El mundo que
conocemos hoy en día es plenamente literario; la literatura, acompañada de la
tecnología que la haría haciendo posible en forma de libro, nos ha convertido
en lo que somos en la actualidad, viene a decir Martin Puchner en “El poder de las
historias” (traducción de Silvia Furió). Cuenta con un título y subtítulo –que
reza “O cómo han cautivado al ser humano, de la Ilíada a Harry Potter”–
comerciales ahora en español, pero en inglés ambas cosas eran más certeras y
honestas con respecto al contenido: “El mundo escrito. El poder de las
historias para dar forma a la población, la historia y la civilización”,
podríamos decir. Porque esa es la tesis principal: no cómo ciertas narraciones
y publicaciones nos han cautivado, como si se tratara de un mero entretenimiento,
sino cómo nos han formado desde diversos puntos de vista y han marcado nuestra
personalidad y memoria actuales.
Imaginemos por
un instante un mundo sin literatura, comienza sugiriéndonos Puchner; algo
realmente difícil, pues “nuestro sentido de la historia, del auge y caída de
imperios y naciones, sería totalmente distinto y muchas de las ideas
filosóficas y políticas nueva habrían visto la luz, porque la literatura que
las originó no se habría escrito. Casi todos los credos religiosos desaparecerían
junto con las escrituras que les dieron voz”. De modo que el hecho de que hace
cuatro mil años apareciera lo que denominamos literatura ha venido conformando
las existencias de los que han vivido, de los que vivimos y de los que vivirán
en el planeta. Para demostrarlo, el autor se adentra en textos fundacionales:
de religiones, de naciones, de géneros literarios, entendiendo que la historia
literaria se desarrolló en cuatro fases.
La primera, nos
dice, sería aquella formada por grupos de escribas que podían tener el control
de los sistemas de escritura arcaica, y que recopilaban diversas narraciones,
como “La epopeya de Gilgamesh”, la Biblia hebrea y la “Ilíada” y la “Odisea”
homéricas; una segunda fase la protagonizarían “maestros carismáticos como
Buda, Sócrates y Jesús, que denunciaron la preponderancia de los sacerdotes y
escribas”; la tercera correspondería al advenimiento de los autores
individuales, algunos de los cuales tuvieron la facultad visionaria de innovar
en el mundo de las letras de manera trascendente, como en el caso de la
japonesa Murasaki Shikibu, con su “Novela de Genji” (alrededor del año 1000) y
Cervantes; y por el último, la cuarta estaría marcada por el uso globalizado
del papel y la imprenta, que originaría un mundo caracterizado por la
producción en masa y la alfabetización universales.
Viajes por el
mundo
A partir de estas claras premisas, Puchner demuestra por qué pisamos un “mundo escrito”, y lo hace además no desde su mesa de la Universidad de Harvard, donde da clases, sino en forma andariega, con una curiosidad insaciable y sin ponerse límites geográficos en aras de urdir bien su investigación. Así las cosas, viaja a Beirut y Pekín, visita ruinas literarias en Troya y Chiapas, busca las huellas de Goethe en Sicilia, con el innovador concepto que acuñó, “literatura universal”, y consigue entrevistarse con Orhan Pamuk en Estambul y Derek Walcott en la caribeña Santa Lucía, para reflexionar sobre la literatura poscolonial. Todo para explicar, en efecto, el poder de la escritura y cómo esta ha transformado la Tierra. Por eso, da inicio a su libro desde una perspectiva que no puede ser más panorámica: con los astronautas del Apolo 8 que, en 1968, además de poder estudiar la superficie lunar a distancia y fotografiar nuestro planeta, se convirtieron en poetas improvisados al requerírseles que describieran oralmente a la base de Houston lo que estaban contemplando, para lo cual se apoyaron en la lectura de un extracto del “Génesis” bíblico.
Porque, primero, vinieron las historias orales, y luego llegó ese
instante de intersección del que surgió la literatura, a medida que iban
evolucionando “las tecnologías creativas: el alfabeto, el papel, el libro y la
imprenta”. “El poder de las historias”, de este modo, constituye un recorrido
formidable, lleno de rigor y erudición tanto como de amenidad expositiva, por
determinados momentos clave relacionados con la influencia de un texto
concreto. Todo empieza con el libro de cabecera de Alejandro Magno, que tenía
bajo su almohada un ejemplar de la “Ilíada”, “porque era el relato a través del
cual contemplaba su propia campaña y su vida, un texto fundacional que cautivó
la mente de un príncipe que no se detendría en la conquista del mundo”, y a
ello le siguen una serie de capítulos a cuál más apasionante. Es el caso del
dedicado a Gutenberg, mediante el cual se puede ir conociendo todo el proceso
que llevó al inventor a realizar biblias para la Iglesia, y el consagrado a
Benjamin Franklin, el impresor por antonomasia de la República de las Letras,
lo llama el autor, y cuyas increíbles iniciativas cambiaron por completo el
devenir del mundo escrito.
Publicado
en La Razón, 14-III-2019