Se supone que al referirse al humor británico, uno más o menos puede saber de qué estamos hablando. Sin embargo, este tópico tan socorrido a la hora de hablar de cualquier autor inglés que haya practicado el género burlesco, o satírico, es directamente inadecuado. Hay escritores humorísticos, sin más, y el inglés que escribe en este registro no lo hace por ser inglés, sino por su concepción de la vida observada por el matiz de la socarronería o la ironía. Es el caso de Simon Gray, al que el maldito tópico lo asociará con el «humor británico», es decir, lo simplificará aludiendo a su procedencia geográfica. Aquí no haremos tal cosa, pues simplemente aduciremos que se trata de un narrador divertido, paródico, que se ríe de sí mismo para hacer sonreír, con inteligencia y amenidad en cada línea, al otro.
Esto es lo que el lector podrá experimentar con «Diarios de un fumador» (traducción de Álex Gibert), que se lee de una sentada, por su ingenio, vivacidad, ternura, humanidad, don para el absurdo que revela con claridad el sinsabor y el sabor a la vez de la vida. Gray nació en 1936 y murió en 2008, y destacó como dramaturgo y guionista de radio, cine y televisión, además de como autor de cinco novelas y numerosos volúmenes de diarios. En este libro, se contempla con sesenta y cinco años y un día, y ese detalle le lleva a un ejercicio tan personal como universal en que la salud tiene un peso crucial, sobre todo cuando menciona a su amigo Harold Pinter, enfermo de cáncer.
De este modo, lo dramático y lo anecdótico, ya sea hablando de naderías domésticas, de por qué lleva siempre un sombrero de otro querido amigo ya fallecido, o de películas que ve en el cine, de poemas o de personajes históricos, se van alternando con evocaciones de su dura infancia y adolescencia, tanto en la escuela como en el seno familiar. Así, todo es un juego de espejos con un protagonista necesitado de entrar en contacto con el niño que fue, puro, tolerante y clemente.
Publicado en La Razón, 18-I-2025