En 1972, Truman Capote publicó un
original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Ovidio Parades.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Es una
cuestión complicada porque me gusta mucho moverme, pero, si se diera el caso
que me propone, elegiría Nueva York, Madrid o algún rincón de la costa
asturiana. Una casa frente al mar: ése sería un buen refugio. Un sueño –otro–
por alcanzar. En todo caso, siempre donde estuviese mi familia.
¿Prefiere los animales a la gente?
Obviamente,
y aunque me gustan mucho los animales, sobre todo los gatos (convivo con una
gata, Francesca), me quedo con las personas.
¿Es usted cruel?
Supongo que
todos lo somos, de una manera u otra, en
mayor o menor medida, pero, básicamente, intento no serlo. La crueldad puede
ser muy dañina y perjudicial.
¿Tiene muchos amigos?
¿Tiene muchos amigos?
No, en realidad, no
tengo muchos amigos. Supongo que los justos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La lealtad, la
sinceridad, la capacidad de reírse de todo, incluso de uno mismo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No es algo habitual,
aunque he sufrido la decepción de uno de mis amigos de la infancia. El que yo
consideraba el mejor. Con eso creo que se lo digo todo. Así es la vida.
¿Es usted una persona sincera?
Sí,
absolutamente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, yendo al
cine, al teatro, paseando, recorriendo todo tipo de librerías. Y, cuando las
circunstancias me lo permiten, viajando.
¿Qué le da más miedo?
El dolor
de los seres a los que quiero. Y la muerte, claro, la suya y la mía.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La ceguera y el
abuso de los poderosos. La intolerancia del que no respeta una manera de pensar
diferente a la suya.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Siempre
quise ser escritor, desde muy pequeño. Supongo que algo en lo que me tuviera
que relacionar constantemente con los demás. Me gustaría tener un restaurante,
un café. Algo así.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, camino
alrededor de seis kilómetros diariamente.
¿Sabe cocinar?
Sí, de hecho, en mi
casa cocino yo. Es algo con lo que disfruto plenamente. Me relaja, me sosiega,
me estimula.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Frances Farmer, a
Bette Davis, a Marguerite Duras, a Truman Capote, a Virginia Woolf, a Jessica
Lange, a Pedro Almodóvar… ¡Hay tantos personajes a los que admiro!
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Deseo. No
sólo me refiero al deseo físico, que también. A todo tipo de deseo.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
Intolerancia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que, cuando
era muy pequeño, a algún compañero que no respetaba mi manera de ser y de
entender el mundo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy una persona de
izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cocinero.
¿Cuáles son sus vicios principales?
¿Qué es el
vicio? Me parece que si uno disfruta con lo que desea y no hace daño a nadie,
esa palabra me sobra.
¿Y sus virtudes?
La puntualidad. La
lealtad. Aunque eso es mejor que lo digan los demás, ¿no?
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una mañana de
sábado, con ocho años, escribiendo en un cuaderno en la cocina de la casa de
mis padres, mientras ella, mi madre, preparaba la comida y escuchaba música en
la radio y un sol de primavera entraba por la ventana. Y la noche en la que
conocí a mi marido. Sí, ésas serían las dos imágenes que primero vendrían a mi
cabeza.
T. M.