jueves, 2 de noviembre de 2023

Entrevista capotiana a Virginia Garzón de Albiol

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Virginia Garzón de Albiol.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Un centro comercial en el que haya un cine, una librería y un supermercado. Aunque no soy muy aficionada a los centros comerciales, la serie The Walking Dead me descubrió que son lugares útiles cuando se trata de sobrevivir.

¿Prefiere los animales a la gente? Más a menudo de lo que me atrevo a reconocer.

¿Es usted cruel? En absoluto, aunque en ocasiones me encantaría serlo. Hay personas que merecen un martillazo en la cabeza.

¿Tiene muchos amigos? Los tengo, aunque son pocos los que siempre están ahí.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Sinceridad, lealtad, humor. Me encanta reírme con mis amigos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No es algo habitual, pero me ha sucedido, sí. Y duele.

¿Es usted una persona sincera? Intento serlo, aunque soy de las que callan o cuentan medias verdades para evitar sufrimiento innecesario al otro.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me encanta perderme por el Parque Natural del Montseny. En realidad, por cualquier espacio natural. Me da paz.

¿Qué le da más miedo? Una araña que aparece por sorpresa. Y la avaricia en manos de gobernantes sin escrúpulos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Cualquier tipo de violencia, aunque la vicaria se lleva la palma.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Tengo dónde elegir, porque soy una persona curiosa con distintas aficiones. Habría sido egiptóloga, bióloga, carpintera o propietaria de una sala de cine.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino mucho por la ciudad y, en cuanto tengo ocasión, hago excursiones por la montaña. He intentado varias veces ir al gimnasio, pero no es lo mío: soy de las que pagan la cuota y no van.

¿Sabe cocinar? Sí, y me encanta. Me relaja y me devuelve la sonrisa cuando la pierdo. Mis especialidades son las ensaladas, las cremas de verduras, la tortilla de patatas y las croquetas.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A cualquier persona que haya deseado ejercer una profesión y se le haya negado por su color de su piel, género, cultura, religión u orientación sexual.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Empatía. Si el ser humano fuera capaz de colocarse en el lugar del otro, de sentir lo que sienten los demás como consecuencia de sus actos, el mundo sería un lugar completamente distinto.

¿Y la más peligrosa? Odio. Puede tener consecuencias dramáticas y de proporciones incalculables.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No he llegado a ese extremo, aunque sí he deseado que desaparezcan de mi vista unas cuantas personas.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy de izquierdas, aunque no me van los extremos. Prefiero el bien común al individual.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una puesta de sol. ¿Hay algo más bonito?

¿Cuáles son sus vicios principales? Hay cosas a las que me costaría mucho renunciar: el chocolate negro, las patatas chip, los palotes de fresa, la coca cola, la lectura o el cine. También me encanta apretujarme contra mi pareja justo antes de dormirnos, los lametones de mi amiga peluda Trufa y contar los escalones cuando subo o bajo escaleras.

¿Y sus virtudes? La defensa de la alegría, la constancia y el compromiso.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Las partidas de Remigio con mi madre y con mi padre, los veranos de mi infancia en Denia y en Santa Fe del Montseny, el primer año de vida en Bruselas, mis amigos peludos Barny, Betty, Llum y Trufa, el concierto de Vega en el que descubrí a la que se convertiría en mi compañera de vida, y la llamada telefónica con la que supe que mi novela Un tesoro en el olvido iba a ser publicada en Ediciones B.

T. M.