Aún impresionando, dolorido, por la muerte de Fernando Sánchez Dragó, quiero rendirle aquí un pequeño homenaje. Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento por cuánto y cómo se interesó por mis libros y habló de ellos en la prensa, y por su trato, tan afectuoso y auténtico. Fue el caso del pasado mes de junio, cuando publicó un artículo sobre mi libro El fragmento honesto, lo que le llevó a pensar en su infancia lectora. Todo empezó hace más de diez años, cuando para mi sorpresa descubrí que conocía mi escritura, y desde entonces tuve el placer de estar en contacto de continuo con él. Siempre aprovechó para escribirme diciendo cosas formidables sobre mis libros, lo que disfrutaba con ellos. Parecía leerlo todo, saberlo todo, cómo no sentirse honrado frente a tamaña generosidad. Si le contaba algún trance difícil mío, solía aconsejarme seguir la doctrina del Tao: parar y templar, no reaccionar, dejar las cosas fluir. Y por supuesto, tenía razón.
No consiguió llevarme al programa Uasabi con Libros, como era su deseo, al no renovar con Televisión Española, pero ya esa intención para mí valió oro. Con todo, me hizo un regalo maravilloso al empezar uno de ellos hablando de El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau. Asimismo, comentó El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico en Esradio, y también en una columna en El Mundo (en aquella ocasión, me avisó estando él ¡en Camboya!) Siempre tan atento con mi forma de abordar la literatura, me invitó a colaborar en su proyecto digital La Retaguardia con reseñas de libros, y a una experiencia que me resultó gratísima: dar una conferencia en el XXV Encuentro Eleusino en El Escorial, que se celebró en enero del 2019, sobre Thoreau.
Yo, por mi parte, le propuse contestar la entrevista capotiana, en el 2013, hablé de sus memorias Galgo corredor en la radio y lo entrevisté por extenso para la revista Qué Leer, en septiembre del 2020. Pero todo ello son cosas tangibles o visibles, de compartir un interés común en torno a lo literario. Tras eso queda lo humano, el recuerdo vívido de este hombre excepcional, increíblemente erudito, simpático y sensible; capaz de llorar al recitar un poema de Claudio Rodríguez que le acompañó siempre, pero sobre todo de celebrar la vida, viajar por todo el planeta, disfrutar de los placeres y escribir. Escribir cada día. Todo ese legado humano descansa en su hija, la espléndida Ayanta Barilli, que tan amable y cariñosamente también acoge mis libros. Mi pésame a ella, a todos para los que Fernando fue alguien tan y tan especial, único e irrepetible.