En la entrada de la 29 Feria del Libro de Santiago de Chile, una figura de Borges sentado a tamaño natural, ciego de cera, da la bienvenida. Me adentro en una antigua estación ferroviaria, reconvertida en centro cultural, muy similar a la Estación de Francia barcelonesa, de altísimo techo curvo. Stands, libros, personas por todas partes. Una voz invisible presenta horarios, actos, presentaciones de libros. Cita un nombre, familiar y ajeno al tiempo. Palabras laudatorias, desde un micrófono, que vuelan por la cúpula fría donde, me contaron, antaño entraban las aves de la ciudad. A cada lado, dos nerudianos iluminadores: Jaime Quezada, mi anfitrión, poeta y experto en Gabriela Mistral, me acoge frente a un auditorio atento y amable; el narrador melancólico Darío Oses comenta Hildur con tan hondo saber lector, con tamaña inteligencia, que me recorre un escalofrío. Luego, hablo y leo yo.