África Negra. La simple pronunciación de la palabra evoca naturaleza
indomable y exotismo, misterio y peligro, turismo de aventura y libros de
viajes. Un sinfín de escritores de todas las épocas han sentido el magnetismo
de ese lugar y Eduardo Riestra, gran conocedor de todo tipo de viajeros
librescos, ha querido reunir una extensa y muy representativa selección de
ellos, en torno a un “territorio de tribus caníbales y animales salvajes, de
cataratas asombrosas e inmensos lagos, de traficantes de marfil, de tratantes
de esclavos”. Textos estos, como sigue diciendo el editor, que la mayoría de
las veces son “políticamente incorrectos, que muestran otras maneras de pensar,
donde la geografía juega un papel determinante y proporciona fama y a veces,
pocas, también riqueza, pero donde junto a la ambición convive también el afán
de justicia, muchas veces la bondad y muchas otras la heroicidad. Viajes
arriesgados de los que muchos no volvían”.
El primero de la lista será Pedro Páez, un jesuita que tras visitar la
India es enviado a Etiopía por orden de Felipe II y es atrapado por piratas
moros y convertido en preso de los turcos durante siete años; al final, tras
pagar su rescate y volver a la India, por fin en 1603 pisará Massaua, ciudad de
Eritrea. Los ejemplos de riesgo extremo y continuo, por supuesto, no
escasearán: el brasileño Francisco de Lacerda, astrónomo, morirá en Cazembe, en
el África Central, cuando su propósito era llegar a Angola desde Lisboa cruzando
todo el continente. Uno tras otro de los elegidos para nutrir “Exploradores y
viajeros por África” tendrán una extraordinaria historia detrás y en el que
hallamos personalidades de talla internacional como la de Winston Churchill,
que fue de vacaciones a los territorios africanos bajo dominio británico –en su
texto salen cacerías, moscas tse-tse o el intento de coleccionar mariposas–
como autores próximos, como los españoles contemporáneos como José Mas, de
Écija, que pisa la Guinea española, Enrique Meneses, un madrileño que desde
Egipto visitó Sudán y Uganda, el narrador Javier Reverte, con un extracto de su
obra “Vagabundo en África” (1998), viaje que casi le cuesta la vida, y Alfonso
Armada, de Vigo, corresponsal de guerra del que aquí se reproduce un texto
dedicado a Mozambique, de 1994.
Alrededor del
Nilo
Con todo, es indiscutible que la plana mayor de autores viajeros por
África cabe encontrarla en el siglo XIX, con diversos aventureros anglosajones
que harían trayectos legendarios. Cómo no, el escocés David Livingstone, que
decidido a embarcarse hacia África del Sur para evangelizar a los lugareños
descubrió las cataratas Victoria (su texto versa de eso justamente). También el
inglés Richard Francis Burton, que hablaba veintinueve lenguas (tradujo por
ejemplo el “Kama Sutra” y “Las mil y una noches”) y que en 1858 descubrió el
lago Tanganika. Y Henry Morton Stanley, galés que es contratado para ir a
buscar a Livingstone (aquí habla de ello, cuando en 1871 se encuentran después
de que este llevara supuestamente desaparecido tres años)…
En este sentido, cabe remarcar que hace tres años Tim Jeal dedicó un
gran libro a seguir los pasos de estos mismos viajeros alrededor del Nilo, río
que en el libro que nos ocupa tiene desde luego una presencia destacada. Y es que Burton, con su ayudante
Jack Speke, más James Grant, Samuel Baker, Livingstone, Stanley y Florence von
Sass, entre 1856 y 1876 se propusieron desentrañar el enigma: ¿dónde demonios
estaba la fuente del Nilo?, aun a riesgo de perder la vida de las más variadas,
espeluznantes e imprevisibles formas que imaginar se puedan: paludismo y
malaria, crímenes por parte de traficantes de esclavos o de marfil, úlceras
incurables, ataques de caníbales y de moscas tsé-tsé, sanguijuelas en
lodazales, decapitaciones públicas, muerte por flechas o jabalina y demás
monstruosidades. En el libro de Riestra, aparece el escocés James Bruce (siglo
XVIII), que descubrió las fuentes del Nilo Azul y que en su texto dice sentirse
como Don Quijote, y asimismo el Speke cuyas páginas hablan del “Descenso de las
vertientes septentrionales de África”.
Mujeres y
escritores
Mención aparte merecerían las valientes mujeres que se internaron el
África Negra como la neozelandesa Sheila MacDonald, guía de caza que vivió en
Kenia y Sudáfrica y que recogió las cartas que enviaba a su madre entre 1907 y
1912, con un gran éxito de lectores. Y Osa Johnson, procedente de Kansas y
pareja de un marinero que había viajado en barco con Jack London, (ella sobrevive
a un accidente de avión, pero su marido muere en él) y que irá en busca de un
lugar mítico llamado lago Paradise. O Mary Kingsley, londinense que tras morir
sus padres, a los treinta años inicia una serie de tres viajes al África
occidental y que escribe sobre sus amigos caníbales, los “fang”. O Elspeth
Huxley, nacida en Kenia y muy cercana a los masáis y kikuyus. Tribus que
inevitablemente nos remiten a las vidas de dos grandes mujeres como la aviadora
Beryl Markham –se reproduce un extracto de su obra “Al oeste de la noche”– y
Karen Blixen, de quien leemos un fragmento de “Memorias de África” acerca de
cómo conoció a Denys Finch-Hatton. Y hablando de escritores y África, no
hubieran podido faltar las “Cartas abisinias” de Arthur Rimbaud, claro está,
pero igualmente tendremos la oportunidad, viajando en papel por cientos de años
de continente negro, de ver la impresión que le provocó el Congo a André Gide,
Etiopía a Evelyn Waugh o Sudáfrica a A. C. Doyle.
Publicado
en La Razón, 21-VII-2016