En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Gabriel Mamani Magne.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Quizá La Paz, mi ciudad natal. Tiene lo que
necesito: familia, amigos y libros. Aunque me sé sus calles de memoria, la
ciudad nunca deja de sorprenderme. Andrés Neuman alguna vez escribió que “La
Paz es una ciudad que se escala a sí misma”, y concuerdo: en cada escalada La
Paz tiene un tono distinto. Así, la ciudad tiene muchas versiones de sí misma
de acuerdo a qué cerro hayas escalado.
¿Prefiere los animales a la
gente? La gente. Las mascotas son una enorme responsabilidad.
Los humanos, aunque a veces idiotas, dependen solo de ellos mismos (la mayoría
de las veces).
¿Es usted cruel? A veces
conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos? No sé si
muchos, pero sí los necesarios. Tengo gente para hablar de fútbol, otra para
beber, un grupo para hablar de libros, otros para salir a bailar. Existe una
buena división del trabajo/ocio entre la gente que estimo.
¿Qué cualidades busca en
sus amigos? La capacidad de escuchar y de hablar, además de la
lealtad. No podría vivir con gente me tenga como un espectador de su vida; tampoco
soportaría a alguien que no tenga nada que decir. Por otra parte, la lealtad es
otra cosa que con los años empiezas a valorar más y a encontrar menos.
¿Suelen decepcionarle sus
amigos? No mucho.
¿Es usted una persona
sincera? Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su
tiempo libre? Me gusta dormir. O tan solo recostarme y escuchar música.
También me gusta mucho correr, nadar y andar en bicicleta. Y beber cerveza,
claro. Me gusta reunirme con algún amigo en un bar y hablar de todo menos
literatura.
¿Qué le da más miedo? La memoria
y la desmemoria. Hay cosas que quisiera olvidar para siempre, pero siguen ahí.
Hay otras que quisiera atesorar toda la vida, pero mi mente las borra de a
poco. La amnesia colectiva sobre eventos históricos es la cosa más aterradora
que hay.
¿Qué le escandaliza, si es
que hay algo que le escandalice? La cobardía.
Si no hubiera decidido ser
escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Futbolista.
De eso no hay duda. Todavía creo que podría llevar una vida de jugador a través
de algún personaje de mis libros. Le haría ganar, como mínimo, una Copa
Libertadores.
¿Practica algún tipo de
ejercicio físico? Sí, corro bastante y nado.
También manejo bicicleta, aunque el calor de Goiânia, la ciudad donde vivo, a
veces hace imposible pedalear a gusto.
¿Sabe cocinar? Lo básico como para
no morir de hambre. Alguna carne bien sazonada, arroz, fideos, ensaladas. Mi
gran talento está en el arroz con leche.
Si el Reader’s
Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría? A Keren Ann, una cantante nacida en Israel y afincada en
Francia. No sé si sea inolvidable para el mundo, pero lo es para mí. Hay una
canción, “Chelsea Burns”, que define bien mucho de lo que he vivido en los
últimos diez años.
¿Cuál es, en cualquier
idioma, la palabra más llena de esperanza? “Sí”.
¿Y la más peligrosa? “Adiós”.
¿Alguna vez ha querido
matar a alguien? Claro. Hasta fantaseé con tener una “Death Note”.
¿Cuáles son sus tendencias
políticas? Quisiera poder decir que soy de izquierda, pero el
término se ha vuelto en una moneda tan gastada que uno no sabe qué significa
exactamente. Lo único que tengo claro es que nuestros países se han diseñado
mal, se han construido desde el colonialismo, el racismo, la homofobia y el
machismo, y que todo eso debe cambiar. Pienso que hay que destruirlo todo y
empezar de nuevo.
Si pudiera ser otra cosa,
¿qué le gustaría ser? Un cacto.
¿Cuáles son sus vicios
principales? Si los pongo acá nunca me vuelven a publicar nada.
¿Y sus virtudes? Eso le corresponde
decir a la gente que me conoce.
Imagine que se está
ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ya he estado cerca de la muerte hace no mucho. Lo que se
me ha pasado por la mente en esa secuencia trillada y hollywoodiana ha sido, en
este orden: el rostro de mi madre, la risa de mi hermano menor, los ojos de la
mujer que amo, las rutas de mi adolescencia, La Paz vista de noche y la
satisfacción de haber vivido como me ha dado la gana.
T. M.