viernes, 22 de julio de 2016

Entrevista capotiana a Pablo Díez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pablo Díez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El entorno marítimo inmediato de Santander, los pueblos costeros que se alinean al este y el oeste de la ciudad. No sólo por sus cualidades objetivas, sino porque sólo en ellos veo un futuro para mí. 
¿Prefiere los animales a la gente?
Me encantan los animales, y especialmente mi gato. Son ejemplo de nobleza y ternura, pero aún no he llegado, ni creo que llegue, a ese punto en que un animal pueda suplir la presencia indispensable de otras personas.
¿Es usted cruel?
De forma discreta, en notas sutiles, puedo llegar a serlo. Y no hay vez que no lo identifique y lamente.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos, cada vez menos. Y además su calidad y lealtad, como las mías, son dudosas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ante todo una: la modestia.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Creo que soy yo el que decepciona, el que se aleja. No me siento en condiciones de acusar a nadie de haberme decepcionado ni de haber sido desleal. Todos tenemos nuestra parte de culpa en la evolución de las relaciones humanas. Así que nadie me ha decepcionado en mayor medida de lo que yo mismo he decepcionado.
¿Es usted una persona sincera? 
Sólo cuando verdaderamente me lo propongo. En general, tiendo a cubrir mis propios huecos, a veces usando la insinceridad, para que nadie aproveche para entrar por ellos.  
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Recorriendo entornos naturales, sobre todo en el mar. Ahí es donde se despierta la inspiración y donde alcanzo una relativa tranquilidad.
¿Qué le da más miedo?
Las malas jugadas que le juega a uno su propia mente. El único enemigo está en el interior de uno mismo (aunque allí también hay, por supuesto, buenos cómplices y amigos).
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La violencia, por encima de todo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Cualquier cosa que me permita vivir en un entorno natural y marítimo. Para mí no importa tanto el qué como el dónde. No es que el dónde lo sea todo, pero se acerca.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro, como buen solitario, distancias que algunos consideran imprudentes.
¿Sabe cocinar?
Me gusta cocinar, pero sé hacer pocas cosas. Cocinar es mi único contacto con las tareas manuales, por lo que encuentro una gran relajación en esta actividad. Venero los buenos alimentos, es decir, los que me sientan bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sospecho que no conozco a ese personaje inolvidable. Indudablemente existe, pero no lo conozco. Las personas que más merecen nuestro interés y simpatías suelen pasar sin pena ni gloria por la vida, en el más completo anonimato. Pues bien, a una de esas personas anónimas es a quien dedicaría el artículo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Equilibrio.
¿Y la más peligrosa?
Desequilibrio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás he sentido impulsos violentos incontenibles. He conocido y conozco odios transitorios, pero he purgado todos y cada uno de ellos.  
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Por un lado, creo en un Estado fuerte, siempre y cuando se apliquen justamente sus políticas garantistas; eso supongo que me aproxima a la izquierda. Pero, si he de elegir entre las libertades individuales y las expresiones y derechos colectivos, me quedo sin duda con las primeras, lo que me situaría en una suerte de liberalismo (claro que unas y otros no deberían ser mutuamente excluyentes).
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una persona valiente.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Buscar culpas, propias y ajenas.
¿Y sus virtudes?
Creo que en esto hay consenso: la disciplina. Ahora bien, la disciplina también puede ser un defecto cuando se hace excesiva.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Nunca lo he pensado seriamente. Y prefiero no hacerlo.
T. M.