miércoles, 2 de diciembre de 2009

Una espiral en la editorial Paréntesis

J. Aguado, J. Á. Cilleruelo y T. Montesinos. Foto: Miquel Benítez
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Voy a hablar de la espiral literaria de la fraternidad. Del cruce de caminos que origina la creación individual y luego la experiencia lectora. Los libros se comunican entre sí, y a veces eso se extiende a los autores; por eso me voy a referir a una red de textos y escritores que han coincidido en un mismo sello editorial. La misma entrega al arte literario ya es un paréntesis en la vida ordinaria. El tiempo y el espacio se difuminan, la escritura es una cámara secreta llena de invenciones, una forma de aislamiento que sólo comprende en verdad el otro que también practica esa extraña y fecunda soledad. El fenómeno literario así rompe las barreras de edad y lugar: se deshacen las diferencias y todos somos hermanos de letras. Y mi hermano mayor desde este punto de vista, mi faro y mi guía y mi ejemplo, es José Ángel Cilleruelo, centro de conexión para algunos de nosotros con otros amigos e incursiones literarias.
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Empleaba el término paréntesis a propósito haciendo un obvio guiño a la editorial que nos ha acercado a varias personas, y yo casi me siento en una taberna de literatos que tiene forma de cómoda espiral. José Ángel ha publicado Doménica en Paréntesis, el mismo sitio al que llegó, gracias a su sugerencia, una historia llamada Hildur, que firma quien esto escribe y que él leyó con una atención desmesurada.
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Doménica: novela o novela corta, la primera por género, claro está, la segunda por intención o desafío: José Ángel busca relatos de extensión muy definida, de ahí que disfrute de algunas novelas de autores que frecuentan tal formato. Se diría que en esas 120 o 150 páginas a lo sumo, desea atrapar una trama y unos sentimientos que de otra manera no encontrarían su justo acomodo. Eso persiguió en su primera novela escrita, que no publicada, pues vio la luz mucho más tarde, titulada Trasto, y también en El visir de Abisinia, y en la reciente Al oeste de Varsovia.
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De hecho, entre Al oeste de Varsovia y Doménica se pueden establecer más concomitancias aparte de la extensión y que se centren, en parte, en la Europa de la primera mitad de siglo XX: un escenario algo difuso de guerra (en la primera, explícito pero sólo como telón de fondo y en la segunda un entorno indefinido de peligro y huida), cierto acercamiento erótico, y asimismo cosas alusivas al oficio de maestro, de la vida en un instituto de enseñanza secundaria, lugar que conoce bien por su oficio. Es una atmósfera colindante con los textos de otro autor que ha surgido también en Paréntesis, Marc Gual, con su libro de cuentos La maldición del cronista: también aquí hay ambientes sin detallar de un lugar donde los soldados imponen su ley, y también donde el amor es una válvula de escape sufriente. En Doménica, se dice: «El amor es el mejor antídoto contra la realidad», y ese amor es simbólico y carnal a partes iguales. El protagonista, Etienne Estame, ya desde su nombre nos indica algo: dice el propio José Ángel que su apellido «evoca el verbo "estar"; Estame no aspira a "ser" sino sólo a "estar" bien o a salir bien parado en cada secuencia de la vida. Este es el modelo de su pragmatismo, que tal vez resulte excesivamente contemporáneo».
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Es la intención poética, simbólica de otro autor cuyos libros leía en estas semanas, el venezolano José Balza, del que prologo una novela que publicará en breve Paréntesis: un personaje de una de sus obras se llama Juan Estable, y ocurre justo lo contrario: viajero y mercenario, es el ejemplo de la inestabilidad por antonomasia. Así pues, no podía en estos días pensar en José Ángel sin alargar puentes en esta taberna libresca de literatos en Paréntesis que se va llenando de amigos. Como Jesús Aguado, el autor de un maravilloso prólogo a El domador, un libro editado también en Paréntesis, de Rafael Pérez Estrada, quien a su vez fue faro y guía y ejemplo moral y artístico para José Ángel.
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De hecho, creo que los preciosos textos que José Ángel publica en su blog El visir de Abisinia, siempre de cien palabras de largo, son un homenaje inconsciente a Pérez Estrada, creador de cuentos que muchas veces no iban más allá de un tercio de página. Porque si decía que José Ángel busca en la novela un marco muy preciso, y también una estructura muy bien organizada, en sus creaciones cibernéticas también ofrece esta limpidez, esta determinación de orden, de precisión, de moderación. Y es que ese es su carácter: firme, observador, detallista, delicado, astuto. El cerebro privilegiado de este hombre, su paciencia y calma me orientan en mi barco, que suele perderse mucho y no encontrar puerto. Pero él siempre me deja una luz puesta, para regresar siempre.
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Por eso, por el regalo de su amistad y por nuestros encuentros en su casa rodeados de libros, y siendo el día especial que es hoy (3-XI-2009), voy a acabar con unas palabras que Tolstói dijo a Chéjov por teléfono, según cuenta Gorki: «Hoy tengo un día tan bueno, siento tanta alegría en mi alma, que quisiera que usted también estuviese alegre. ¡Usted sobre todo! ¡Es usted tan bueno, tanto!»