En el año 2014 la editorial Elba publicaba “La pintura como pasatiempo”, un librito de apenas cincuenta páginas donde el pintor Winston Churchill reflexionaba sobre su afición al arte, que para él fue “una experiencia extraordinaria y muy enriquecedora”. A sus ojos, desperdiciar el tiempo libre yendo a un campo de golf, jugando al bridge, haciendo cerámica u holgazaneando, habiendo todo un mundo artístico e intelectual al alcance, era absurdo. Otra cosa distinta es que, en esa entrega a los pinceles, Churchill estableciera una comparación de tinte bélico: “Uno empieza a ver, por ejemplo, que pintar un cuadro es como librar una batalla; y que el intento de pintar un cuadro se parece al intento de librar una batalla. Y que es, en sí mismo, más emocionante que ganarla”.
En esas páginas, el pintor Churchill desarrolla una extraña analogía sin demasiado sentido, la verdad sea dicha, basada en “trazar un buen plan”, “hacer un reconocimiento minucioso del terreno en el que se librará la batalla” y “estudiar los éxitos de los grandes capitanes del pasado”. Por otra parte, esta dedicación al arte sería altamente recomendable para el hombre público, ya que este dispone de tiempo y dinero para cultivar su intelecto, quedando fuera de tal cosa, se supone, el simple obrero o individuo de clase baja. En fin, queda claro que, a tenor de este libro, también hay que hablar del escritor Winston Churchill, el autor de “Mi juventud: Autobiografía”, “La crisis mundial, 1911-1918” o “La Segunda Guerra Mundial”.
Se trató, así pues, de un memorialista y de un historiador, con otros títulos como “La guerra del Nilo. Crónica de la reconquista de Sudán”, de 1899, cuando era un joven teniente y formaba parte de la fuerza anglo-egipicia, o “La guerra de los boers”, una crónica de aquella contienda a lo largo de ocho meses también de su época juvenil. Porque el pintor y escritor Churchill fue, asimismo, militar, lo que le llevó a interesarse por asuntos históricos y políticos que luego llevaría a la escritura, y con un gran éxito si nos atenemos a que recibió el premio más famoso de todos, el Nobel de Literatura en 1953, según la Academia sueca, por estos motivos: “Por su dominio de la historia y descripción biográfica, así como por la brillante y exaltada oratoria en defensa de los valores humanos". Por cierto, casi se nos olvida decir que Churchill también fue político.
Un imperio depredador
Y no uno cualquiera, porque, durante un acontecimiento llamado Segunda Guerra Mundial se enfrentó a un tal Adolf Hitler. De hecho, por esa intervención liderando el Reino Unido es, probablemente, el más idolatrado político del siglo XX. Y justo en eso es en lo que pone el acento Tariq Ali en “Winston Churchill. Sus tiempos, sus crímenes” (traducción de Alejandro Pradera Sánchez), si bien no aborda el asunto del galardón de Estocolmo, pese a que ello da mucha información de cómo era el personaje. Se dice que a Churchill le ofendió que no le concedieran el Nobel de la Paz y que por eso envió a recoger el premio a su mujer. Semejante detalle seguro que interesaría a este escritor, cineasta e izquierdista, autor de más de una docena de ensayos sobre historia y política mundiales y novelas, pakistaní y residente en Londres.
La justificación para que surja el enésimo libro sobre Churchill queda clara ya desde el inicio: “El culto a Churchill estaba acallando cualquier tipo de debate en serio”; Ali no quiere decir que “todos los historiadores que han escrito sobre Churchill sean acríticos”, pero hay que rechazar a todos aquellos “que consideran cualquier crítica seria como un crimen de lesa majestad”. En cualquier caso, la intención de Ali no ha sido centrase en exclusiva en Churchill, ni tampoco hacer una biografía tradicional, sino esta: situarlo “en el seno de una clase dirigente que luchó contra los obreros y los disidentes dentro del país y construyó un inmenso imperio en ultramar. Esa combinación fue lo que posibilitó derrotar a las organizaciones de la clase obrera en Gran Bretaña y la colonización de grandes zonas de Asia y de África”.
El ensayista recuerda el momento en que Barack Obama y, más recientemente, Joe Biden, retiraron el busto de Churchill del Despacho Oval, a resultas de “las atrocidades cometidas por los británicos en Kenia y el historial de Churchill en Irlanda, dos de los crímenes imperiales de los que se le acusa en este libro”. Este nace con la propuesta de cuestionar el impulso depredador del Imperio británico no para destapar sus trapos sucios, pues son sobradamente conocidos, sino para ponerlo delante de la idolatría que se ha instalado propagandísticamente en su beneficio y que, por ello, ha engrandecido a figuras de la talla de Churchill.
Contra los obreros
De éste el autor cubre lo que llama las cinco fases de su vida: sus aventuras en el extranjero, la Primera Guerra Mundial, la tregua de veinte años en la «guerra civil europea», la Segunda Guerra Mundial, y su último mandato como primer ministro, y hace notar que durante todo ese periodo disfrutó de un culto relativamente bajo. “Ni siquiera en el apogeo del Blitz, la campaña de bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, su culto podía compararse con lo que llegó a ser en manos de los políticos tories y de un montón de historiadores conservadores y liberales”. Todo lo cual tuvo un remate definitivo cuando, en 2017, tras numerosas biografías, se estrenaron varias series y películas sobre Churchill de tono laudatorio. En este sentido, resulta significativo que la biografía más objetiva a juicio de Ali, de Clive Ponting, esté por desgracia descatalogada.
En toda esa ficción audiovisual de los últimos años –“El instante más oscuro”, de Joe Wright; “The Crown”, de Peter Morgan; “Churchill”, de Jonathan Teplitzky– se coloca al protagonista en momentos diplomáticos de lo más difíciles o frente a grandes incertidumbres en la ofensiva contra los nazis. Mucho más complicado, si no imposible, será ver atisbos de que Churchill era racista hasta la médula, o de cómo, “para proteger el Raj Británico [el régimen que la Corona inglesa estableció entre 1858 y 1947 sobre el subcontinente indio] de una amenaza japonesa que nunca se materializó, el Estado británico sacrificó las vidas de aproximadamente 5 millones de personas”. La indiferencia por la muerte de estas pobres gentes también fue la del racista Churchill, como refiere Ali, que asimismo menciona otra tragedia terrible, la hambruna de Bengala de 1943, con más de 3,5 millones de personas fallecidas, bajo la responsabilidad del primer ministro.
Incluso alguien se atrevió a llamar a Churchill el «Malvado Canciller». Fue el más importante economista de aquellos años, J. M. Keynes, debido a las medidas económicas que el político impuso y que incluían para los obreros un recorte del 10% en sus salarios. Es más, aún se recuerda cómo en Gales, en Tonypandy, Churchill envió soldados para reprimir a los mineros. Y es que, en esta localidad en 1910, o durante la Huelga General de 1926, o en 1919 en Escocia, “trató como enemigos a sus propios conciudadanos. ¿Cómo es posible que todo aquello sea universalmente popular”. Es una buena pregunta, y en efecto, es del todo oportuna cualquier investigación que vaya en la línea de desmitificar a todo agente poderoso de la historia.
Publicado en La Razón, 14-X-2023