En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Francisco Layna Ranz.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Madrid. Y
a ser posible en el kilómetro cero. ¡Qué maravilla! ¡Un lugar para la nada! ¡La
absoluta ausencia localizada en un lugar multitudinario! Una paradoja que haría
las delicias de Chesterton. ¿Algún otro sitio ofrece algo semejante?
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de
la hora del día.
¿Es usted cruel?
No. La
crueldad exige demasiado tiempo libre.
¿Tiene muchos amigos?
Bastantes.
Ahora mismo hago una lista. ¿Vivos, verdad?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Yo que sé,
que estén, que respondan a los correos. Que no envejezcan, eso sí, que no
envejezcan.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguna vez
me han decepcionado. Como yo les habré decepcionado a ellos. Si no es así, es
imposible. Y poco creíble, además
¿Es usted una persona sincera?
La
sinceridad es una aberración del martirologio católico. Los musulmanes conocen
la “taqiyya”, la capacidad para ocultar su fe. Aconsejo la lectura de “Conjuro
para decir mentiras y construir verdades” de Chantal Maillard.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con Marta
y con los perros que no tengo.
¿Qué le da más miedo?
No sé si
hay suficiente espacio para responder.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Que todo
el mundo ensalce lo propio. ¡Aburrimiento a raudales!
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Supongo
que cualquier cosa sin ninguna importancia. La mayoría de la gente hace cosas
sin importancia.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. No se
lo diga a mi médico de cabecera, por favor.
¿Sabe cocinar?
Sí, pero
me disgusto mucho si no sale el plato como yo pretendo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Desiderio Erasmo
de Rotterdam. Y si fuera un día soleado, Emily Dickinson. Y si estuviera en
Montevideo, Marosa di Giorgio, para beber con ella y hablar de ciruelas y de
mujeres que ríen.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cerveza.
¿Cuándo vuelves? Paseo. Niño.
¿Y la más peligrosa?
Pecado.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Y me
parece raro, de veras. Creo que debo cambiar ciertas actitudes.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Fui de
izquierdas, palabra esta que debería ser un adverbio. Ahora me abstengo. ¡Quién
sabe el próximo lunes! De cualquier modo, considero la política una loable
ocupación.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Tantas y
tantas cosas. Me gustaría ser fenómeno atmosférico. Estalactita. Luciérnaga.
Algodón. Humanista del XV italiano. Alumno de Newton. Físico nuclear. Guionista
de Nicholas Ray. Novio de Charlotte Gainsbourg… Y agrimensor, un buen
agrimensor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que me
enseñaron en el colegio los dominicos. Inmejorable escuela. No se olvide que el
vicio se educa. Dígame un número aproximado, y le contesto con mucho gusto.
¿Y sus virtudes?
No sé.
Déjeme que le pregunte a Nicómaco, y así aprovecho para coger una cerveza del
frigorífico.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La muerte
de mis padres y el primer ombligo de mi hija. También aquellos días en los que
Marta y yo buscábamos muebles por las basuras de Boston. Por cierto ¿qué es un
esquema clásico?
T. M.