(Ahora que se acaba de publicar esta novela de Kenzaburo Oé, tengo a bien recuperar la entrevista que le hice para La Razón, en marzo del 2004, en la Casa Asia de Barcelona.)
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Agarra nerviosamente la lámpara que tiene al lado de su butaca, se acomoda una y otra vez y asiente a su traductora. Kenzaburo Oé, nacido en 1935 en un pequeño pueblo de un archipiélago del sur del Japón, y conocido mundialmente a raíz de la concesión del premio Nobel en 1994, responde a la imagen de hombre cordial que fácilmente podemos hacer de un escritor oriental de su trayectoria. Marcado por la Segunda Guerra Mundial y las masacres de Hiroshima y Nagasaki, Oé sigue volcando en sus obras todo lo que concierne a la violencia que vio de niño y, aún hoy, contempla con clarividencia. Su exquisita educación, su humildad y sentido del humor, sólo son algunos de los ingredientes que le han convertido en un ser comprometido con sus compatriotas y su familia: su hijo, deficiente mental, el cual aparece de una forma u otra en sus textos —crudamente en Una cuestión personal (1964)— transformó su visión de la vida y la muerte. Ahora llega a España para hablar de su última novela, Salto mortal (Seix Barral).
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Quisiera saber si la obtención del Nobel, y la responsabilidad que ello implica, le afectó al reemprender su trabajo.
Por casualidad en aquel momento no estaba escribiendo nada. Mi ciclo de escribir novelas es una cada tres años; dejo entonces un espacio para leer muchos libros. En aquel tiempo también recibí un premio gubernamental otorgado por el emperador.
Premio que rechazó.
Es que me gustaría morirme sin tener que conocer al emperador. (Risas) El asunto salió en los periódicos y gente de extrema derecha se manifestó frente a mi casa. Fue la primera vez que disfruté de una manifestación para mí solo.
Leyendo la novela, que abarca el fanatismo religioso y las organizaciones anarquistas, uno podría evocar el séquito de soldados de Yukio Mishima.
Por casualidad en aquel momento no estaba escribiendo nada. Mi ciclo de escribir novelas es una cada tres años; dejo entonces un espacio para leer muchos libros. En aquel tiempo también recibí un premio gubernamental otorgado por el emperador.
Premio que rechazó.
Es que me gustaría morirme sin tener que conocer al emperador. (Risas) El asunto salió en los periódicos y gente de extrema derecha se manifestó frente a mi casa. Fue la primera vez que disfruté de una manifestación para mí solo.
Leyendo la novela, que abarca el fanatismo religioso y las organizaciones anarquistas, uno podría evocar el séquito de soldados de Yukio Mishima.
El ejército de Mishima era una cosa muy especial. Yo quería referirme a otro tipo de agrupación, la de aquellos jóvenes que sufren en busca de soluciones para sus almas y cuyo líder les ha abandonado, como ocurrió con la secta Verdad Suprema.
Asimismo, la novela se asienta en tres grandes pilares: el sexo hetero y homosexual, la existencia de Dios y la confianza en que la poesía puede ayudarnos. ¿Es acertado tal análisis?
Sí, pero más que sexo propiamente dicho, se trata de relaciones humanas por medio del sexo. Un homosexual muy conocido me escribió y me dijo: «usted no es homosexual». (Risas) Por lo visto tengo algún defecto para serlo.
Bailarina, Guiador, Patrón... ¿Por qué buscó nombres simbólicos para los protagonistas?
En la novela sale un reportero norteamericano que va poniendo apodos a cada uno de estos personajes. No se trata de individuos, sino de tres papeles que tienen que desempeñarse.
Con el libro Cartas a los años de nostalgia, propuso un nuevo humanismo adecuado a la actualidad japonesa desde perspectivas religiosas. ¿En qué grado la religión ha sido para usted una inquietud trascendente?
Desde siempre he sentido interés por ella. Me llama mucho la atención el hecho de que el hombre rece. A mí me hubiera gustado no haber orado nunca, pero tras el nacimiento de mi hijo me di cuenta un día de que estaba rezando sin querer; pero no a Dios, porque yo no pienso en su presencia. Bebo agua, y a la vez estoy rezando, cuando sopla el viento, estoy rezando. Por eso, pretendía describir a aquellos hombres que quieren orar, pero no a los que pertenecen a grupos religiosos; deseaba describir a las personas que creen en dioses un poco... «sospechosos».
En sus relatos hay elementos escatológicos y macabros, seres monstruosos, cadáveres... ¿Es su visión de la realidad tan dantesca?
Yo utilizo mucho el adjetivo «macabro». Batjin hablaba del «realismo grotesco», lo que equivale a macabro, parecido a la vez al estilo gótico.
En una conferencia dictada en la universidad de Berkeley, en la que hablaba de sus gustos literarios, como Flannery O’Connor, Mark Twain o Ernest Hemingway —en su momento autores prohibidos en Japón por el mero hecho de ser estadounidenses—, calificaba a Natsume Soseki como el mejor autor japonés del siglo XX. Aquí es desconocido.
Es un escritor realmente intelectual, formado en Inglaterra, que nació con el inicio de la modernización de Japón, a finales del siglo XIX. La literatura japonesa no se puede considerar intelectual, porque tanto los escritores como los lectores no son inteligentes. (Risas) Vargas Llosa es intelectual, García Márquez no tanto, Octavio Paz sí, y también Alfonso Reyes, Machado... En ese sentido, yo quiero crear una literatura japonesa intelectual, es decir, pertenecer a la corriente de Soseki.
¿Aún es pesimista frente a la invasión de la subliteratura en detrimento de las obras de ambición artística?
En Japón tienen mucho éxito aquellas obras de subcultura, que se venden por millones de ejemplares. Sin embargo, estoy convencido de que existe una literatura seria que permanecerá, aunque sea con pocos lectores, como ocurre con El Quijote. No somos escritores tan buenos como Cervantes, pero nuestro deseo es que podamos crear un tipo de literatura como la suya.
Asimismo, la novela se asienta en tres grandes pilares: el sexo hetero y homosexual, la existencia de Dios y la confianza en que la poesía puede ayudarnos. ¿Es acertado tal análisis?
Sí, pero más que sexo propiamente dicho, se trata de relaciones humanas por medio del sexo. Un homosexual muy conocido me escribió y me dijo: «usted no es homosexual». (Risas) Por lo visto tengo algún defecto para serlo.
Bailarina, Guiador, Patrón... ¿Por qué buscó nombres simbólicos para los protagonistas?
En la novela sale un reportero norteamericano que va poniendo apodos a cada uno de estos personajes. No se trata de individuos, sino de tres papeles que tienen que desempeñarse.
Con el libro Cartas a los años de nostalgia, propuso un nuevo humanismo adecuado a la actualidad japonesa desde perspectivas religiosas. ¿En qué grado la religión ha sido para usted una inquietud trascendente?
Desde siempre he sentido interés por ella. Me llama mucho la atención el hecho de que el hombre rece. A mí me hubiera gustado no haber orado nunca, pero tras el nacimiento de mi hijo me di cuenta un día de que estaba rezando sin querer; pero no a Dios, porque yo no pienso en su presencia. Bebo agua, y a la vez estoy rezando, cuando sopla el viento, estoy rezando. Por eso, pretendía describir a aquellos hombres que quieren orar, pero no a los que pertenecen a grupos religiosos; deseaba describir a las personas que creen en dioses un poco... «sospechosos».
En sus relatos hay elementos escatológicos y macabros, seres monstruosos, cadáveres... ¿Es su visión de la realidad tan dantesca?
Yo utilizo mucho el adjetivo «macabro». Batjin hablaba del «realismo grotesco», lo que equivale a macabro, parecido a la vez al estilo gótico.
En una conferencia dictada en la universidad de Berkeley, en la que hablaba de sus gustos literarios, como Flannery O’Connor, Mark Twain o Ernest Hemingway —en su momento autores prohibidos en Japón por el mero hecho de ser estadounidenses—, calificaba a Natsume Soseki como el mejor autor japonés del siglo XX. Aquí es desconocido.
Es un escritor realmente intelectual, formado en Inglaterra, que nació con el inicio de la modernización de Japón, a finales del siglo XIX. La literatura japonesa no se puede considerar intelectual, porque tanto los escritores como los lectores no son inteligentes. (Risas) Vargas Llosa es intelectual, García Márquez no tanto, Octavio Paz sí, y también Alfonso Reyes, Machado... En ese sentido, yo quiero crear una literatura japonesa intelectual, es decir, pertenecer a la corriente de Soseki.
¿Aún es pesimista frente a la invasión de la subliteratura en detrimento de las obras de ambición artística?
En Japón tienen mucho éxito aquellas obras de subcultura, que se venden por millones de ejemplares. Sin embargo, estoy convencido de que existe una literatura seria que permanecerá, aunque sea con pocos lectores, como ocurre con El Quijote. No somos escritores tan buenos como Cervantes, pero nuestro deseo es que podamos crear un tipo de literatura como la suya.
T. M.