Cuando Kenzaburo Oé vino a España para promocionar, en 2004, su voluminosa «Salto mortal» (que publicó la editorial Seix Barral), novela publicada en Japón cinco años atrás, parecía otro escritor diferente, casi irreconocible, de aquel que deslumbró antes y después de recibir el premio Nobel, cuando la editorial Anagrama ya había divulgado sus cuentos y novelas descarnadas, realistas en su sentido más grotesco, cercanas además a la sensibilidad occidental.
En aquella obra, recreaba el reencuentro de varios personajes decididos a volver a emprender las tareas de una secta activa quince años atrás. De este modo, «Salto mortal» constituía un texto independiente en la trayectoria del autor nipón por su gran volumen, cuyo argumento giraba, de forma ininterrumpida, en torno a las disquisiciones acerca de cómo redefinir la «Iglesia del Salvador y el Profeta», fundada por los que se convertirían en sus líderes espirituales; estos habían protagonizado un acto de apostasía diez años antes, no sólo abandonando a sus fieles, sino renunciando a la vez a la propia fe. Asimismo, los comentarios en paralelo a la poesía del galés R. S. Thomas y otros escritores creaban un clima de exquisitez intelectual encaminado a edificar una «Iglesia del Hombre Nuevo», una propuesta personal del propio Oé, como contó en las entrevistas que concedió aquel año.
Y es que, pese a la advertencia editorial de que se trataba de su primera novela no biográfica, lo cierto es que el texto estaba inundado de guiños hacia sus gustos literarios (Twain, Hemingway, Flannery O’Connor), sus ideas políticas sobre la desmilitarización asiática, su «teoría de la rehabilitación» médica que trasladó a la escritura, o su hijo con discapacidad mental y músico, presencia ineludible en casi todas sus obras, en especial «Una cuestión personal» (1964). Es suma, el lector descubría a un Oé renovado, lejos de la concisión y la dureza argumental de su primera novela, “Arrancad las semillas, fusilad a los niños” (1958), cuyo trasfondo, la Segunda Guerra Mundial, él había sufrido desde la pequeña isla en la que nació e inundó sus creaciones, incluyendo aquel gran salto narrativo.
De una aldea al Nobel
Marcado por estos acontecimientos desde la infancia, Oé va a vivir un shock de carácter personal en esa etapa: justo cuando viaja a Hiroshima, nace su hijo, que se dirime entre la vida y la muerte en una incubadora, y su padre pisa el territorio donde tal cosa ocurre a diario: gente con cáncer, leucemia o ceguera producto de la radiación atómica; personas que se acaban suicidando para cortar la agonía; ancianos que han perdido a sus hijos y a sus nietos y que existen por inercia. Con individuos así va a entrevistarse Oé en distintos hospitales; los llama moralistas “porque han vivido los días más crueles de la historia de la humanidad”, porque nadie puede tener una experiencia tan abrumadora después de haber sufrido tal cosa.
Oé declaraba que conoció la dignidad humana en Hiroshima –dedicaba un ensayo a este concepto–, y volvió a referirse a ella en la entrevista que le hizo un periodista de “Le Monde” aquel año de 2004 y que sirvió de epílogo al libro. En definitiva, ese contacto con una realidad grotesca y espeluznante, pero también esperanzadora al ver el coraje de los supervivientes, se volcarán en su propia narrativa: le esperaba la escritura de su obra maestra, en aquella «Una cuestión personal» (1964) inspirada en su bebé, que también iba a sobrevivir.
Publicado en La Razón,
13-III-2023