En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Vega Burgos.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una casita sencilla
con huerto y jardín al borde del mar, pero no en un lugar turístico. Con un par
de habitaciones para recibir amistades, una gran cocina donde hacer vida, con
chimenea, sofás cómodos, ventanales grandes, un porche desde donde ver el mar
mientras leo o escribo y caminos para pasear en bicicleta. Arriba tendría una
buhardilla con mis libros y mis cosas, con una gran ventana y un balconcito donde
salir a mirar el mar y tomar café a media mañana. Tendría muchas plantas,
flores, gatos y perros. Y un wifi súper potente, claro. Si en invierno nevara y
detrás hubiera un bosque, ya sería por completo el hogar de mis sueños.
¿Prefiere los animales a la gente? Necesito a la gente para charlar, intercambiar impresiones, reír… Soy bastante
sociable aunque luego me paso varios días sin salir de mi casa. Los animales me
gustan mucho, desde hace muchos años tengo gatos y el poco tiempo que no los
tuve, los añoraba muchísimo, pero no me contradicen ni me exponen sus ideas.
¿Es usted cruel? No;
siempre he odiado la crueldad en cualquier forma y pongo mucha atención en no
hacer nada que pueda resultar cruel. Si alguna vez lo he sido sin querer, me he
despertado de madrugada sintiéndome mal durante mucho tiempo.
¿Tiene muchos amigos? Conocidas y conocidos con los que me llevo muy bien, muchísimos. Amigos,
amigos, unos cuantos. La mejor, mi hija.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Empatía, sinceridad, lealtad. Compartir gustos y preferencias, con unos
la lectura, con otros la escritura, las ideas políticas, el amor por algo
especial…
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Cada vez menos, quizá porque al ir madurando vamos eligiendo mejor o
porque exigimos menos, quién sabe.
¿Es usted una persona sincera? Sí, mucho, pero no sincera en plan “te voy a decir la verdad” para luego
soltar un montón de opiniones desagradables que nadie me ha pedido. Intento no
mentir ni tergiversar la verdad a no ser que sea necesario. No me gusta ofender
gratuitamente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leo, escribo, salgo a tomar un vinito o una cerveza…
¿Qué le da más miedo? A nivel personal, aparte de la muerte de mis seres queridos, la decrepitud.
No poder valerme por mí misma me horripila, y casi más miedo me da perder la
cabeza e insultar o vejar a mi familia. A nivel social, la indiferencia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La prepotencia, y más la
ignorancia de los prepotentes.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? No
lo sé. He sido vendedora ambulante, bibliotecaria, promotora de Igualdad,
técnica de Infantil… Todo me gustó en su momento. Sigo teniendo mucha relación
con niños gracias a la Asociación Cultural La Talega Roja, que presido, y desde
donde imparto talleres de teatro, de animación a la lectura, manualidades… Es
lo que me gusta y con lo que me siento realizada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Bicicleta a veces y por épocas pump, pero últimamente estoy muy vaga. Antes
bailaba muchísimo pero ahora se pasan los meses sin hacer nada.
¿Sabe cocinar? Sí,
soy mujer de 57 años, TENÍA que saber cocinar para “salir al mundo”. Además, me
gusta, aunque somos dos en casa y no me meto a hacer platos para gourmet.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Gertrudis Gómez de Avellaneda. De hecho, la tengo en mente y creo que algún día me pondré con ella, fue
una grandísima escritora, la primera que escribió una novela antiesclavista, “Sab”,
en 1841, antes que Harriet Beecher Stowe con “La Cabaña del tío Tom”, que salió
en 1852. Fue una gran feminista, publicó una serie de artículos magníficos
defendiendo los derechos de la mujer, entre ellos el derecho a disponer de su
propio dinero, cosa por la que luchaban muchas escritoras en aquella época. Fue
una gran dramaturga, poeta, novelista… José Zorrilla decía de ella que “era un
hombre en cuerpo de mujer”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Quizá…
¿Y la más peligrosa? Verdad. La verdad de cada persona, tan diferente según quién cuente el
caso. Antonio Machado dejó unos versos que me parecen concluyentes: “Tu verdad
no: la verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Claro, o al menos patearle la barriga. Casi cada día, como pongamos las Noticias
en la tele, me salen alacranes y culebras por la boca. Tampoco le haría ascos a
coger a alguna gente, amordazarla con precinto y leerle unas cuantas leyes,
unos cuantos bulos demostrados… Mi gran triunfo es que no lo hago. Cuesta
contenerse.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Izquierda, muy a la
izquierda. Pero la izquierda de verdad, no de boquilla.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me gustaría ser niña eterna, la niña que fui en Niebla, con mis amigas de
entonces y los juegos que inventábamos. Yo pensaba que el Cielo debía ser
exactamente mi infancia, pero siendo mi madre una amiga más del grupo. Ahora
añadiría a mi hija.
¿Cuáles son sus vicios principales? Tuve el terrible
vicio de fumar durante muchos años y todavía no puedo creer que consiguiera
dejarlo. Recuerdo estar encendiendo un cigarrillo y ya pensando en el
siguiente, el tabaco gobernaba mi vida, desde los 15 años mi prioridad era
tener dinero suficiente para mi tabaco diario, la paga que me daban en casa por
ayudar en la limpieza iba íntegra a ese maldito vicio, no tenía nunca para
comprarme un capricho, tenía que pedirle a mis padres, que me racionaban el
gasto porque las cosas antes eran así. Quizá por eso empecé a buscarme la vida
muy joven, empecé a publicar novelas “de evasión” a los 17 y así disponía de dinerillo
para libros, ropa y regalos. Ahora que ya no fumo, no tengo vicios mayores. Quizá
leer y dormir, no llega a vicio pero si me lo quitaran, preferiría morir.
¿Y sus virtudes? Ahora me encuentro
más virtudes que antes, menos mal, estoy desaprendiendo la minusvaloración
automática. Creo que soy muy leal y ya
no me siento una tonta por serlo, si me corresponden mal (que tampoco me ha
ocurrido mucho), pues vale, pero no voy a ir con la desconfianza por delante
porque eso me quema el alma. También soy una curranta nata, trabajo muchísimo y
casi siempre gratis, pero me merece la pena por la satisfacción personal que me
llevo. Y procuro no hacer jamás a los demás lo que no quisiera que me hicieran
a mí. Virtudes muy de mi época, que leíamos “El diario de Ana María” y cosas
así.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Supongo que el
rostro de mi hija, el de mi pareja, mis padres, mi yerno al que quiero
muchísimo, algunas amistades, en plan “no volveré a veros”, e imágenes del
pueblo donde me crie, Niebla. Mi casa, mi gata… Aunque es bastante posible que solo
me diera tiempo a pensar “me voy a morir, me estoy ahogando, así que era esto…”
T. M.