jueves, 29 de septiembre de 2016

Entrevista capotiana a Juan José Tejero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan José Tejero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un cine.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la compañía de algunos animales a la de ciertas personas, sí, pero en sentido general no creo que pudiera dar la espalda a los animales de mi propia especie, por muchas ganas que me vengan a veces.
¿Es usted cruel?
Espero que no, salvo quizás en algunas situaciones en las nadie puede resultar herido o humillado, por ejemplo delante de la televisión, como forma de terapia humorística contra la estupidez humana o contra el tedio, como válvula de escape y si conduce a la risa que no hace daño a nadie.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos, pero son muy buenos. Siempre me ha costado mucho hacer amigos, porque soy muy tímido y tiendo a cerrarme a los demás. Me supone un gran esfuerzo darme a conocer, y con el paso del tiempo cada vez me da más pereza. Por eso me he quedado con uno o dos de la infancia y otros dos o tres de la facultad. Y creo que aquí me planto.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Complicidad, respeto, sentido del humor y algo que atribuyo a mi egoísmo: que sepan más que yo para poder aprender de ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No son mis amigos porque sean perfectos, como yo tampoco lo soy, sino porque los quiero y no espero de ellos más de lo que pueden o quieren dar.
¿Es usted una persona sincera? 
Sólo con quien tengo mucha confianza y si se da la ocasión de serlo, o si se me pide expresamente. Esa gente que exhibe una supuesta sinceridad absoluta debe de tener un ego enorme para que no le importe lo que piensen o sientan los demás.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con mi familia, renuncio a todo por estar con mi mujer y mis hijos, que son muy pequeños todavía. Aparte de eso, leyendo, viendo cine, practicando deporte con moderación. Ojalá llegara una edad en la que sólo trabajasen las máquinas y los seres humanos pudiéramos vivir para el ocio, entendido éste en el sentido que le daban los griegos, es decir, tiempo libre para aprender y divertirse aprendiendo, algo que sólo sucede en la primera parte de la infancia y a partir de la jubilación, las dos etapas de oro en la vida de una persona con suerte. Y ya nos las están quitando por medio de una saturación de actividades extraescolares y una vida laboral cada vez más larga.
¿Qué le da más miedo?
De siempre el dolor, la demencia, el sufrimiento de mis seres queridos, la fugacidad y la fragilidad de lo bueno. Y cada vez más, la masa enfervorecida contra el individuo, la sinrazón, el poder en manos de gente injusta, la militancia, el uso perverso del lenguaje para mentir y manipular, ese lenguaje de la política y de la publicidad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Suelo tomarme las cosas con cierta distancia para poder digerirlas despacio y con perspectiva. Así el escándalo, si llega, lo hace ya desprovisto de ruido, es decir, deja de ser escandaloso, si se me permite la expresión. La prensa se nutre del escándalo porque es más rentable económicamente, pero no deja pensar con claridad. Lo que no significa que debamos dejar de asombrarnos por todo lo que está destapándose ahora, me refiero a la corrupción y tanta canallería oficial. Los políticos saben que un escándalo se tapa con otro, y existe el peligro de que nos acostumbremos a él como algo normal que no tenga solución.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Siempre he trabajado en torno al mundo del libro, como librero, profesor, editor... No me veo haciendo otra cosa más que de cartero, quizás, o en un trabajo que me permitiera abstraerme de vez en cuando para poder ser el que quiero ser desde que era un niño: alguien que escribe o piensa en una historia para escribir, que aprovecha todo de la vida para ponerlo por escrito. De haber renunciado a eso no podría ser yo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Fútbol y tenis (nivel usuario), correr esporádicamente para mantenerme en forma. La moda actual de correr maratones me parece poco saludable.
¿Sabe cocinar?
¿Vale con la Thermomix? Mi mujer dice que soy el rey de las ensaladas, tal vez irónicamente.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Woody Allen, aunque no sabría por dónde empezar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Siguiendo con Woody Allen, “benigno”.
¿Y la más peligrosa?
“Identidad”. Y una expresión fea donde las haya, “lengua vehicular”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Para eso está la ficción.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que entre gente de izquierdas puedo parecer de derechas y al revés. No soporto las etiquetas, ni tampoco los prejuicios ni los argumentos manidos que se repiten sin ejercer la más mínima crítica. En el ámbito de lo cotidiano me gustaría que hubiera más debate y menos tertulia política, menos tensión y más profundidad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Probaría con un pájaro.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Aislarme de los demás, buscar tiempo para mí. Leer o escribir son actividades de por sí antisociales. Mi mujer, primero, y ahora también mis hijos están consiguiendo que corrija esto. Pero tengo más vicios, como comprar libros que nunca leo, por ejemplo.
¿Y sus virtudes?
Darme cuenta de mis vicios para poder mejorar. Tener la aspiración de ser mejor persona.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Tal vez algún rostro muy querido, mis padres o mis hijos. A lo mejor una imagen de mí mismo de niño que me hablara como si fuera otro.
T. M.