viernes, 9 de agosto de 2013

Pisando huellas de escritores

De un tiempo a esta parte, es de sobra conocido que el turismo, buscando ramificarse, también ha tocado el palo literario. Multitud de ciudades a lo largo del planeta contienen ecos de los grandes escritores que por ellas pasaron, con su consiguiente rentabilidad comercial, mayor o menor: desde una simple placa en la pared que recuerda que allí vivió una celebridad literaria hasta la réplica de las habitaciones que habitaron o incluso casas-museos que conservan sus objetos personales. Así, es posible entrar en las mansiones de Concord y Salem donde vivió Nathaniel Hawthorne, visitar la granja keniana en la que se instaló Isak Dinesen, antes de dedicarse a la escritura de “Fuera de África”, o conocer el paraje inglés que vería desde la ventana, en su casa natal en Stratford-upon-Avon, el mismísimo Shakespeare.

Los escritores que el tiempo ha tildado de clásicos tienen, pues, un atractivo para el viajero o el turista, y este viajero es muy frecuentemente otro escritor. Por ejemplo, entre los nuestros, destaca sobremanera Mauricio Wiesenthal (1943), que con sus memorias personales e intelectuales “Libro de réquiems” y “El esnobismo de las golondrinas”, ofreció hace escasos años una investigación romántica y completísima de aquellos lugares en los que respiraron y crearon sus autores europeos más admirados: ciertos cafés, hoteles, cementerios, jardines y calles. Y algo así hace Fernando Savater en “Las ciudades y los escritores” (editorial Debate), pero con un estilo y unas pretensiones pedagógicas, y tan sencillas como rigurosas y concisas en su información.

De hecho, en el prefacio Savater apunta que el libro es resultado de toda una aventura: una serie de viajes por Europa y América para preparar unos programas televisivos. Por ello, el volumen es casi tanto un reportaje y una guía viajera como un texto de carácter histórico y de reflexión literaria. Lo cual queda enfatizado por las entrevistas que aparecen en cada ciudad a destacados narradores, prestigiosos profesores universitarios o lugareños propietarios de restaurantes y librerías. De tal forma que, hablando de la Florencia de Dante, aparece Savater dialogando con Mario Vargas Llosa; cuando toca visitar la Bretaña de Chateaubriand, el entrevistado es Jorge Edwards; o si hay que recorrer la populosa México D.F. para seguir las huellas de Octavio Paz, surge la voz de su compatriota Juan Villoro.

“Somos adictos a peregrinaciones devotas para ver los rincones y los cielos que contemplaron aquellos a quienes debemos tantos momentos de emoción y de iluminación”, afirma el autor de “Ética para Amador”; “Los comprendemos mejor y nos sentimos más cerca de ellos al conocer el marco, a veces ya muy deteriorado por el tiempo inmisericorde, en que transcurrieron sus vidas y se fraguó su escritura”. Ese es el ánimo que acompaña estos treces textos, perfectamente estructurados para que el viajero-lector obtenga un vistazo panorámico de la trayectoria del escritor y su vida e influencia en la ciudad que lo vio desarrollarse como artista.

De la mano de Savater, aparte de las ciudades y autores mencionados, se podrá entrar en el Museo Franz Kafka, en Praga, transitar por la Buenos Aires que vio hacerse ciego a Jorge Luis Borges, o saber bien el destino suicida de Virginia Woolf en los barrios londinenses en que se fraguó su talento literario. Aparecerá la famosa estatua de Fernando Pessoa en Lisboa y los castillos escoceses que rodearon la vida de Robert Louis Stevenson, las famosas cafeterías cerca del Sena donde coincidían Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus, el barrio de las Letras madrileño, con Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Francisco de Quevedo de fondo, la magia folclórica de Dublín y los sitios donde se hizo poeta W. B. Yeats, la arquitectura de Donostia en alusión a Pío Baroja y las dos pintorescas casas que se hizo construir Pablo Neruda, en Santiago de Chile y frente al mar, en Isla Negra.

El viaje entonces empieza con un libro, con una lectura, y se extiende para idolatrar al autor amado mediante un billete de tren, un ascenso a un avión, un paseo en la propia ciudad. En este sentido, Savater se sabe continuador de otros muchos escritores que también “emprendieron búsquedas semejantes por los lugares de origen de aquellos a quienes ellos consideraban mentores intelectuales”, pero no se avergüenza de lo que da en llamar “fetichismo”, pues al fin y al cabo, todo ello “es una forma perdurable de reconocer que, tanto ayer como hoy y sin duda también mañana, la literatura es una tradición cuyas raíces se hunden en la historia y en la geografía”.


Publicado en La Razón, 6-VIII-2013