lunes, 30 de noviembre de 2009

Entrevista a Gerardo Piña en Nueva York

La Quinta Avenida, entre las calles 34 y 35, es el habitual hormiguero lleno de gentes presurosas, ruido de tráfico y predicadores espontáneos en las esquinas. Puro Nueva York. Allí, en el Graduate Center, trabaja Gerardo Piña (1948), en el 2008 nombrado director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Profesor en el Lehman College de la City University of New York desde 1981, presidente del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, fotógrafo –sus obras narrativas suelen incorporar instantáneas y collages–, conferenciante habitual en Europa, Piña es responsable de una antología pionera, Escritores españoles en los Estados Unidos, que comprende la obra de veintisiete autores que, a lo largo del siglo XX, dejaron España para emigrar a Norteamérica, como Eugenio Fernández Granell, José Ferrater Mora, Dionisio Cañas, Carlos Rojas o Jesús Torrecilla.
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¿Una Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York? ¿Cómo fue concebida una institución como ésta, en 1973, en un país que es eminentemente de habla inglesa?
La idea viene de lejos. Una de las figuras claves en aquella gestación fue la del gran fonetista Tomás Navarro, al que se le unieron diversas personas de otros países, entre ellos, el andaluz Odón Betanzos Palacios, que fue su último director. No fue fácil; había quienes pensaban que era un disparate y que serían académicos personas cuya lengua materna no era el español. Al final, la ANLE fue aceptada como la más joven de las academias de la lengua.
¿Cuál es la función actual de la ANLE y qué proyectos desarrolla exactamente?
Su función es difundir la lengua española en este gran país, la de velar por su corrección, sin cerrarse ante la influencia del inglés, que en muchos casos la enriquece. Asimismo, colabora con los grandes proyectos de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua: en la Nueva Gramática, el Diccionario Académico de Americanismos, el Corpus del español del siglo XXI, etcétera. Aparte, hay proyectos propios en marcha, por ejemplo unos Consejos idiomáticos y una Antología de Glosas.
En la «Presentación» de la antología, habla de lo quimérico que es recoger un corpus literario vasto en un libro como éste. ¿Qué criterios estableció para esta antología de autores españoles en EE.UU., publicada bajo el sello de la ANLE?
En primer lugar, la calidad de los textos. Seleccioné a una serie de novelistas y poetas residentes en los Estados Unidos a lo largo de varias décadas y de varias generaciones: desde aquellos que llegaron tras la Guerra Civil española, como Eugenio Fernández Granell, pasando por la generación de los cincuenta (que yo llamo fuga de cerebros), como es el caso de Ana María Fagundo, la de los setenta (con autores como Gonzalo Navajas y yo mismo), y los más jóvenes, casi todos profesores en universidades estadounidenses.
¿Qué autores españoles residentes en Estados Unidos destacaría?
Más que de autores, yo hablaría de obras. Por ejemplo, una novela como La seducción de Hernán Cortés, de José Luis Ponce de León, resulta extraordinaria. Morir en Isla vista, de Víctor Fuentes, es otra novela riquísima, experimental, y que además refleja el mundo a veces esquizoide del emigrante, del que tiene que vivir en dos culturas, en dos lenguas, en dos actitudes vitales. Y si hablamos de poesía, pocos poetas hay en España a la altura de un Manuel Mantero.
Usted mismo ejemplifica esa andadura de emigrante desde que se estableció en Nueva York, en 1973.
Yo, aunque nacido en La Línea de la Concepción (Cádiz), viví primero en Málaga y luego en Tánger, donde mi padre tenía negocios. Allí conocí a Paul Bowles y seguí la sombra de William Burroughs por el laberinto de la Kasbah. En 1968 estudié Derecho en Granada, pero en verdad quería ser concertista de guitarra; conocí a la que sería mi esposa, recién licenciada en literatura española por la City University of New York, me embarqué con ella a Nueva York y nos casamos. Por un tiempo di clases de guitarra y hasta fundé un estudio de música, pero la literatura me llamaba, acabé los estudios en el Queens College y me doctoré en el Graduate Center con una tesis sobre la literatura de los exiliados republicanos.
Considerando toda esa trayectoria a sus espaldas y su cargo actual, ¿cómo ve hoy el idioma castellano en Nueva York?
El español que se habla en Nueva York puede ser excelente, si lo habla una persona educada, y atroz si lo habla una persona con un nivel muy bajo de educación. Por eso el futuro del español en Estados Unidos dependerá de que las nuevas generaciones de hispanos tengan acceso a la educación superior. Ya tienen lo principal: un gran amor y un noble orgullo por la lengua de sus mayores. Las cosas han cambiado y cambiarán más. Soy optimista.
T. M.