De un tiempo a esta parte, es de sobra conocido que
el turismo, buscando ramificarse, también ha tocado el palo literario. Multitud
de ciudades a lo largo del planeta contienen ecos de los grandes escritores que
por ellas pasaron, con su consiguiente rentabilidad comercial, mayor o menor:
desde una simple placa en la pared que recuerda que allí vivió una celebridad
literaria hasta la réplica de las habitaciones que habitaron o incluso
casas-museos que conservan sus objetos personales. Así, es posible entrar en las
mansiones de Concord y Salem donde vivió Nathaniel Hawthorne, visitar la granja
keniana en la que se instaló Isak Dinesen, antes de dedicarse a la escritura de
“Fuera de África”, o conocer el paraje inglés que vería desde la ventana, en su
casa natal en Stratford-upon-Avon, el mismísimo Shakespeare.
Los escritores que el tiempo ha tildado de clásicos
tienen, pues, un atractivo para el viajero o el turista, y este viajero es muy
frecuentemente otro escritor. Por ejemplo, entre los nuestros, destaca
sobremanera Mauricio Wiesenthal (1943), que con sus memorias
personales e intelectuales “Libro de réquiems” y “El esnobismo de las
golondrinas”, ofreció hace escasos años una investigación romántica y
completísima de aquellos lugares en los que respiraron y crearon sus autores europeos
más admirados: ciertos cafés, hoteles, cementerios, jardines y calles. Y algo
así hace Fernando Savater en “Las ciudades y los escritores” (editorial
Debate), pero con un estilo y unas pretensiones pedagógicas, y tan sencillas
como rigurosas y concisas en su información.
De hecho, en el prefacio Savater apunta que el libro es resultado de toda
una aventura: una serie de viajes por Europa y América para preparar unos
programas televisivos. Por ello, el volumen es casi tanto un reportaje y una
guía viajera como un texto de carácter histórico y de reflexión literaria. Lo
cual queda enfatizado por las entrevistas que aparecen en cada ciudad a
destacados narradores, prestigiosos profesores universitarios o lugareños
propietarios de restaurantes y librerías. De tal forma que, hablando de la
Florencia de Dante, aparece Savater dialogando con Mario Vargas Llosa; cuando
toca visitar la Bretaña de Chateaubriand, el entrevistado es Jorge Edwards; o
si hay que recorrer la populosa México D.F. para seguir las huellas de Octavio
Paz, surge la voz de su compatriota Juan Villoro.
“Somos adictos a peregrinaciones devotas para ver los rincones y los cielos
que contemplaron aquellos a quienes debemos tantos momentos de emoción y de
iluminación”, afirma el autor de “Ética para Amador”; “Los comprendemos mejor y
nos sentimos más cerca de ellos al conocer el marco, a veces ya muy deteriorado
por el tiempo inmisericorde, en que transcurrieron sus vidas y se fraguó su
escritura”. Ese es el ánimo que acompaña estos treces textos, perfectamente
estructurados para que el viajero-lector obtenga un vistazo panorámico de la
trayectoria del escritor y su vida e influencia en la ciudad que lo vio
desarrollarse como artista.
De la mano de Savater, aparte de las ciudades y autores mencionados, se
podrá entrar en el Museo Franz Kafka, en Praga, transitar por la Buenos Aires
que vio hacerse ciego a Jorge Luis Borges, o saber bien el destino suicida de
Virginia Woolf en los barrios londinenses en que se fraguó su talento
literario. Aparecerá la famosa estatua de Fernando Pessoa en Lisboa y los
castillos escoceses que rodearon la vida de Robert Louis Stevenson, las famosas
cafeterías cerca del Sena donde coincidían Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir
y Albert Camus, el barrio de las Letras madrileño, con Miguel de Cervantes,
Lope de Vega y Francisco de Quevedo de fondo, la magia folclórica de Dublín y
los sitios donde se hizo poeta W. B. Yeats, la arquitectura de Donostia en
alusión a Pío Baroja y las dos pintorescas casas que se hizo construir Pablo
Neruda, en Santiago de Chile y frente al mar, en Isla Negra.
El viaje entonces empieza con un libro, con una lectura, y se extiende para
idolatrar al autor amado mediante un billete de tren, un ascenso a un avión, un
paseo en la propia ciudad. En este sentido, Savater se sabe continuador de
otros muchos escritores que también “emprendieron búsquedas semejantes por los
lugares de origen de aquellos a quienes ellos consideraban mentores
intelectuales”, pero no se avergüenza de lo que da en llamar “fetichismo”, pues
al fin y al cabo, todo ello “es una forma perdurable de reconocer que, tanto
ayer como hoy y sin duda también mañana, la literatura es una tradición cuyas
raíces se hunden en la historia y en la geografía”.
Publicado en La
Razón, 6-VIII-2013