miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los sirvientes de la familia Bennett


«Presencias fantasmales en “Orgullo y prejuicio”: existen únicamente para servir a la familia y a la narración»; así es cómo explica Jo Baker, al final de esta novela, su idea de haber hecho de unos cuantos secundarios los protagonistas de una historia metaliteraria. Pues el espacio y el tiempo de los que deambulan por “Las sombras de Longbourn” (traducción de Rubén Martín Giráldez) son los de la inmortal obra de Jane Austen. Ahora son los sirvientes los seres que hablan, sufren, desean, y no los componentes de la familia Bennet, el matrimonio y las cinco hijas casaderas.

Se nota que Baker se conoce al dedillo todo lo relacionado con el ambiente que vio desarrollarse el amor entre Elizabeth y Darcy. Donde Austen apuntó muy sucintamente la presencia de un ama de llaves o una criada, Baker lo aprovecha para hacer volar su imaginación y crear un relato paralelo. En él, conocemos a las doncellas Sarah y Polly, la primera marcada por la orfandad, que inician sus labores domésticas al alba, bajo las órdenes de la anciana señora Hill, que ejerce de cocinera. Y así como en “Orgullo y prejuicio” la novedad desde la primera página estribaba en la llegada del acaudalado señor Bingley, en “Las sombras de Longbourn” es la llegada inminente del mozo James Smith lo que despierta curiosidad dentro de una vida muy rutinaria.

La narración, meritoria por todo cuanto decimos, no alcanza una altura literaria suficiente por sí misma y se vuelve lenta y carente de garra, por mucho que pueda resultar interesante la recreación de cómo se llevaba una casa en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. De este modo, los intríngulis de la vida simple de sirvientes, presentados un poco al modo de productos fílmicos como la mítica serie de los años setenta “Arriba y abajo” o el “Gosford Park” de Robert Altman, van dramatizándose a medida que conocemos más sobre Smith, su pasado enigmático y su destino bélico.

Publicado en La Razón, 21-XI-2013