jueves, 1 de septiembre de 2016

Entrevista capotiana a Luis Valdesueiro

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luis Valdesueiro.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me cuesta hacerme a la idea. Alguna vez he pensado que me gustaría vivir en cualquier lugar, pero fuera del mundo… como en el poema de Baudelaire.
¿Prefiere los animales a la gente?
La pregunta es apropiada para quienes prefieren los animales a la gente. Pero no hay por qué mezclar cosas heterogéneas. Como animales, prefiero a los animales; y como personas, prefiero a las personas. Lo deplorable es que haya personas que emulan a los animales.
¿Es usted cruel?
No. Y temo no serlo si alguna vez fuera necesario.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos, escasos. Cultivo poco la amistad y casi siempre hago solo mi camino. Mea culpa.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Los acepto como son, sin engañarme respecto a lo que son.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Poco, en razón de mis expectativas, siempre parcas.
¿Es usted una persona sincera? 
Intento serlo. Sobre todo conmigo mismo. La sinceridad aplicada a los demás es sospechosa, y algo entrometida. Produce recelos, por algo será. ¿Cabe mayor sinceridad, si es posible, que mostrarse como uno es?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, fotografiando, escuchando música, matando el tiempo…, ese tiempo que, como escribió Blas Cubas, aunque lo matamos, nos entierra…
¿Qué le da más miedo?
La ignorancia y la soberbia unidas. Son abominables.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No suelo escandalizarme. Mi visión pesimista de la naturaleza humana
 me ahorra sorpresas.   
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
“Llevar una vida creativa”, sea la que sea, a eso me apunto.  
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Los básicos: levantarme, sentarme, tumbarme, caminar… Con la moderación debida.
¿Sabe cocinar?
No, soy monotemático: la paella dominical, a mi manera.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Oblomov.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Deseo.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Matar, matar, no…, pero sí desear que desapareciera.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy escéptico en materia de política, cada vez más. Me atengo al (¿utópico?) lema de Bakunin: ni justicia sin libertad, ni libertad sin justicia. Lo normal viene siendo que la libertad y la justicia se traten como púgiles en el ring. Es un gran desafío para la democracia conciliar ambos términos.    
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Fotógrafo no estaría mal.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Todos mis vicios son mediocres.
¿Y sus virtudes?
Detrás de cada virtud me cuesta no reconocer un defecto. ¡Quién sabe si los auténticos virtuosos no son los pecadores arrepentidos!  
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Pasé por ese trance y no quiero ni volver a imaginármelo. Me salvó la maniobra de Heimlich, sabiamente aplicada por un cuñado. Rodeado de familiares, no me quedó otra que sentir vergüenza por morirme así, dando un espectáculo…

T. M.