miércoles, 4 de noviembre de 2009

El poder de la memoria



Con el tono lacónico de las memorias de Chateaubriand, con un toque picaresco a lo cervantino, con la ingente capacidad de crear un mundo narrativo que refleje la realidad histórica tan propia de las novelas decimonónicas, Ippolito Nievo creó una obra que ni siquiera pudo ver publicada. A este autor nacido en Padua, en 1831, y que encontró la muerte en un naufragio treinta años después, le dio tiempo a escribir sólo en nueve meses, en 1827, las mil páginas que ahora ha traducido José Ramón Monreal, y antes incluso otra novela, relatos y dos obras teatrales.
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El simple título, Las confesiones de un italiano (Acantilado, 2008) indica esos dos componentes en su máxima potencia: el protagonista, Carlo Altoviti, concibe su historia como el rescate de lo olvidado para que la política de su presente cobre mayor dimensión; y en ello, su «italianidad» es clave, pues en paralelo a la vida íntima desde la infancia del niño ilegítimo Carlino, que es acogido en el castillo de una arisca condesa, se narra la evolución del país desde finales del siglo XVIII hasta 1855. De ahí que, como apunta Claudio Magris, la novela sea «un grandioso fresco histórico que retrata el final del viejo mundo ancien régime, identificado sobre todo con la venerable y decrépita República de Venecia, los trastornos de la época revolucionaria y napoleónica, la Restauración, los primeros y contradictorios fermentos del proceso de Unidad Nacional italiana».
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Sin embargo, por encima de todos los asuntos que se narran en relación a las ciudades donde vive el personaje –Fratta, Padua, Venecia– y la Europa de entonces influida por la Revolución Francesa; por encima de su retrato de Napoleón y de las anécdotas y enfrentamientos políticos locales que el pequeño Carlino va a ir descubriendo –como niño observador, estudiante de latín o escribiente del canciller–, la obra de Nievo es un fabuloso canto a la memoria. Si bien el lector puede quedar abrumado por el desmenuzamiento de pequeñas historias secundarias, de párrafos que duran páginas enteras, de un estilo a veces retórico en demasía, surgen por doquier fragmentos inspiradísimos donde se aprecia la visión poética de Nievo, su joven sabiduría.
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Cual precedente proustiano, Nievo aborda el poder de la memoria a través de un protagonista que se presenta a los ochenta años, rememorando sus ratos en la cocina del castillo o su amor por la niña Pisana. Un mechón de ésta es el primer tesoro que le hace calibrar la intensidad de la vida: «¿No habría que medir el tiempo, no, como se cree, por los movimientos del péndulo, sino por el número de sensaciones?», dice Carlo, añorando un pasado que se le ha escapado y que, como «pobre escritorzuelo de chismes que soy», resucita mediante la palabra: «Recuerdo en voz alta; y escribo lo que recuerdo», declara.
(Crítica inédita)