viernes, 17 de enero de 2014

Entrevista capotiana a Rafael Saravia

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Saravia.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Soy un amante de las fronteras. Me resultaría implosivo no poder cambiar el rumbo. No obstante... hay lugares que consagran mi paz. León, mi ciudad, es uno de ellos. Más por la cercanía del verde que por otra cosa. Aunque tendría alguno más para poder oler el mar.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Para nada. Y eso que comulgo más con las realidades animales. Pero me quedo con todo lo irreverente que formula la raza humana.
¿Es usted cruel?
Soy lo contrario a la crueldad. Tal vez esa sea de las pocas cosas seguras que tengo.
¿Tiene muchos amigos?
No. Nadie los tiene. Tengo la condición amigable abierta a todo el mundo. Pero amigos de verdad hay pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, sinceridad, comprensión... Que ejerzan el amor a pesar de mi imperfección.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No suelo. Pero reconozco que si ha ocurrido.
¿Es usted una persona sincera? 
Decía Emerson que todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía. Así que a pesar del valor que le otorgo a la sinceridad, creo que es muy difícil ser puro en estas lides. No obstante, defiendo el camino hacia lo sincero.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con la vida y junto a los que me la hacen más agradable. Mi tiempo libre no existe, todo pertenece a mi tiempo hipotecado. Si no... sería inmortal.
¿Qué le da más miedo?
El mismísimo miedo. Creo el miedo es el peor virus de los librepensadores.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la pobreza. No acabo de resignarme a su existencia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Mi condición vital me ha sido entregada, miro la vida con todo el fervor que se puede mirar y ejerzo mi derecho a contarla y masticarla. Me da igual que sea a través del poema escrito, de una fotografía, o de una barra de pan. Sería una persona que caminaría con las mismas ganas de mirar al margen. A parte de eso... mis aspiraciones juveniles pasaron por ser biólogo o jugador de baloncesto (llegué a jugar relativamente bien).
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Pues mantengo la ilusión por el basket, sigo jugando alguna que otra pachanga. Y para no desbordarme (mi apetito vital se equipara al gastronómico) intento ir al gimnasio semanalmente.
¿Sabe cocinar?
Sí. Y me fascina la creación culinaria. El paladar genera instinto.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Tengo muchos referentes. Y tengo la suerte de incluso haber conocido a alguno de ellos. Juan Gelman, como hombre y como escritor me ha aportado mucho. Y en general cualquier humanista. Gandhi, Jose Luis Sampedro... hay tantos...
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Compasión.
¿Y la más peligrosa?
Mío.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquellas que avalan la hegemonía del pueblo. Esas que nos igualan como personas en los derechos fundamentales de la vida. Soy afín a la izquierda sin ser afiliado a ningún partido.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Músico. Creo que la música guarda la plenitud artística.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La utopía. Todo lo que genere alegría y fervor.
¿Y sus virtudes?
Ser consciente y reconocer lo inteligente y virtuoso. Yo no tengo la capacidad de ejercer como tal, pero si lo reconozco a mi alrededor.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Sólo imagino a favor de la esperanza. La vida en torno a la muerte no me interesa en exceso, sólo como denuncia. Si no es por eso... la muerte es tan obvia y tan muerte que apenas puedo nombrarla.

T. M.