribuido a Diego García de Castro, que reunió 497 refranes con glosas en
latín, y en otros volúmenes posteriores. El mérito de Mal Lara radica en
equiparar a los filósofos con un pueblo llano que “dezía él también cosas
altas, aunque disfreçadas en el lenguaje de sus proverbios y, digámoslo,
rústicos refranes”. El teatro, la poesía y la narrativa acogerán estas
expresiones del vulgo para retratar su tiempo; el ejemplo mayúsculo de ello,
cuando Cervantes ponga en boca del Quijote esta frase:
«Parece, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son
sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas».
Publicado en La
Razón, 29-V-2013