En 1972, Truman Capote publicó un
original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Rafael-José Díaz.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El
marsupio de una madre canguro que me hiciera viajar por toda Australia.
¿Prefiere los animales a la gente?
Creo que
le contestaré con un diálogo que mantuvimos hace tiempo un amigo y yo: “―¿Aquello
es un hombre? ―No, es una mujer, pero parece un caballo.”
¿Es usted cruel?
Dicen que
mi crueldad es entrañable y que en ocasiones soy cruelmente piadoso.
¿Tiene muchos amigos?
Antes
tenía quince, pero perdí cinco que no debieron haberlo sido nunca. Ahora tengo
diez, una cantidad mucho más realista y gratificante.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La
imprevisibilidad, el humor, la autenticidad y lo que los japoneses llaman ki.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En ocasiones, sí. Y
a veces es bueno verse decepcionado, pues eso transforma nuestra visión de las
cosas y nos enseña que podíamos estar equivocados.
¿Es usted una persona sincera?
Me he
mentido a mí mismo dos o tres veces en la vida.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Desocupándolo.
¿Qué le da más miedo?
Dormirme y
no despertar.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me escandalizan la
incoherencia, la hipocresía, la tergiversación de los recuerdos en favor de
intereses mezquinos, la adulación, el plegado a los dictámenes de un sátrapa
cualquiera, la bonhomía de los lobos disfrazados de corderos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Todo lo
que describe Álvaro Mutis en sus maravillosas novelas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
He
inventado una especie de claqué que practico sobre libros abiertos en el suelo
como un ejercicio preparatorio de la actividad principal que consiste luego en
desmenuzarlos y destriparlos sin piedad.
¿Sabe cocinar?
En la
intimidad, suelo enorgullecerme de haber pasado de no saber preparar sino
sándwiches de jamón y queso en mi más temprana juventud hasta acabar preparando
pollo a las doce especias la semana pasada. Se trata de una especie de milagro
cuyos detalles prefiero reservarme.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Dudaría
entre Houdini y Magallanes. ¿No compartieron ambos la pasión de escapar?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Creo que Todesfuge [Fuga de muerte], el título
del poema en el que Paul Celan convierte la destrucción en belleza y construye
tumbas en el aire para los asesinados en los campos de exterminio.
¿Y la más peligrosa?
La palabra
más peligrosa es desliz, pues es
la única que puede hacernos resbalar.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
La única
vez que sentí el deseo de hacerlo escribí un relato en el que describía el
asesinato tal y como lo hubiera llevado a la práctica. Ese relato permanece
inédito.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Mis únicas
simpatías están con el anarquismo pacifista, con el ecologismo de base y con el
activismo feminista, gay, antitaurino, antisistema y anticlerical.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un
habitante de la Praga de Kafka.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy muy
lengüín, chismoso, impulsivo, intolerante con la estupidez y la arrogancia
ajenas, un punto demasiado ambicioso, indeciso en los peores momentos,
taciturno cuando se requeriría locuacidad, impaciente, algo perezoso e
individualista.
¿Y sus virtudes?
Aún estoy
cocinándolas. No estarán listas hasta dentro de un tiempo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me pone
usted en un brete. El esquema clásico indica que en esa circunstancia se hará
un repaso de la propia vida. Yo creo que propiciaría un flashback de los
momentos más placenteros, desde los abrazos maternos de la infancia hasta
algunas conjunciones con cuerpos hermosos. Y luego, ante lo inevitable de lo inevitable,
me dejaría tragar por el océano.
T. M.