viernes, 27 de noviembre de 2009

Carta a Pablo Neruda

. Querido Poeta,
.
en tu casa de Isla Negra, no sé qué me gustó más: el interior fabuloso, lleno de restos de barcos dignificados en su función de adorno, de muebles, libros y colecciones de objetos de todo tipo, o la vista que se tenía, desde los ventanales de tu dormitorio (extendidos del suelo hasta el techo), del océano Pacífico.

Esas enormes rocas, la aglomeración de algas, la furia de la espuma y el eterno mar-cielo es lo que verías –descubrirías, en realidad– al abrir los ojos cada día. Y ahora yo hago lo mismo. He puesto esta fotografía como fondo de escritorio de un artefacto moderno que no tuviste edad de conocer: las computadoras personales. Ahora, sin ellas, y sin los omnipresentes teléfonos móviles –es verdad lo que dice un anuncio televisivo que he visto esta semana: es lo primero y último que la gente mira durante la jornada–, parece que resulta imposible estar comunicado con el mundo.

Cuando el insomnio no ha ejercido su razón de ser y me reclama todavía oscuro, es la pequeña máquina la que me despierta con una musiquilla y, automáticamente, me levanto y enciendo el ordenador –lento, vago, él y yo– y mi inauguración del día es como la tuya: rocas, algas, espuma, el mar eterno y su cielo. Y entonces tu tiempo es mi tiempo; tu mirada, la mía; los recuerdos, diferentes, pero fijados en un mismo sueño.