domingo, 20 de diciembre de 2009

Mi alma en las montañas

Hay un libro de Gao Xingjian cuyo título enriquece la metáfora de un contenido que ya no necesito conocer: Las montañas del alma. Ellas mismas, cada año, visitando el pueblo de Camprodón y los valles que lo rodean, atemperan el dolor de mi soliloquio tan raído de memoria que deshacer. La naturaleza es símbolo, carta de paz, sumisión a su presencia. En Percusión, la obra maestra que he prologado para la editorial Paréntesis y que está a punto de ver la luz, como quintaesencia literaria de lo que supone sentir los cerros, los volcanes, los montes a lo ancho y largo del mundo por parte de su protagonista, me ha dado la manera de entender lo místico de la montaña. De tal modo que, el mes pasado, vi de otra forma los Andes nevados desde el avión que me iba a aterrizar en Santiago de Chile; de tal modo que, este mes, conduciendo hasta los Pirineos, ya en territorio francés, percibí con rotundidad la belleza de la cordillera y todo lo que todavía esa magnificencia puede hacer por mí y por los míos. Ojalá tarde mucho en ocurrirme lo que el poeta Philip Whalen (abad zen de un monasterio de California, como refiere Jesús Aguado en la antología No pasa nada. Los poetas beat y Oriente) cita a partir de un escrito (del siglo V) de Tsong Ping y que usa como epígrafe a su poema “Mirador de la montaña Sourdough”: “Ahora estoy viejo y débil. Temo no volver a ser capaz de vagar por las hermosas montañas. Despejando mi mente, medito en los senderos montañosos y ando por ellos sólo en sueños”.
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Aquí, mi artículo sobre Camprodón en El Viajero de El País, el 11-IV-2009