lunes, 10 de noviembre de 2025

Un artículo sobre el restaurante Dos Cucharas


Hoy aparece, en la sección de "Viajes" del diario La Razón, este artículo mío, en mi faceta de viajero hotelero-gastronómico, titulado "Del Monasterio de Sant Cugat a la Vía Augusta: la expansión de Dos Cucharas".

domingo, 9 de noviembre de 2025

Entrevista capotiana a Roberto Sánchez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Roberto Sánchez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sería cuestión de consensuarlo con los míos. Me adapto.

¿Prefiere los animales a la gente? Con ellos hablo menos y a mí me gusta escuchar.

¿Es usted cruel? ¿Se lo he parecido en la última respuesta?

¿Tiene muchos amigos? Los mismos que antes de que las redes sociales pervirtieran el valor de la amistad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que ellos busquen pocas en mí.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? ¡Qué manía tiene usted con los amigos! Y con el oxímoron.

¿Es usted una persona sincera? Se lo acabo de demostrar.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Contestando entrevistas capotianas. Aunque esta afirmación ponga en tela de juicio mi rotunda reivindicación de mi sinceridad anterior.

¿Qué le da más miedo? Los perros sueltos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La desfachatez de la insolencia y las adscripciones incondicionales de algunos compañeros periodistas. Son aburridos, predecibles y un peligro público para la conciencia crítica.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Creo que tengo un plan alternativo que no me ha salido del todo mal: la radio.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Acabo antes si le digo cuál no.

¿Sabe cocinar? Digamos que no me moriría de hambre por no saber manejarme entre fogones. Tengo gusto y buen paladar, modestia aparte.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Orson Welles, por esa mezcla de genio, impostura y talento para convertir la mentira en arte. Pero Pulgarcito tampoco está mal.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Encara (en catalán y en castellano sin traducirla).

¿Y la más peligrosa? Silencio.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Si me vuelve a hacer esta pregunta, tal vez cambie lo que tenía pensado contestarle.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No pretendo sacarlas a pasear en este momento; no quiero ser otro tipo predecible a partir de hoy.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Césped.

¿Cuáles son sus vicios principales? Los que tienen que ver con responder a las obligaciones del trabajo.

¿Y sus virtudes? Creo que soy tolerante. No de pega. Sin prejuicios. En un amplísimo sentido de la palabra.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? El fuego encendido y la cafetera puesta.

T. M.

sábado, 8 de noviembre de 2025

La revista "Qué Leer" de este noviembre

Ya está en los quioscos el nuevo número de la revista Qué Leer (noviembre, núm. 321), que se complementa con otros textos que aparecen en su sitio web, Facebook y X.

En este enlace de Zinio se puede adquirir la revista y ver todo el sumario con un extracto de cada una de sus secciones: mi editorial "Alma en las Palabras", "Laureles", "Lletres catalanes", "Hoy" (narrativa, no ficción, poesía), "Protagonista", "Ayer" (efeméride, contemporáneo, clásico), "Cata", "Voz autoral", "Voz editorial", "Imágenes", "Hechos", "Novedades" e "Invenciones. Cien páginas repletas de reseñas, entrevistas, reportajes literarios, columnas de escritor, avances editoriales...

jueves, 6 de noviembre de 2025

Entrevista capotiana a Marta Boronat Redondo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Marta Boronat Redondo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Galicia, podría renunciar al resto del mundo por este lugar. Quizás me sería algo más complejo elegir entre Santiago de Compostela o alguno de sus preciosos pueblos, bien de las costas cantábricas o del interior, pero sin duda sería Galicia.

¿Prefiere los animales a la gente? Adoro a los animales, pero sobre todo me encantan porque veo en ellos destellos de humanidad que muchas veces no encuentro en las propias personas. En ocasiones son más humanos que nosotros mismos. Aún así, su personificación por mi parte responde la pregunta: en última instancia prefiero a la gente.

¿Es usted cruel? No creo ser una persona cruel, al menos mi conciencia no carga con ese peso. No obstante, sé que hay momentos en los que mis actos han podido, pueden y podrán parecerlo para quien no entienda mis motivaciones y circunstancias.

¿Tiene muchos amigos? Que digan serlo, bastantes. Que demuestren serlo, se pueden contar con con los dedos de una mano. Y sobran dedos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Principalmente que sepan acompañar, que no me hagan sentir sola en la vida; que escuchen y transmitan, y que sean capaces de encontrar su propia alegría y compartirla, cada uno a su manera.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Mis amigos, los de verdad, raramente me decepcionan, porque siempre me dan todo lo que pueden darme a partir de lo que son. En todo caso, me decepciono yo misma cuando pongo en ellos unas expectativas idealizadas que no está en su condición cumplir. No le puedes pedir peras a un olmo, y mucho menos culparlo si no te las da, eres tú quien debe buscar en otro árbol u otro fruto.

¿Es usted una persona sincera? En general, callo más de lo que digo, digo lo que no pienso, y digo antes lo que debo a lo que quiero. Pocas veces digo, todo y solo, lo que pienso. Juzgue cada cual.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y escribiendo, pintando e ilustrando, viajando y acompañando a quienes quiero.

¿Qué le da más miedo? El fuego, porque lleva implícitos todos mis demás miedos: la destrucción, el caos, el dolor… Es una de las cosas que más me fascinan.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Dos cosas: quienes hacen daño a otros seres vivos (todos lo hacemos inconscientemente) con plena consciencia de sus actos y deseo de dañar, y la gente ignorante (todos lo somos inevitablemente) que no conoce su ignorancia o conociéndola no busca menguarla.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? La verdad es que, aunque no fuera a través de la escritura, seguiría en contacto con la actividad creativa. Mis estudios están orientados hacia el arte, y nunca he deseado otra cosa.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar, sobre todo, y nadar en ciertas épocas.

¿Sabe cocinar? Rotundamente no.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mis abuelos y abuelas. Ellos son las raíces que me anclan cuando necesito sostenerme, y las estrellas que me guían cuando necesito seguir. Para mí, son lo más inolvidable que hay, porque soy por ellos y mientras pueda reconocerme a mi misma podré recordarlos. Mientras sea, son.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Creación. Crear permite construir lazos entre las personas y dar vida, posibilita el arte y los descubrimientos, permite hacer nuestro mundo un poquito más grande, y también nuestra vida. Y sí, obviamente lo creado puede servir a un mal propósito, pero el simple hecho de crear da tantas posibilidades de servir a un fin honesto y justo, como erróneo e inmoral. Ahí reside la esperanza. Mientras se pueda crear, en todos los sentidos y dimensiones de la palabra, habrá cabida a todo lo bueno.

¿Y la más peligrosa? Odio, pues es la fuerza que nos impide ser mejores y nos lleva a elegir el daño por encima de la bondad. Cuando el odio supera al amor, el mundo se llena de destrucción sin creación, y ese es un mundo en el que se hace más difícil ver la esperanza y más personas sufren.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Querer, como idea inconsciente y fugaz, sí. Querer, como deseo consciente y que persiste, no.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo que, a mis dieciocho años, sé demasiado poco como para tener una tendencia política definida. Es ahora cuando empiezo a conocer diferentes ideologías y opiniones, y, por tanto, me abstengo de responder a esta pregunta. De momento, solo diré que busco serme honesta a mi misma, y respetar a los demás.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Con total honestidad, me gustaría ser una persona con la suficiente autonomía mental, física y económica como para viajar por el mundo como mochilera, escribiendo y dibujando sobre todo lo que encuentre. Espero llegar a serlo.

¿Cuáles son sus vicios principales? Me tomo las cosas con mucha intensidad y en ocasiones “arrastro” a los demás; me canso rápido de lo que no varía y puedo llegar a ser demasiado fría e intransigente con ciertas personas que me provocan un sentimiento de incomodidad, por el motivo que sea.

¿Y sus virtudes? Soy autoexigente, imaginativa y no cedo ante el miedo. Pero sobre todo soy leal a mis seres queridos, y los cuido de todas las maneras que sé.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sé que se me vendrían a la mente todas las sonrisas de mis seres queridos y todos los errores que he cometido, a partes iguales.

T. M.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

"Antisemitismo", anatomía de la palabra (y el prejuicio) más antigua del mundo

Cuando un historiador como Mark Mazower decide abordar un término tan sobrecargado, y a menudo instrumentalizado, como «antisemitismo», cabe esperar un tratamiento histórico riguroso, además de una sensibilidad especial para con los contextos ideológicos y políticos en que tal palabra ha operado. Y eso es exactamente lo que ofrece «Sobre el antisemitismo» (traducción de Gonzalo García), un ensayo incisivo y deliberadamente matizado que escapa de los lugares comunes para interrogar la evolución —y posible disolución— de un concepto central en la historia política y moral del siglo XX y, por supuesto, del siglo XXI. Evitando tanto la complacencia como la condena automática, el autor invita a pensar en qué se ha convertido el antisemitismo —y qué se ha hecho con él— en un mundo que ya no se parece al de los pogromos ni al de Auschwitz, pero que sigue operando con sus espectros.

No en vano, cierto fanatismo ideológico en la actual Europa aún condena a los judíos como un pueblo al que atacar y denigrar. Pero, pensemos en cualquier asunto relacionado con —por decirlo con el subtítulo de un libro reciente— las «contribuciones de los judíos al mundo moderno», echando un vistazo simplemente a su índice. Y encontraremos todo: reflexiones terminológicas, asuntos de ciencia, literatura, filosofía, economía, internet, moda, deportes, cine, televisión y música, arte, periodismo, justicia, política... Este era uno de los grandes méritos del trabajo de Diego Moldes «Cuando Einstein encontró a Kafka» (editorial Galaxia Gutenberg), en que justamente se desgranaba hasta el léxico que empleamos en este terreno. El autor aclaraba que «semita» califica a los pueblos y lenguas semíticas, por lo que estarían dentro también árabes, hebreos, arameos, fenicios, acadios y otras lenguas, así que habría que hablar, más que de «antisemita», de «judeofobia» o incluso de «antijudaísmo».

Porque este era el objetivo del libro de Moldes: luchar contra el prejuicio hacia el judío «en este incierto siglo XXI, producto de los nuevos-viejos totalitarismos, el neofascismo y el neonazismo, que, de nuevo, condenan al pueblo hebreo por ser simplemente un pueblo inteligente, esforzado y trabajador». Así las cosas, en «Cuando Einstein encontró a Kafka», el escritor gallego, apoyándose al comienzo en un ensayo de Sartre de 1946, abordaba las falacias que han sufrido los judíos en campos o actitudes en las que se han generalizado una serie de ataques repetitivos que no han recibido otras religiones y que forman parte del imaginario colectivo. Algo parecido, sostenía, a lo que ocurre con respecto a la islamofobia, el «odio al moro», en España. Y siempre el mismo pez comiéndose la cola: «Al antisemita no sólo le importa un bledo que un hombre o una mujer judíos sean inteligentes y trabajadores, antes bien, lo convierte en una característica más para sus intereses antisemitas», lo cual genera acusaciones de usura o egoísmo, que según el autor son ascendentes en todo el mundo.

Otras formas de exclusión

Con este precedente que iba a asuntos terminológicos, podemos abordar el trabajo de Mazower con unas premisas básicas, en cuanto a la bibliografía reciente, que nos hace comprender que este libro no es tanto la acumulación de datos —aunque no faltan— como el diagnóstico crítico de cómo se ha desfigurado, desplazado y reformulado el término «antisemitismo»; tal cosas ha sucedido desde su mismo origen, como categoría que nombraba una opresión sistemática, hasta su uso actual como arma arrojadiza en debates que poco tienen que ver con la vieja judeofobia europea. En este sentido, Mazower no cae en la trampa de negar la persistencia del odio antijudío, pero sí interroga con claridad qué intereses se movilizan cuando se denuncia el antisemitismo en ciertos contextos y no en otros.

El escritor estadounidense, que publica artículos sobre relaciones internacionales en «The Financial Times» y es profesor de Historia en la Universidad de Columbia, recuerda que durante siglos el antisemitismo fue parte estructural del discurso político conservador, reaccionario y nacionalista, todo lo cual culminó en la solución final del Tercer Reich. Sin embargo, advierte que hoy se produce una inversión paradójica: muchos gobiernos occidentales —y sus medios de confianza— invocan la lucha contra el antisemitismo no tanto para proteger a una minoría vulnerable, sino para blindar políticamente a un Estado (Israel) que actúa con poder militar y hegemonía regional, en buena medida garantizados por Estados Unidos. Este desplazamiento, sostiene Mazower, oscurece la realidad: mientras se amplifica el riesgo de antisemitismo, se invisibilizan otras formas de racismo o exclusión —como el antigitanismo, la islamofobia, el racismo estructural contra los afrodescendientes o la hostilidad contra refugiados— que afectan a grupos objetivamente más vulnerables en muchas democracias contemporáneas.

Asimismo, el libro resulta interesante en tanto que insiste en los matices históricos. Mazower reconstruye las discusiones entre judíos asimilados y sionistas en los albores del siglo XX; muestra cómo, incluso dentro de la comunidad judía, el sionismo fue recibido con recelo por aquellos que temían que reforzara la idea de extranjería; y también cómo sectores afroamericanos comenzaron a impacientarse, ya a mediados del siglo pasado, con un judaísmo institucional que reaccionaba frente a los pogromos rusos pero guardaba silencio ante la violencia racial en el sur de Estados Unidos. Estas tensiones internas no se presentan como evidencia de culpa, sino como recordatorio de la complejidad histórica y política del concepto.

Justificación de políticas

Como apuntábamos, el enfoque de Mazower no es ni polémico ni complaciente. Observa con escepticismo la sobreactuación retórica de ciertos organismos estatales que, con rapidez inusitada, legislan y actúan contra el antisemitismo en todas sus formas, mientras ignoran otras formas de discriminación sistemática. Denuncia, con igual claridad, los abusos semánticos por parte de sectores que califican como antisemita cualquier crítica a la política del Estado de Israel, por moderada o razonada que sea. Señala también que esa estrategia tiene un efecto bumerán: al banalizar el término «antisemitismo», se corre el riesgo de que pierda su eficacia allí donde verdaderamente debería operar como advertencia.

Hay, sin duda, una tesis central que vertebra el libro: que el antisemitismo ha pasado de ser una descripción de la opresión de una minoría sin poder a convertirse, a menudo, en un concepto utilizado para justificar políticas de Estado frente a otra minoría que clama por derechos. Mazower lo resume con una imagen poderosa: el término se ha convertido en una sala de espejos donde es difícil saber qué se está viendo, y con qué intereses. Por eso, el valor del libro reside precisamente en esa voluntad de no ofrecer una respuesta definitiva, sino de mostrar cómo el término ha sido moldeado por sus contextos de uso. Mazower sabe que una palabra no puede cargarse indefinidamente de significados sin que pierda sentido. Pero también sabe que esa pérdida de sentido tiene consecuencias políticas muy reales: se trata de combatir un prejuicio, y de entender qué se gana —y qué se evita— cuando se invoca ese prejuicio como categoría explicativa de todo lo que ocurre. En suma, con un estilo sobrio, sin apelaciones moralistas ni exhibiciones emocionales, el autor ofrece un ensayo político que evita caer en el cinismo tanto como en la ingenuidad. Y al hacerlo, plantea al lector una pregunta incómoda pero necesaria: ¿qué queremos decir hoy cuando hablamos de antisemitismo? Y, sobre todo, ¿a quién sirve esa definición?

Publicado en La Razón, 25-X-2025

martes, 4 de noviembre de 2025

Entrevista capotiana a Álvaro Cruzado

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Álvaro Cruzado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El parque de atracciones.

¿Prefiere los animales a la gente? Sí, hasta que me agacho a recoger sus deposiciones, entonces no.

¿Es usted cruel? No, no hay necesidad de ser cruel; el capitalismo se encarga de eso.

¿Tiene muchos amigos? Diría que tengo los mejores y que son unos cuantos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean buenas personas y que entendamos el mundo de forma similar (que no idéntica).

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Casi nunca, pero es inevitable. Es lo que significa ser una persona: sentir, querer, cuidar… Creo que las decepciones son intrínsecas a la vida.

¿Es usted una persona sincera? Lo intento, aunque a veces cuesta, sobre todo si les vas a hacer daño a alguien.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y de vez en cuando viendo películas. Pero leer es básicamente a lo que dedico mi tiempo libre.

¿Qué le da más miedo? La muerte. Durante mucho tiempo fueron las serpientes y las ratas. Ahora que lo pienso, lo que más miedo me da son las serpientes y las ratas, porque me matan de un susto seguro.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que no seamos capaces de acabar con el capitalismo y los desequilibrios que genera; que se puedan hacer apelaciones a la dictadura franquista sin que eso tenga consecuencia alguna; que se culpabilice a los inmigrantes de todo lo que sucede en España; que se pongan en riesgo los derechos de las personas LGTBIQ+; que se niegue el cambio climático; que haya señores y señoras con columnas y programas en primer time quejándose de que no se puede decir nada; que se le cobren pocos impuestos a los millonarios; que se permitan genocidios…

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Llevaría la misma vida, pero bastante más aburrida. Seguro que estaría más obsesionado con el ajedrez.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy al gimnasio a hacer ejercicios de fuerza porque me lesioné las rodillas jugando al fútbol.

¿Sabe cocinar? Diría que me defiendo, sobre todo porque he aprendido siguiendo las recetas de mi madre.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Frank O’Hara.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Empatía.

¿Y la más peligrosa? Miedo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sería incapaz de matar a nadie, soy una persona bastante tranquila y pacífica.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierdas, no entiendo la vida de otra forma.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Gran Maestro de ajedrez. Al menos así le habría ganado una partida a mi abuelo.

¿Cuáles son sus vicios principales? Comprar libros y, recientemente, los relojes.

¿Y sus virtudes? Eso no me corresponde a mí decirlo. Hay una virtud que es también un suplicio y es que soy muy disciplinado y constante.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Los momentos de felicidad, espero. Supongo que me vendría a la cabeza el día que vi las pirámides de Giza o el día que firmé el contrato para publicar mi primera novela. Quizá el día en el que me dieron mi primer beso. Quizá vería a mi abuelo haciéndome tortilla de patatas porque sabía que llegaba sin cenar.

T. M.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Conferencia sobre H. D. Thoreau en Salt

 

Este viernes 7 de noviembre, a las 19 h, daré una conferencia, en catalán, en la Casa de Cultura Les Bernardes, en la localidad gerundense de Salt, dentro de la Diputació de Girona. "Por qué, cómo y cuándo H. D. Thoreau escogió aislarse en Walden Pond", es el título.

He aportado un texto para la exposición y catálogo "El camí més solitari", acompañando las fotografías de Dan Ramaën, que ha llamado "Looking por Walden", sobre la laguna donde el escritor construyó una casa y pasó en ella dos años, dos meses y dos días.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Entrevista capotiana a Emma Lira

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Emma Lira.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una isla. Suelen ser cambiantes y cosmopolitas. Y rodearse de mar es una manera de mudar constantemente de paisaje.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero casi todos los animales a mucha gente. Quizá porque no conocen la falsedad. Y porque a veces muestran más disposición que nosotros para aprender.

¿Es usted cruel? No. Es una faceta que cultivo poco. Quizá a veces debería emplearme un poco.

¿Tiene muchos amigos? Me gusta pensar que sí. Hacemos una broma recurrente sobre mis “26 mejores amigas”. Me gusta conectar gente, ver crecer a los grupos y que mis amigos se hagan amigos entre sí.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La capacidad de estar sin juzgar. Saber que están ahí aunque el tiempo, las tareas, el día a día y los wasaps sin contestar nos coman.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Afortunadamente, no. O quizá es que si me decepcionan dejo de considerarlos amigos. Pero normalmente tiendo a buscar todos los motivos y a justificar los posibles cambios de actitud.

¿Es usted una persona sincera? Sincera, pero diplomática. A veces el silencio es una forma de no herir. Y mira que a mí el silencio me cuesta.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y escribiendo, un clásico. Preferiblemente en cualquier chiringuito frente al mar.

¿Qué le da más miedo? La polarización. Y la falta de criterio propio.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza que, como pueblo, olvidemos el pasado. Que tiñamos de ideología las injusticias. Que deshumanicemos al que no es como nosotros por su religión, su color, su procedencia o su identidad sexual.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Soy periodista, así que desde los once años iba muy encaminada a la comunicación, pero si no hubiera sido periodista, habría sido arqueóloga. Me gusta sentirme un poco arqueóloga a veces en mis novelas y mis reportajes.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Mucho menos del que debería. He hecho senderismo, barrancos, esquí, submarinismo… pero cuando era más joven. Yo creo que tengo la sensación de que me convalida para siempre.

¿Sabe cocinar? Sí. Y me gusta mucho. Me relaja. Se le atribuye a Agatha Christie que sus mejores crímenes los imaginaba fregando los platos. Yo creo algunos de mis mejores diálogos mientras salteo las cebolla o pelo patatas, con una copita de vino.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Uf, qué difícil. Del pasado, a Almanzor. Reciente, pero ya fallecido, Julio Anguita. Mira, los dos de Córdoba.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Solidaridad.

¿Y la más peligrosa? Razón. Cada uno tiene la suya.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Creo que nadie tiene poder sobre la vida de nadie, pero también sé que puesta en las circunstancias adecuadas podría hacerlo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Quieres que te diga derechas o izquierdas, pero ya te he dicho que aborrezco la polarización. No me gusta comprar el paquete de una ideología. Si eres de derechas tienes que estar en contra del aborto y las bodas gays. Si eres de izquierdas tienes que odiar los toros y las iglesias. Si eres de derechas tienes que odiar los nacionalismos, salvo el propio, claro. Si eres de izquierdas no te puedes comprar un chalet porque eso es de burgueses. Yo creo que hay un mundo para todos donde el respeto debe ser básico. Ni los inmigrantes vienen a robarnos el trabajo, ni toda la gente de derechas es facha y explotadora. Ni hay que detestar la Semana Santa ni hay que hablar de menas, despersonalizando a niños migrantes. Creo en un mundo donde quepamos todos. Donde los muertos de ETA, de Hamás y de Israel estén en el mismo lado de la balanza, en el de la intolerancia y la violencia. Un mundo donde la convivencia sea posible y el debate nos enriquezca. Lo contrario es muy pobre. Creo en un mundo donde quepan Ayuso y Rufían. El País y la Razón. Palestina e Israel.   

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? ¿De profesión? Historiadora, arqueóloga, antropóloga... Si pudiera ser otra cosa que no fuera una persona, sería un perro. Un Golden Retriever cariñoso, tranquilote y con pelazo.

¿Cuáles son sus vicios principales? No sé si viajar podría ser considerado un vicio. O una cerveza fresquita mientras escribo o con los amigos. Si te refieres a defectos en sí, te diría que la desorganización. Suelo moverme bien en el caos, pero a veces me atasco hasta yo.

¿Y sus virtudes? Probablemente la imaginación y la empatía.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Creo que más que un flash de imágenes del pasado tendría un fogonazo del futuro. De todas las cosas que aún me quedan por hacer,

T. M.

viernes, 31 de octubre de 2025

"El amor por la muerte en la cultura germana" en la revista "Sonograma"

Tengo de nuevo la fortuna de que José de María Romero Barea se ha ocupado de reseñar, para la revista digital Sonograma, mi último libro, El amor por la muerte en la cultura germana.

jueves, 30 de octubre de 2025

Entrevista capotiana a Iván de Cristóbal

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Iván de Cristóbal.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Barcelona, la ciudad que me vio crecer y he visto crecer, y aun así me sigue fascinando.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a mi perro a mucha otra gente, pero no sería capaz de escribir nada relevante sobre un perro y si cientos de historias sobre las personas que me rodean.

¿Es usted cruel? No me han hecho suficiente daño para poder responder a esa pregunta.

¿Tiene muchos amigos? Esperemos a que se publiquen las ventas del libro y te respondo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que acepten mis imperfecciones y no se avergüencen de las suyas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Pocas veces lo consiguen, y cuando se convierten en amigos pierden ese superpoder.

¿Es usted una persona sincera? Cuando la pregunta anticipa dolor, suelo decantarme por la respuesta que necesitan en ese momento, que casi nunca coincide con la verdad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? O viviendo experiencias, o volcándolas en un papel.

¿Qué le da más miedo? Descubrir un día que esa sensación de impostor que me acompaña es fundada.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que en la sociedad actual, una mentira sea tan fácil de vender, y a su autor de encumbrar.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Para algunos la creatividad no es una opción, la necesitas como el oxígeno que respiras e impregna todo lo que haces. Además de escritor soy consultor, publicista, profesor y podcaster, y todos estos oficios parten de lo mismo; contar un relato que genere un impacto en los demás.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino, camino mucho, a todos lados y deprisa. Mis historias se han forjado en cada uno de los barrios de Barcelona, en los senderos del Solsonés y, cuando hay tiempo y dinero, en alguna playa paradisiaca.

¿Sabe cocinar? Lo justo para sobrevivir.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Tengo debilidad por los científicos. Elegiría o a Marie Curie, la mujer que pulverizó tanto los límites de la ciencia como los de género  o a Werner Heisenberg, que hizo más por vencer a los alemanes que su homólogo Oppenheimer. 

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Certeza.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Me gustaría que muchos criminales desaparecieran, pero no mediante otro crimen.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Las de aquellos que trabajan por el bien común administrando los recursos de forma eficiente y con transparencia. Para mí los términos rojo y azul, derecha e izquierda o conservador y progresista, son solo etiquetas vacías para confundir y, sobre todo, dividir al votante.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Alguien muy parecido a mí con la juventud intacta y la experiencia acumulada. Y con pelo en la cabeza.

¿Cuáles son sus vicios principales? La falta de paciencia y cierto grado de vehemencia.

¿Y sus virtudes? Curiosidad y autoexigencia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Solo una; la superficie. Hay que luchar hasta el final.

T. M.