Julio Verne sigue
viajando, llevándonos alrededor del mundo. Hace poco, la editorial Erasmus
ofrecía «El ácrata de la Magallania», una de las doce novelas que dejó el autor
de Nantes al morir y que su hijo Michel publicaría con todo tipo de
correcciones cuatro años más tarde, en 1909. Al texto original, compuesto de
dieciséis capítulos, Michel añadiría veinte y eliminaría cinco, además de
inventarse personajes. El trabajo de su progenitor, siempre con la fórmula de
estudiar libros de viajes antes de emprender su siguiente reto
narrativo-aventurero, en este caso a la Patagonia y el cabo de Hornos, quedaba
maltrecho póstumamente. Pierre-Jules Hetzel, editor de libros religiosos y
aficionado a la ciencia y la historia, un hombre sin escrúpulos con tal de enriquecerse
como en el caso aludido, y el estudiante de derecho y dramaturgo Jules Verne
habían visto cómo se habían cruzado sus destinos, y con ello el inicio de la
ciencia ficción. En 1862, después de fracasar en los teatros parisinos, a los
treinta y cuatro años, Verne, sintiendo estar trabajando en un «género nuevo»
al inspirarse en revistas como «Le Musée des sciences», pensada para un público
profano con curiosidad por los adelantos tecnológicos, visita a ese editor con
el manuscrito de «Cinco semanas en globo». Éste lo acepta, ansioso por crear
una colección divulgativa para jóvenes, y, presagiando un filón, le propone
veinte mil francos durante dos décadas a cambio de dos novelas al año.
Del origen de esa
serie que se llamará «Viajes extraordinarios» y que forma parte del imaginario
colectivo universal, sabe muchísimo Eduardo Martínez de Pisón. Él, un viajero y
montañero empedernido, que preparó para Fórcola «Claudius Bombarnac,
corresponsal de “El Siglo XX”», comparación de la Ruta de la Seda con el
itinerario establecido por Verne en esa novela, estudia al narrador viajero más
sedentario: al que escribió a destajo en un hogar sin amor matrimonial,
sufriendo diabetes, úlceras, desmayos, parálisis faciales y pérdida de vista y
oído. Dice De Pisón que se trata de la geografía que más se ha leído en todo el
mundo, de modo que se propuso «abordar su original tratamiento de la relación
entre la abundante e influyente base geográfica de sus relatos, unas veces
realista y muchas otras fantástica, sin miedo a su mezcla, y las aventuras que
en tales terrenos se despliegan», analizando, además, el «sistema de mapas
novelescos de Verne, el atlas inventado o su planeta literario; y finalmente,
separando por temas geográficos, sus viajes extraordinarios, crónicas y lugares
imaginarios». El vallisoletano ha indagado en cómo Verne vio el potencial que
tendrían la mecánica y la física gracias a sus horas en la Biblioteca Nacional,
leyendo libros sobre química, botánica, geología, oceanografía, astronomía...
Ese maremágnum de
lecturas se transformará en su célebre lema: «Todo lo que una persona pueda
imaginar, otros podrán hacerlo realidad». El autor arroja luz a ese proceso
siguiendo «los pasos de los viajes extraordinarios por polos, mares, islas,
montañas, cavernas, volcanes, ríos, bosques, estepas, ciudades, caminos, el
aire, la luna, los cometas y el futuro». El libro empieza centrándose en el
viaje de «César Cascabel», en el que Verne coloca en manos del hijo del
protagonista un atlas, y muestra la importancia de la tradición del libro de
viajes. De hecho, sería digna de ver la biblioteca de Verne, con volúmenes de
sociedades geográficas y publicaciones sobre viajes. El investigador ha buscado
esas fuentes para concluir que la geografía «despliega sus fuerzas en el
escenario de la aventura» en cada novela. Es más, «muchas veces esta peripecia
no sería nada sin aquélla, como ocurre con los navegantes árticos de la
“Invernada entre los hielos”». Lidenbrock se enfrentará a las fauces de un
volcán, los hijos del capitán Grant a vientos huracanados, Nemo a los misterios
submarinos, Strogoff a la temperatura siberiana. La tesis del autor es que la
obra de Verne sin esa geografía no es nada. Como indica, una novela como «Cinco
semanas en globo» se abre y cierra en la Real Sociedad Geográfica de Londres.
«El lector de Verne acumula conocimientos, vive paisajes por todo el mundo, se
hace aventurero, disfruta, se emociona entretenido y, además, aprende calidades
socioculturales y modos de comportamiento tácitamente valorados por el
escritor».
Al adentrarse en el
mundo cartográfico de Verne, De Pisón examina con pasión el Ártico, la
Antártida y los paisajes polares en obras como «La esfinge de los hielos» o «El
país de las pieles». Y lo mismo hará con el mar en general y el Nautilus en
particular; con las islas y sus náufragos, como en «La isla misteriosa» o «Dos
años de vacaciones»; y con montañas y cavernas. Pero tal vez nada supere la
relación entre estudio geográfico y fantasía como en «Viaje al centro de la
tierra», donde se extienden los «conductos, salas, mares, ríos, volcanes, un
mundo subterráneo especialmente complejo por lo variado, novelesco por
excelencia en reunión de simpatía y aventura de todos los mitos y de todas las
quimeras, de todos los sueños de los sabios y los exploradores». Un volcán
éste: el de la literatura viajera de Verne, en permanente erupción lectora.
Publicado en
La Razón, 4-XII-2014