viernes, 27 de octubre de 2023

Entrevista capotiana a Inmaculada Lergo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Inmaculada Lergo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Es una situación inimaginable para mí. Me escaparía. Huiría. No soporto el sedentarismo ni mucho menos una imposición.

¿Prefiere los animales a la gente? No.

¿Es usted cruel? Solo en ocasiones y solo de pensamiento.

¿Tiene muchos amigos? Eso creo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Inteligencia, sensibilidad, y que sepan compartir mis alegrías.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Solo puntualmente, y no podría ser de otra manera, los buenos amigos no son un club de fans para complacernos y toda relación cercana conlleva claroscuros.

¿Es usted una persona sincera? Pero… ¿eso existe? Bueno, tengo una rara incapacidad para la mentira, si alguien define eso como sinceridad lo soy; pero a la vez, me resulta imposible decirle cara a cara a nadie lo que pienso si eso crea una situación tensa o violenta. Es una pregunta muy difícil.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, viajar, escribir, viajar, escribir, leer… y una buena conversación en una buena mesa.

¿Qué le da más miedo? Comprobar que el miedo es la nueva arma de dominación social, y la facilidad con que se van introduciendo esclavitudes envueltas en papel de regalo y recortes de las libertades individuales. Y la vejez, mi vejez.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La banalidad con que nuestra sociedad asume y consume violencia.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Hummm… deja que piense… hummm…

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Me dan una enorme pereza, salvo caminar, si es que eso entra en esa categoría.

¿Sabe cocinar? Sí. Y muy bien.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Uf, nunca realizaría ese encargo. Aunque me gusta encomiar lecturas que considero son dignas de ellas, cuando se trata de personas, el oficio de turiferaria no lo practico.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Supongo que la palabra fe, aunque yo soy atea y mis esperanzas se dispersan por otras muchas más.

¿Y la más peligrosa? Apatía.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí. A mí misma.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Hace treinta años hubiera contestado al instante. Hoy, no sé qué cosa es “política”, ni sé si existen tendencias e ideologías políticas definidas, ciertas y sinceras. Así que me quedo en esa trasnochada utopía del socialismo de la Primera Internacional que abogaba por el hermanamiento universal, la supresión de las fronteras y la negación a participar en las guerras. Y democracia y Europa.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un enorme árbol lleno de pájaros, si los árboles no tuvieran el inconveniente de no poder caminar.

¿Cuáles son sus vicios principales? El perfeccionismo, una droga dura que estropea muchas cosas en la vida.

¿Y sus virtudes? La empatía.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? En esos larguísimos segundos en que mi coche daba mil vueltas volando y volviendo a chocar en el suelo, no tuve ninguna imagen de las clásicas. Después de rogar desesperadamente por mi vida, claudiqué y solo me dio por pensar en el dolor que le iba a procurar a mi madre y a mi marido entonces cuando les llegara la noticia de mi muerte.

T. M.