martes, 12 de enero de 2010

1 de enero del 2010 en Puerto Rico


En el Viejo San Juan de Puerto Rico, el sol fusila con sus balas de oro. Los escasos paseantes, pues, como leña del mundo a primera hora de la mañana del 1 de enero del 2010. Calor que quiere sofocar, vencer a la grasa con sudor. Las calles, durmiendo la fiesta de anoche. Turistas gringos desperdigados. Un par de mendigos: uno en el suelo y otro dando vueltas. Aire ahogado de sí mismo. Un café en el único local abierto temprano: el inevitable Starbucks, repleto de americanos recientes de su jogging. Abro la prensa: El Nuevo Día, abarrotado de publicidad, de páginas de sucesos al inicio: heridos por los llamados (y prohibidos) disparos al aire en Fin de Año; muertes por rencillas (un adolescente, tres balazos en Río Piedras; un taxista que mató a otro en el aeropuerto por una discusión), narcotráfico y demás desgracias; la sección de “Mundiales”; el primer bebé del 2010, en Cayey; y el tupido apartado de deportes, sobre todo con béisbol y baloncesto local y de la NBA. El otro diario, Última Hora, sensacionalista y pachanguero. Entonces miro hacia afuera: los fantasmas de Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón pasean ante mí, hablando de poesía. Más allá, Ángel Crespo se ha detenido a repensar un verso de su versión de la Comedia de Dante, que está traduciendo entre vendavales tropicales. Francisco Ayala recuerda y olvida, olvida y recuerda. Y de lejos, con los acordes rasgados del violonchelo de Pau Casals, Pedro Salinas sale de su tumba frente al mar. Todos me saludan y siguen su camino. Yo apuro el café, y salgo a ser disparado por el sol.