jueves, 16 de septiembre de 2021

La vida sin Elia

Guardarse el dolor o ponerlo de manifiesto. Ese dilema me ha acompañado desde que hace una semana el mundo se hizo cruel e inhóspito; la vida, absurda y devastadora, al sufrir la desaparición de Elia Rodríguez. No intervine, aunque mi instinto me decía que tenía que aportar algo, en los programas de radio –en la franja que ella comandó durante más de una década, en Es el Programa de Fin de Semana– que el sábado y el domingo se consagraron a ella. Me propuse escuchar el primero, por la necesidad de estar a su lado, y admiré la entereza con la que los intervinientes, la primera de ellos su colega María Díez, hablaron, incluso de manera maravillosamente risueña en varias ocasiones, como le hubiera gustado sin duda: colaboradores, compañeros, oyentes que no dejaban de comentar el encanto y el ingenio de Elia, lo gran profesional que era, lo divertida, bella, culta, inteligente...

Nunca serán bastantes las palabras elogiosas que puedan dedicársele. Yo solo quiero añadirme a eso, darle mi homenaje público. Cómo no recordar lo increíblemente bien que se preparaba cada entrevista, con qué meticulosidad se leía cada libro, cómo lo anotaba, subrayaba. Doy fe de todo ello por nuestro vínculo personal y por haber disfrutado de ser su entrevistado a raíz de mis libros en diversas y afortunadas ocasiones, ya inolvidables, como tantos otros instantes compartidos.

Un día, en una cafetería, se nos ocurrió una sección para reflexionar a partir de algún aforismo interesante, y la cosa funcionó realmente bien. Unos pocos años atrás, me había dado el inconmensurable regalo de hablar de mi Thoreau en el programa de televisión, en que fue tan feliz, Libros con Uasabi. Era la curiosidad, la naturalidad, la autenticidad en persona, y de natural impaciente; tanto, que se diría que tenía que saber antes que los demás qué es eso de la muerte, para informar de ello de manera concienzuda. Porque no había otra como ella en los medios de comunicación, y además tan joven –se nos ha ido, y me costará asumirlo hasta el fin de mis días, con 38 años–, a la hora de hacer descubrir a la audiencia asuntos interesantes. De hecho, su muerte es su último editorial –así abría su programa, con una meditación sobre la actualidad llena de ironía–, su implacable informe de la realidad que nos espera a todos. Y sí, supimos por desgracia hace una semana cómo actúa ese misterio que de repente nos mata en vida al irse alguien a quien amamos: haciendo de nuestro día una desesperada oscuridad, sumiéndonos en el vacío y en el desconcierto más turbio, colocándonos en un dolor que nos acompañará ya para siempre en una vida sin Elia.