jueves, 14 de enero de 2010

Renacimiento


Al salir del aeropuerto Luis Muñoz Marín, en la medianoche tras el trayecto interminable, el abrigo europeo y el cuerpo destemplado chocan con el clima centroamericano. Es un olor, una sensación conocida: la felicidad y el placer de deambular por el Caribe, evocación de otras veces y tierras próximas. Si viviera aquí, cuanto espacio para la calma, la melodía. Pues si bien el jolgorio, el baile, la cháchara, son elementos que no van conmigo, siento la fraternidad del que se identifica con un lugar y unas gentes, con un ritmo de vida y una clase de amor determinados. Sólo en Dublín me ocurrió eso, pero la grisura del idioma me supuso una barrera, y aquí vivo mi enésimo renacimiento, aspirando a que sea el definitivo.
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Los días siguientes me brindan la generosa hospitalidad de muchas personas, la gracia de compartir, ajeno de prisas, platos, tragos y músicas. Quién no puede sentirse ciudadano de esta dulzura de suave telenovela, dramática y chistosa, explosiva y tierna a la vez. En el balcón que me regala la vista de la llegada de los gigantescos cruceros al puerto de San Juan, hojeo una antología de poesía puertorriqueña y, gracias a Francisco Gonzalo Marín (Pachín), acabo de sentirme nacido aquí: «Mi pluma de escritor, culta o salvaje, / el arma es que mis ideas esgrimen» dice en el poema «A mi padre», y en otro titulado «En el álbum de una desconocida», apunta hacia lo que noto en mí: «Soy lo que sobra, lo vulgar: un hombre; / soy lo que gime en el montón: poeta».