Durante el último lustro del siglo XX, el Centro de Cultura
Contemporánea de Barcelona organizó unas exposiciones memorables que aunaban
ciudades con grandes escritores: el Dublín de Joyce, la Lisboa de Pessoa y la
Praga de Kafka; incluso la Buenos Aires de Borges en el año 2003. La serie por
desgracia, se detuvo hasta que en 2011 vio la luz una dedicada a un intelectual
contemporáneo, Claudio Magris. Era, por supuesto, la Trieste que habían pisado
Italo Svevo y su amigo James Joyce, la que recorrió Rilke, la hablante de tres
lenguas (italiana, alemana, eslovena); el visitante de la muestra podía
percibir el viento de la ciudad (la «bora») y conocer las canciones
tradicionales triestinas, entrar en el popular Caffè San Marco y hojear libros
en la antigua Libreria Antiquaria. La Trieste, en definitiva, que de un modo u
otro ha trasladado el autor de «El Danubio» a sus obras; la última, esta vez a
«No ha lugar a proceder», traducida por Pilar González Rodríguez. Magris
recurre a la historia para su fabulación, en busca de que lo ficticio complete
lo real, por eso elige como inicio un anuncio verdadero –«Submarinos usados:
compro y vendo»– aparecido en un periódico de 1963. El escritor dice inspirarse
en un profesor al que admiró y que se consagró en reunir «material bélico de
todo tipo para construir un original desbordante Museo de la Guerra que
sirviera, a través de la exposición de tantos instrumentos de muerte, a la
paz».
Ciertamente, la idea de partida es fenomenal, y la invención
que inspira a este personaje y el de Luisa, la mujer –hija de una judía
deportada– encargada de proyectar el museo, es sin duda interesante, aunque
desde el punto de vista novelesco la historia pueda carecer de tensión
suficiente al estar compuesta de una estructura fragmentaria marcada, pues ésta
sirve para enfatizar cada sala como historias independientes que transitan
algunos de los años más difíciles en Europa. De esta forma, la Trieste más
trágica, la del único campo de exterminio nazi que hubo en Italia, o la del
último aniversario que celebró Hitler, en el precioso castillo de Miramare, va
surgiendo con la idea latente de que «la Historia es una costra de sangre,
desprenderla es imposible, pero tal vez bajo esa excrecencia haya todavía
vida». Palabras correspondientes a la página 139, al episodio relativo a la
muerte del desalmado Reinhard Heydrich –uno de los impulsores de la «Solución
final»– en Praga, a cargo de la Resistencia checa, y que podrían servir de
metáfora para el propósito de Magris. No bastará el hecho de que Luisa ejerza
de hilo conductor y conocer el contenido del museo con todo detalle, ya que la
lectura general se hará cansina y extensa por más que las referencias
históricas enmarcadas en recreaciones imaginativas sobre asuntos peliagudos de
nuestro pasado (la esclavitud, las atrocidades sufridas por la población polaca
o la crueldad de ciertos conquistadores en América) tengan a priori un
atractivo indiscutible.
Publicado en
La Razón, 14-IV-2016