sábado, 24 de octubre de 2009

Aforismos escritos en verano para una película que descubriré en octubre

«El poeta es el que no puede, porque no debe, romper con el pasado»…
es lo que va a llevar a la práctica un abogado con aspiraciones narrativas, al jubilarse, en El secreto de sus ojos. Benjamín Espósito, el personaje que encarna Ricardo Darín, es incapaz de desprenderse de una vieja obsesión relacionada con un caso truculento. Él vive en el pasado, reconstruyendo lo que pudo ocurrir en relación con una joven asesinada, pero, en realidad, ansía quedarse atrás, en los años en los que amó a su jefa, contrapunto de la historia: ella, la doctora en leyes Irene, interpretada por Soledad Villamil, sólo mira hacia adelante: «El pasado no es mi jurisdicción», dice esa mujer casada de vida estable frente a su tímido enamorado, frente a su valiente hombre de acción en cuestiones judiciales. Es el amor insinuado pero incompleto de El mismo amor, la misma lluvia, la otra obra maestra de Juan José Campanella, que reunió a los dos mismos protagonistas. Amor, amor, amor, y eternas soledades.
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«Amé en legítima defensa»…
escribí, también, volviendo a casa un día, en mitad de una calle descendente, de vuelta a la soledad de juguetes y bromas. Pero hasta ayer, mediante un personaje ficticio, tales palabras no se levantan de su siesta aforística y confesional para tener cuerpo y sangre. Espósito sigue amando a su jefa, convertida ya en amiga y cómplice en el laburo, y lo hace en parte para dar significado a una vida «llena de nada», por decirlo con una expresión que él mismo usa frente a ella. El pasado es el amor que tuvo; el presente, olvidarse de ese romanticismo pretérito. Es decir, la nada. Por ello hay que concretar los recuerdos en un caso, y hacer de ello un intento de novela. El manuscrito será la vía para regresar a Irene, para que ella también haga ese tránsito hacia el pasado y lo que pudo ser y no fue. Espósito ama a una mujer para defender su vida, para atrincherarla, y eso hacemos todos: amar al que nos besa y mata cada día, para confiar en aquello en lo que apostamos y que dio significado y destino a nuestras decisiones.