Hace un par de años, a la edad de
setenta y seis, Joyce Carol Oates publicó una novela realmente a la altura de
su prestigio: la voluminosa “Carthage”, que ofrecía con mucho suspense el
enigma de una joven desaparecida en el pueblo ficticio que daba título al
libro. El drama que se desarrollaba era brillantísimo durante los siete años
que duraba todo y en el que cada personaje iba a ver cómo se descomponía su
existencia, y la lectura compensaba otros trabajos narrativos de Oates mucho
menos logrados, caso de la también extensísima “A media luz” (2008), en la que la
sensiblería y la emoción se convertían en histeria, a partir de representar la
fama póstuma de un hombre muerto heroicamente –tras salvar de ahogarse a una
niña en el río Hudson– al que le rodeaba un enjambre de mujeres para las cuales
era todo un amor platónico.
Pero cómo no ha de haber altibajos
en una trayectoria literaria tan descomunal como la de Oates, que se ha
mantenido en la cresta de la ola desde 1964 con una regularidad y un esfuerzo
impresionantes hasta ganarse todo tipo de parabienes, incluido el que su nombre
suene año tras año para recibir el premio Nobel. En este caso, la novela corta
“Rey de Picas” (traducción de José Luis López Muñoz) estaría dentro de las
creaciones menores de la autora, si bien tiene potencialmente una idea
atractiva, esta es, la de cómo un escritor de éxito puede ser perseguido por
acusaciones de plagio y no salir indemne de ello por más que se sea inocente.
El secreto de un seudónimo
Todo parte de la cotidianidad de un
escritor de libros de suspense que, sin llegar a disfrutar del éxito de su
admirado y envidiado Stephen King, también cuenta con un alud de seguidores y
traducciones de sus novelas. Se trata de Andrew J. Rush, que guarda un gran
secreto incluso a su mujer e hija: el hecho de que él también firma una serie
de relatos de terror sólo aptos para mayores de edad que ya desde las cubiertas
causan impacto. El seudónimo que usa para ello es Rey de Picas, un
desdoblamiento que al final será algo así como la razón de la debacle del
protagonista, que se meterá en un enredo muy embarazoso tras aparecer en su
buzón una citación judicial. Detrás de ella se encuentra una señora que a todas
luces es una chiflada que cree que Rush ha entrado en su casa y le ha robado
sus manuscritos para quedarse con sus ideas, lo cual no tiene consecuencias
penales para el escritor pero sí emocionales y psicológicas.
Oates juega bien, incluso desde la
estructura del texto, que empieza de forma inquietante al aludir a un
asesinato, con la realidad que cree ver Rush y la realidad a ojos de sus seres
más allegados, y con la cursiva que representa los pensamientos del
protagonista, que va desvariando y cometiendo insensateces hasta el trágico
final. Un buen ejercicio literario, en definitiva, una Oates de poderosa
imaginación que, sin embargo, se excede en poner como subtítulo “Una novela de
suspense” y que ha conseguido con “Rey de Picas” un entretenimiento
metaliterario tan hábil como olvidable.
Publicado en La Razón, 29-IX-2016