El otoño pasado llegó a las librerías la biografía de Elon Musk, a cargo de Walter Isaacson, que se abría con una cita del propio protagonista: “A quienes haya podido ofender, solo quiero decirles que he reinventado los coches eléctricos y estoy enviando a personas a Marte en una nave espacial. ¿Creían que también iba a ser un tipo tranquilo y normal?”. Y en verdad, quien se acercase a la lectura de este libro encontraba a alguien que es cualquier cosa menos vulgar y corriente: un genio superdotado desde niño, amante del riesgo y adicto al trabajo.
Tal intensidad empezó en él en la infancia y llega hasta hoy, cuando ya ha lanzado treinta y un satélites de SpaceX, ha vendido más de un millón de coches Tesla y se ha convertido en el hombre más rico de la tierra. Aprendió informática de forma prematura y autodidacta y a los trece años logró crear un videojuego, que llegó a vender a una revista en 1984. Diez años después le llegaría su gran oportunidad, cuando le concedieron dos prácticas que le permitieron entregarse a los vehículos eléctricos, el espacio y los videojuegos. Estaba naciendo un emprendedor que trabajaba todo el día y parte de la noche, jamás hacía vacaciones y, lo que es peor, esperaba que los demás hicieran lo mismo que él.
Esa ambición le llevó a ser un joven rico antes de cumplir treinta años, con iniciativas como PayPal, empresa de la que lo echaron, a aprender a volar y de conquistar el espacio. Así, Musk fundó Space Exploration Technologies en 2002, luego llamada SpaceX, aparte de volcarse en la fabricación de coches eléctricos y con piloto automático (en el primer paseo con uno, el vehículo se paró delante de un ciclista que iba hacia él). Al fin, el destino le tendría reservado dirigir seis empresas, entre ellas Tesla, en honor al científico Nikola Tesla, nacido a mediados del siglo XIX e inventor prolífico que contribuyó a la modernización de la tecnología gracias a sus investigaciones en el campo de la electricidad.
Personaje de novela
Musk, al final, se asoció con un par de empresarios que habían concluido que los coches eléctricos eran los mejores para el medio ambiente y buscaban financiación para su proyecto; estos ya tenían su propia empresa automovilística, que habían registrado bajo el nombre de Tesla Motors. Luego, la sociedad que presidiría Musk acabó llamándose con el nombre del inventor, que, en los últimos años, protagoniza todo tipo de libros, como este “Tesla el mago” (traducción de Mónica Rubio), de Marc Jeffrey Seifer.
Seifer concibió el libro para intentar resolver diversos misterios en torno a la vida de Tesla, y analiza “el porqué de que su nombre cayera en la oscuridad tras haber sido tema de primera página en los periódicos de todo el mundo durante el cambio de siglo”. También, se pregunta por qué nunca recibió el premio Nobel, pese a haber sido candidato una vez a él, y desgrana los factores “que condujeron a que Tesla se convirtiera en un genio”, pero también “las singularidades que lo llevaron a su ruina”. Por eso, la mirada sociohistórica del investigador hace que aparezca un gran número de personalidades importantes que trataron con él, tanto científicos y artistas como políticos o magnates, como J. P. Morgan, Guglielmo Marconi, Twain, Anthonin Dvorak, Ignacy Jan Pederewski, Sanford White, Mark Twain, Rudyard Kipling, John Muir o John Jacob Astor III.
Fue en la época más brillante de su andadura cuando conoció a la crema de Manhattan, e incluso vivió en el hotel Waldorf-Astoria veinte años. Seifer nos lleva a una vida que acabó maltrecha por las deudas, cuando Tesla era la sombra de lo que había sido y se le veía como un neurótico y anoréxico, que estaba obsesionado con los gérmenes y alimentar a las palomas. Lo interesante es ver cómo el biógrafo va entendiendo los excesos de Tesla y su ánimo vanidoso y megalómano, amén de cierta pulsión autodestructiva. Ciertamente, se trataría de todo un personaje extravagante, de mente tan brillante como difícil de trato. En una ocasión, cuando un reportero preguntó a Edison si era posible producir luz de la electricidad sin calor, y aludiendo a Tesla, Edison afirmó: “No ha hecho ningún descubrimiento nuevo”, para a continuación referirse que sin embargo su colega había mostrado mucho ingenio en determinados aspectos científicos.
Relación con Edison
Tesla, como nos recuerda Seifer, inventaría luces fluorescentes que pueden durar años, en contraste con la bombilla de Edison, de vida operativa corta. Fue con ese tipo de innovaciones por las que Tesla se fue haciendo un nombre entre la prensa norteamericana, en especial a partir de un reportaje de “New York Herald”, en que se le describía como sigue: “El señor Tesla es tan trabajador que tiene poco tiempo para los placeres sociales, si es que en realidad su gusto va en esa dirección. Es soltero, alto, muy enjuto, tiene ojos oscuros y profundos, pelo muy negro y una expresión que sugiere de inmediato que es un gran pensador. Aunque educado e incluso amistoso con los periodistas, no desea explotar su imagen en la prensa”. Es más, dice el biógrafo que llamaban a Tesla “modesto”.
Otro sinfín de curiosidades en torno a la vida de Tesla se abre camino en este gran libro, ameno y enjundioso, desde su nacimiento en un pequeño pueblo de la actual Croacia y su afición temprana a estudiar la electricidad. Surge de esta manera todo un visionario que innovó como nadie en la corriente alterna o la transmisión inalámbrica de energía. Fue una trayectoria dedicada a buscar financiación para llevar adelante sus ideas y que Seifer trae usando los propios manuscritos de Tesla: citas extensas de sus cartas y diarios que priorizan que la voz del protagonista cobre vida y, desde que llegó en 1884 a Estados Unidos y contactara con Edison, que le dio trabajo, fuera una máquina de inventar mil ingenios que hoy, de una manera u otra, usamos sin cesar.
Publicado en La Razón, 24-VIII-2024